Contar con sonidos
Si miro para atrás podría decir sin mentir que, a través de la música, llevo formando parte de los cuentos desde hace casi veinte años. Aún recuerdo la primera actuación que hice junto a Sandra Cerezo en un local de mala muerte haciendo un espectáculo que se llamaba “Música de duendes”.
En aquel momento mi manera de acercarme a los cuentos desde la música era pura intuición. No había criterio, ni razón, solo un cúmulo de decisiones azarosas que llegaban desde la intuición para intentar resaltar la historia. Por aquel entonces yo no componía, pero aun así me molestaba bastante que se me hablara de la música como algo que iba a estar de fondo, como si lo que yo fuera a tocar fuera una música de ascensor a la que ya ni se la escucha. Viniendo del mundo clásico (signifique lo que signifique eso) me perturbaba la idea de pensar que la música que cogía prestada a Beethoven, Chopin, Mozart, etc., iba a usarse para que estuviera únicamente de fondo.
Por ese motivo, con toda la osadía y sin más argumento que el gusto intuitivo, me aventuraba a marcar el ritmo de partes de la historia para que se estableciera una sincronía entre la música y el cuento que se estaba narrando. Pensaba que las palabras que se decían podían ser la propia música, y aunque yo no hablara, de alguna manera sí lo hacía. Por eso era importante que la música fuera elegida meticulosamente, para que en cada parte lograra aportar un significado paralelo a la historia. Además, era fundamental que quien narraba el cuento percibiera los significados de la música para poderse adaptarse a ella y retroalimentarse mutuamente.