Atlántica es un Festival Internacional de Narración Oral, nacido en Santiago de Compostela en el año 2013. La ciudad había tenido sus épocas doradas de la narración oral, con una programación variada en diferentes espacios. Pero en el 2012 se veían pocos carteles de “contacontos”.

El Festival nace de una mezcla preciosa: añoranza de esa época, necesidad de crear nichos de trabajo en tiempos de crisis, ganas de reencontrarnos en torno a las historias, público que por la calle reclamaba la vuelta de los narradores y un grupo de voluntarios de distintos sectores creativos, que inmediatamente se sumaron a la idea. 

Los bares de la Ciudad Vieja, con el pub Atlántico a la cabeza, apostaron por el evento. Quico Cadaval, Cándido Pazó, Avelino González, Paula Carballeira, Charo Pita, Celso Sanmartín, Fátima Fernández, Caxoto, Oswaldo Digón y más compañeros y amigos que ahora se me escapan se pusieron enseguida a disposición y muchos de ellos a trabajar desde dentro.

 

¿Por qué Atlántica?

Galicia es mar, su gente, sus historias, huelen a océano incluso en  tierra adentro. Si escuchas a un narrador gallego tienes la sensación de meterte dentro de un viaje que de fondo tiene la melodía de las ondas y de los vientos.

A eso hay que sumarle un trabajo de investigación que algunos integrantes del equipo veníamos  llevando a cabo en yacimientos arqueológicos, donde a cada piedra que levantábamos aparecían indicios de una cultura celta de carácter atlántico, con vínculos ancestrales con otros países de nuestro entorno marino: Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda, la Bretaña Francesa, o más allá: al mundo escandinavo o de pueblos germánicos como los suevos. 

Los inicios y la búsqueda de sentido

Espacio Cultural Colombre, centro especializado en libros y literatura, abrió las puertas a la programación de eventos y actividades en octubre de 2012, sumándose así a una oleada de apertura de lugares y espacios, habida lugar en los últimos años, que venían a ofrecer una alternativa al panorama cultural dentro de una ciudad, en este caso Sevilla.

La idea, o más bien la intuición, no es otra que trabajar y vivir el mundo del libro apartado de las innecesarias presiones y urgencias para poder respirar aires  amables, al margen de la burbuja editorial y del incesante ritmo de novedades de las librerías. Un ir sin prisa pero sin pausa, que nos permita disfrutar del camino y del encuentro con los libros y con la gente, un poco a la manera barojiana, entreteniéndonos en el detalle, «como el que va por el camino distraído, mirando este árbol, aquel arroyo, y sin pensar demasiado a dónde va».

Antes de programar y tener un espacio, ya llevábamos un tiempo mercadeando, a base de trueques, donaciones, depósitos amistosos, expurgo de nuestras propias y queridas bibliotecas, que sacrificábamos al grito de «libro que no has de leer déjalo correr», todo para poder contar con un puñado de monedas que luego invertíamos en pinturas, estructuras, materiales, cacharros, mobiliario y, en definitiva, en toda la artillería necesaria para montar una pequeña, al tiempo que coqueta, librería en un local –antiguo polvero y anterior cochera–, de bajo alquiler, tal vez, en el callejón menos transitado y conocido de Triana, y también probablemente de toda Sevilla. Lo que cualquier reputado director de ventas hubiera definido como un suicidio comercial en toda regla y abocado al fracaso, era, sin embargo, para nosotros, una idea seductora y atrayente como un abismo.

Ahora ya podemos empezar a hacer historia; ahora ya podemos decir y redecir que el Festival de Narrativa Oral de Chelva está consolidado. O no. Nunca se sabe; las palabras van y vienen, y los festivales, también. Pero parece que el nuestro se ha quedado; ¡aunque no  estancado! ¡Qué va! Está entre nosotros, conviviendo ya como uno más de este pequeño pueblo de la Serranía valenciana y, como nosotros, ha tenido años buenos, y otros menos buenos; pero aguanta, le gusta vivir aquí, entre montañas, de boca en boca, saliendo a la calle en pleno mes de enero, cuando más corta el frío, junto a San Antón, patrón de la fiesta por excelencia del mundo rural valenciano; porque es entonces cuando Chelva se ilumina con las más de cien hogueras que prenden sus vecinos en las calles, cuando todos salimos a reunirnos junto al fuego, a purgar nuestras sombras, y entre ellas nos sale hablar, afloran los recuerdos, las experiencias, los deseos, la magia de las palabras…

Este año celebramos la XVIII edición del Festival, nacimos pues en 1998, de la mano del contador valenciano Vicente Cortés, que fue el creador del proyecto y director artístico del Festival hasta 2003, para pasar el testigo a Diego Álvarez, que lo encaminó dulcemente hasta 2007, cuando el azar dispuso que fuera una gran mujer, Ana Cebrián, la que siguiera dando alma al asunto. En 2011 se pensó que ya que tenía una cierta edad y los recursos escaseaban, se quedara a solas conmigo, que lo vi nacer y a la vez crecimos juntos.