Para AEDA, la asociación de profesionales de la narración oral en España, este 2024 ha sido un año en el que se han continuado y reforzado algunas líneas de acción en las que llevamos trabajando desde hace mucho tiempo. Sin embargo, también ha habido algunas novedades y sorpresas que nos han servido para medir el pulso de nuestra asociación y, en algún caso, también de nuestro colectivo. 

Entre las actividades en las que hace mucho que trabajamos, continuamos participando en la Plataforma Profesional de las Artes Escénicas y de la Música, en distintos grupos de trabajo que conectan directamente con proyectos tan anhelados como el Estatuto del Artista, las subvenciones y otras cuestiones relacionadas con las particularidades de nuestro oficio.  

En este 2024 hemos seguido insistiendo en la importancia de la visibilidad de nuestro oficio y por eso, la celebración del 20M se extendió hasta 9 municipios (Castro Urdiales, Azuqueca de Henares, Cáceres, Uviéu, Alcalá de Guadaíra, Segovia, Huesca, Pradejón y Tías) de todo el territorio nacional y contó, en Segovia, con la presentación de Jesús González, quien vino en representación del Ministerio de Cultura y la Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura. 

Además del 20M, y como parte fundamental de nuestro empeño en dar visibilidad al trabajo de la asociación y al del colectivo de narración oral, seguimos utilizando activamente las redes sociales para comunicar la agenda y mostrar y acercar los lugares en los que se cuentan y escuchan cuentos. 

Para mis amigas y amigos de AEDA, con gratitud.

 

Las historias son compañeras de viaje. Cuando forman parte del repertorio, nos siguen obedientes como si fueran las ovejas de un rebaño. Existe un flechazo inicial que hace que se elija para contar un cuento y no otro, tanto que se puede decir que quien narra es el primer destinatario de sus cuentos. A partir de ese momento, el relato se singulariza de tal modo que comienza a vivir dentro del cuentista y va soltando su substancia lentamente, a veces a lo largo de años. No son muchos los cuentos que acompañan hasta ese límite, pero algunos llegan a nuestra vida para quedarse, y son ellos los que nos habitan y en verdad los que nos cuentan. Cada persona es un cúmulo de historias, sin duda, pero los cuentistas tenemos la suerte de que nos sabemos más. Dejarse habitar por las historias que gustan me parece uno de los grandes privilegios del oficio de contar.

Es posible que la primera vez que tomé conciencia de la compañía que hacen los cuentos fuera con uno de Las mil y una noches titulado “Caso prodigioso de videncia”, Noche 351, que conocí por primera vez en versión del orientalista alemán Gustav Weil con el título de “Historia de los dos que soñaron”, recogida en la memorable Antología de la literatura fantástica (1). Algún tiempo después me encontré de nuevo con ella, esta vez en la versión de J. L. Borges incluida en su libro Historia universal de la infamia. Resulta fascinante observar las pequeñas modificaciones que cada uno de los autores adoptaron respecto al original. Resisto la tentación de extenderme sobre ello, y tan solo diré que el autor argentino copia en gran parte la versión de Weil, incluido el título, y también como él, cambia las ciudades del cuento: en Las mil y una noches el protagonista es de Bagdad y sueña que su tesoro está en El Cairo; y en la versión de Weil y Borges el hombre es de El Cairo y sueña su tesoro en Isfaján.

Si miro para atrás podría decir sin mentir que, a través de la música, llevo formando parte de los cuentos desde hace casi veinte años. Aún recuerdo la primera actuación que hice junto a Sandra Cerezo en un local de mala muerte haciendo un espectáculo que se llamaba “Música de duendes”.

En aquel momento mi manera de acercarme a los cuentos desde la música era pura intuición. No había criterio, ni razón, solo un cúmulo de decisiones azarosas que llegaban desde la intuición para intentar resaltar la historia. Por aquel entonces yo no componía, pero aun así me molestaba bastante que se me hablara de la música como algo que iba a estar de fondo, como si lo que yo fuera a tocar fuera una música de ascensor a la que ya ni se la escucha. Viniendo del mundo clásico (signifique lo que signifique eso) me perturbaba la idea de pensar que la música que cogía prestada a Beethoven, Chopin, Mozart, etc., iba a usarse para que estuviera únicamente de fondo.

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Por ese motivo, con toda la osadía y sin más argumento que el gusto intuitivo, me aventuraba a marcar el ritmo de partes de la historia para que se estableciera una sincronía entre la música y el cuento que se estaba narrando. Pensaba que las palabras que se decían podían ser la propia música, y aunque yo no hablara, de alguna manera sí lo hacía. Por eso era importante que la música fuera elegida meticulosamente, para que en cada parte lograra aportar un significado paralelo a la historia. Además, era fundamental que quien narraba el cuento percibiera los significados de la música para poderse adaptarse a ella y retroalimentarse mutuamente.

Allá a comienzos del 2004 yo era un joven recién salido de la carrera de magisterio con algo de experiencia escénica (amateur) y con pocas ganas de encerrarme a estudiar una oposición. En ese contexto de apremio por encontrar qué hacer con mi vida se me abrió la posibilidad de un curso para aprender a contar cuentos en una editorial gallega. No era algo que yo estuviera buscando, pero como tampoco tenía otra cosa que hacer decidí aprovechar la oportunidad. A los tres meses estaba contando cuentos de esa editorial por los colegios de toda Galicia. Acababa de prender en mí la necesidad de contar. 

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Por hacer uso de los conocimientos adquiridos en la carrera (de algo me tenían que servir) y aplicando la Teoría de Etapas del Aprendizaje de Maslow, transitaba en ese momento por mi etapa de INCOMPETENCIA INCONSCIENTE. Me ceñía a lo aprendido en ese curso y contaba los cuentos que me habían enseñado pensando que ya tenía dominada esta profesión (spoiler: uno nunca tiene dominada esta profesión). 

Contar cuentos es una interpretación personal de las historias, y la propia experiencia te lleva a encontrar tu forma de contar. Dicho así parece muy fácil, en cambio, es un continuo caminar.

Aunque estudié Psicología, fue la música la que me llevó por otros derroteros. Terminé el grado elemental de piano, y no se me daba muy bien tocar, una pena para mí cuando me di cuenta. Pero, aun así, me gustaba mucho, y con gran entusiasmo me acerqué a la expresión musical, esto se me daba mejor, así es que comencé a dar clase. Me encantaba motivar a los más pequeños a través de la música y comencé a trabajar como monitora de música y movimiento en la Casa de la Cultura de Alcalá de Guadaira, el pueblo de Sevilla donde vivía en aquel momento. Diez años estuve allí, y me fui formando a través de cursos de pedagogía musical activa, juegos musicales de despertar auditivo, método Kodaly y método de Orff. Me gustaba convertir cuentos en canciones para la biblioteca y hacía mis pinitos cantando. Todo iba muy bien. Ya casi pensaba que estaría allí toda la vida, en cambio, comencé a aburrirme de hacer siempre lo mismo. Tendría unos 24 años cuando  empecé a desarrollar mi faceta teatral y a trabajar en musicales y en distintas compañías de teatro y títeres, pero, al tiempo, también me cansé de hacer proyectos de otros y decir palabras que no sentía mías. Por eso me aventuré a crear mi propia compañía. Aunque era yo sola, prefería trabajar con otro nombre, no me sentía cómoda con el mío y me inventé a Triglú Teatro, donde empecé a hacer espectáculos unipersonales de cuentos teatralizados. Mi hijo Adrián Cardeñoso, por esa época estaba terminando su carrera de piano y comenzamos a trabajar juntos en algunos espectáculos. El primero se llamaba “Música de duendes”. Trabajamos mucho con él. Y luego vinieron otros. Nunca me planteé tocar y contar a la vez porque siempre me ha gustado que la música tenga un lugar importante y centrarme por completo en la interpretación de la historia.

Durante el mes de febrero, desde el grupo de trabajo (GT) "Informe Carter" de AEDA, se ha organizado una formación en línea que ha constado de cuatro sesiones con el nombre de “Narración oral y perspectiva de género”.

Ha sido una experiencia muy enriquecedora a nivel intelectual y emocional. Desde el GT no podemos más que dar las gracias por la buena acogida que han tenido estas sesiones tanto dentro como fuera de la asociación. 

Hemos creado un espacio de encuentro y reflexión que nos ha permitido formularnos preguntas y también encontrar estrategias para sortear los caminos que la costumbre, que no la lengua, nos vuelve difíciles. 

Compartimos en este texto algunas de las aportaciones de Ana Juan Cantavella en la mesa redonda de la Jornada de Morella.

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¿Qué significa para ti contar?

Para mí, contar es un acto cotidiano con el que construimos una parte esencial de lo que significa ser humanos: ese envoltorio narrativo con el que aprendemos a relacionarnos con el mundo y con las posibles maneras de nombrarlo y ordenarlo.
Trabajo mucho con la primera infancia y sobre todo con agentes culturales y educativos que están cerca de ella y contar es ofrecer las voz para que ese otro ser que acaba de llegar al mundo pueda construir su propia voz. Una voz hecha de fragmentos de otras voces y en las que el cuento y el canto, las cancioncillas y las historias, son parte elemental para apropiarnos de una herramienta esencial: la lengua.
La literatura, además de ofrecer espacios de relación rica con el lenguaje, ofrece estructuras para pensarnos y para ir construyendo nuestro espacio simbólico interior (hecho de imaginarios prestados) y también para ordenar y tratar de entender el mundo que nos rodea. La oralidad, los relatos, las canciones, la prosodia de la lengua materna son actos fundacionales para los bebés en el sentido psíquico y lingüístico, y deben ser nutridos desde el inicio, ya que son tan necesarios como la nutrición alimenticia.

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