La crónica en la narración oral
Reflexionar sobre el reflejo en la prensa escrita de la narración oral podría parecer un anacronismo por partida doble. El periodismo, sobre todo escrito, ha sido enviado a galeras y el oficio de contar parecería más bien un género muy menor en estos tiempos, al menos en comparación con el arte dominado por los grandiosos shows, con el triunfo del cine en tres dimensiones y con los conciertos multitudinarios en estadios de fútbol. Pero, al pensarlo detenidamente, sólo se trata de una primera impresión. Porque también sobre esto hay mucho que contar.
Estamos con el escritor Antonio Muñoz Molina cuando valora la función vital de la literatura: "La ficción narrativa, que procede del mito y de los cuentos infantiles, tiene, como ellos, la tarea de explicar el orden del mundo y de ayudarnos a encontrar en él nuestra posición: y la cumple mediante el juego y el sueño, un juego en el que nos jugamos la vida, un sueño que nos provee de una lucidez que necesitaremos despertar". No hay mente inquieta y cultivada que pueda vivir sin esta amena forma de tomarse la vida con filosofía.
Siendo, como seguramente es, la forma más antigua y elemental de arte, los cuentacuentos se adaptan como un guante a este cometido. Y no sólo cumplen con el mandato de dar un sentido (narrativo) al caos de la existencia, sino que lo hacen adoptando formas tan variopintas que podría decirse que, como ocurre con los colores, hay para todos los gustos: abuelillas que encienden el fuego de la fantasía junto a la chimenea, trileros de la palabra, madrazas que susurran mientras te arropan antes de dormir, cavernícolas que rebotan historias sobre la rugosa piel de la cueva, monologuistas criados en la barra del bar, payasos que relatan entre bofetadas, confetis y redobles circenses, poetas que estiran y doblan las palabras y juglares que, acompañados de los acordes de una guitarra, rescatan personajes que vivieron en la noche de los tiempos.