Puedes leer la crónica en la web de CulturaEnGuada. Incluye fotos [15 febrero 2014]

 

Celso Sanmartín actuó por vez primera en Guadalajara, con su espectáculo ‘Bicoca de boca en boca’ en los Viernes de los Cuentos, ante un escenario del CMI de Aguas Vivas repleto. • El narrador gallego desplegó una sencilla puesta en escena, combinó la tradición popular con el chascarrillo de taberna e hiló una decena de historias cómicas, algunas incluso delirantes, en una sesión muy entretenida.


Imaginen a un muchacho recién llegado que se sienta a su lado para relatarles algo verdaderamente inverosímil de lo que acaba de tener noticia. O piensen, más bien, en que relata no una o dos anécdotas, no sólo un par de historias, sino decenas. Y que su perorata le lleva desde las emigraciones de su abuela al otro lado del Atlántico hasta las divertidas ventas del tonto del pueblo en la capital o los chismes que corren por los mentideros de Compostela después de una visita de los Reyes en pleno Año Xacobeo. Y así, una historia tras otra, sin prisas pero sin pausas, hasta hilar sin descanso cuentos de la tradición popular gallega con otros dimes y diretes de la última boda, a veces con una ironía contenida y, en otras, con disparates que sólo pueden funcionar cuando el oyente ha quedado definitivamente entregado a la voz de este historiador de vidas, antropológica fórmula de investigación con la que se define este artista.

Algo así fue lo que ocurrió este viernes ante un auditorio repleto del CMI de Aguas Vivas (que, por cierto, no sólo viene demostrando cada viernes que es mejorable el sonido, sino que esta vez dejó en evidencia su iluminación). El del gallego Celso Sanmartín fue un grato descubrimiento de la última sesión del Viernes de los Cuentos. Actuó por vez primera en Guadalajara y, aunque era el día de los enamorados, se negó a meter en el repertorio ninguna historia de amor forzada. Por momentos pudo dar la impresión de que hablaba sin guía, pero su aluvión de anécdotas, cuentos y chascarrillos exigía un metódico cuidado de todo lo que tenía pensado decir, que fue mucho, y que quedó disfrazado detrás de una sencillísima puesta en escena.

Sin demasiadas ceremonias

Sanmartín se sentó en una silla al borde del escenario, casi en penumbra, y, tras un inicio un tanto titubeante, se fue ganando al auditorio sin estridencias. Aligerado de ropa, que amontonó en el suelo, se arrancó contando impresiones sobre el arte de contar y fue desgranando acontecimientos inverosímiles, compartiendo con los asistentes su asombro.

Tiró a menudo del recurso local (aludiendo a su aldea en Lalín, Pontevedra). Algunos de sus mejores cuentos están anclados en la más pura tradición oral, como el del ‘bobo’ del pueblo que lograba vengarse de sus vecinos o la historia del tipo con estrella que, aún así, quería suicidarse, un relato cuyo excesivo delirio sólo puede funcionar cuando toda una sesión ha sido dicha con mucho arte. En otras ocasiones no tiene reparo en aproximarse al monólogo comercial, tan resultón en televisión, para buscar la carcajada fácil del respetable, por ejemplo con las divertidas anécdotas achacables al Rey (“no quería sacar el tema, pero salió”, bromeó).

Punto y aparte merecen los finales siempre cerrados, que contienen un mensaje evidente: el mundo está lleno de sorpresas, sólo hay que salir de la aldea y echarse a los caminos para toparse con personajes y acontecimientos verdaderamente extraordinarios. Unas veces, porque la percepción de las cosas cambia, y si no que se lo digan al empresario que viajó a Cuba; en otras, porque no siempre las cosas salen como estaban previstas, como le ocurrió al suicida de Lalín que acabó cayendo terraplén abajo. 

Cualquiera que haya leído a su paisano Cunqueiro descubrirá en el fondo de las historias de este gallego esa misma vocación de contar en su acepción más original: llegar a un sitio, pongamos por caso una taberna (o una boda en Vimianzo) y desembuchar historias curiosas a cualquier desconocido que quiera oírlas. Su oratoria se bifurca a menudo por numerosos vericuetos, pero vuelve siempre al punto donde se había extraviado (“uno no pierde el hilo”, bromeó al principio). Su espectáculo ‘Bicoca de boca en boca’ está lleno de lo que llama historias de vida, que no dejan de ser relatos escuchados al pie de la senda o en el empedrado del camino, acontecimientos cotidianos cuajados de humor. Celso los sabe y nos los dice porque es, y disculpen el juego fácil de palabras, un ‘falador’ nato.