gallego

De algún modo podríamos decir que la idea gallega de familia no se puede acotar ni en el tiempo ni en el espacio y que la creencia moderna de que la muerte es el final o que el mundo de los vivos y el de los muertos son planos estancos e inconexos son ideas que no operaban en el campo de la cultura tradicional gallega, pues en nuestro mundo cultural, eminentemente simbólico, los miembros fallecidos de la familia también conviven con los vivos en una relación que transciende la dimensión temporal y terrenal. Esta convivencia es una relación simbiótica, de un intercambio mutuo que podemos observar en múltiples prácticas y creencias relacionadas con el mundo de los difuntos y de las ánimas. Y digo que es simbiótica porque a las ánimas —igual que a los santos— se les piden favores pero también se ruega por ellas y se pone en marcha todo un enorme ensamblaje de prácticas que buscan, en última instancia, ayudar a estas almas a salir del Purgatorio y a alcanzar la paz eterna.  

 

La relación con las ánimas

Por supuesto, a las ánimas se les piden favores, la intermediación para solucionar un conflicto o su intercesión para alcanzar una sanación o solucionar un problema grave. Posiblemente esto se deba a la creencia de que las ánimas benditas, sobre todo aquellas que ya salieron del Purgatorio, tienen una posición privilegiada y un cierto poder para ayudar a los vivos  pues están ya más cerca del cielo y de Dios y eso siempre confiere poder, privilegios y capacidad de intervenir en nuestro mundo. En lo que a esto respecta, he recogido muchos testimonios que acreditan esa fe en el poder benefactor de las ánimas o en las almiñas de los difuntos, como me decía una informante: “yo a las ánimas tengo mucha fe, a los santos no, pero a las ánimas....” 

En cambio, la gente también se esforzaba por ayudar a las ánimas que están en el Purgatorio. Les ofrecen misas, les hacen ofrendas en las huchas de ánimas o les rezan en casa, entre otras muchas costumbres. Por ejemplo, hasta hace unos años los domingos y fiestas de guardar se acudía a la misa, se encendían velas ofrecidas para los difuntos y se les daban responsos. A la salida de la misa se hacían la puja de los pollos, bollos de pan y demás ofrendas que los feligreses traían para las ánimas de los difuntos. No faltaba quien quería dejar en el testamento un legado a favor de las ánimas, era el llamado “quinto das ánimas”, que servía para pagar misas y responsos en sufragio del ánima del finado. Cada año, coincidiendo con el Día de Difuntos, se celebra un acto litúrgico general por todas las almas de los difuntos de la parroquia que estaban en el Purgatorio. También había, y hay, novenas, y en muchos lugares de Galicia se hacía un bollo de pan y se llevaba al atrio de la iglesia para darle a la gente, era el “Pan das ánimas”. Estos bollos eran para dar de comer al salir los asistentes de la misa y para repartirlos entre los pobres. Por la Candelaria se bendecían las velas que se llevaban para casa —y aún se llevan— para ponerlas en la mano de los agonizantes o para encenderlas en el mes de Santos. El Jueves Santo se llevan las velas a la iglesia para bendecirlas y después se guardan como poderosos amuletos para encenderlas los días de tormenta y mantener la casa protegida de la acción del rayo. Estas velas antiguamente se guardaban también para iluminar el viático. La influencia de las ánimas llegaba a cosas tales como la llamada “espiga das ánimas”, que eran unas espigas de maíz especiales, de ésas que tenían varios hijos, y que se guardaban aparte de las de la cosecha. Las espigas de las ánimas se dejaban de un año para otro colgadas de la cuadra, acción que, a veces, se acompañaba de la sentencia: “polas almiñas dos que faltan desta casa”. También era frecuente que estas espigas especiales fuesen usadas como amuletos sanadores para darles de comer a las vacas que tenían problemas para parir o para expulsar la placenta tras el parto. Con la introducción de las nuevas variantes mejoradas de maíz americano ya no es tan fácil encontrar estas espigas “con moitos fillos ou almiñas”, pero antiguamente eran más abundantes y era tabú usarlas pues también se tenía la costumbre de ofrecérselas a las almas de los difuntos a modo de exvoto. Por ejemplo, muchos vecinos de las parroquias del municipio de Pontevedra se acercaban hasta la Capilla de las Ánimas, en la villa de Pontevedra, para ofrecer estas espigas por las almas de sus difuntos. Las huchas de ánimas y los limosneros también guardan una estrecha relación con estas creencias, pues en ellos se hacen ofrendas para la salvación de los difuntos. A pesar de que los tiempos cambian, todavía hoy son muchos los momentos del año y los acontecimientos sociales en los que el recuerdo de las ánimas se hace especialmente presente. 

 

La visita de las ánimas

Las ánimas son, al mismo tiempo, ambivalentes, es decir, pueden ser buenas o venir con malas intenciones. Como dijimos, las ánimas pueden interceder por nosotros ante la divinidad e incluso pueden ayudarnos en nuestros males o problemas de la vida cotidiana, pero las ánimas también pueden venir a pedir justicia, venganza, a molestar a los vivos o a aterrorizarlos. Y digo venir porque las ánimas —tras pasar las puertas del Más Allá— tienen la capacidad de volver a este mundo. Como explica el antropólogo Marcial Gondar, las ánimas pueden venir a este mundo bajo distintos aspectos, bien como individuos o bien como grupo, el caso de la Compaña. Cuando se aparecen como individuos pueden hacerlo bajo la apariencia que tenían en vida —figura humana—, o en forma de animal, por ejemplo es muy habitual hacerlo como abeja o luciérnaga y existe la creencia en Galicia de que las mariposas nocturnas de color blanco que podemos ver en nuestras casas son ánimas que salen del Purgatorio y las negras son las ánimas que vienen a pedir que les recen oraciones para ayudarlas en su salvación. Las ánimas también pueden venir en forma de ruidos, sombras o luces y también pueden materializarse en algo inanimado como una piedra. Cuando éstas se nos presentan pueden hacerlo de una manera directa, como ocurre en las apariciones o cuando se introducen en el cuerpo de una persona, cítese el caso de los llamados “cuerpos abiertos”. Pero las ánimas también se nos pueden presentar de un modo indirecto y esto es lo que ocurre cuando las cosas en la casa comienzan a ir mal: cuando hay desgracias, malas cosechas, muertes de animales, accidentes  o enfermedades es habitual atribuir estos sucesos a la presencia de un ánima. 

 

Fechas para el contacto con los que están en el Más Allá: la Noche de Difuntos

Existen determinadas fechas del año en que es más fácil el tránsito entre los dos mundos, el del Más Allá y el terrenal. Por ejemplo, existe la creencia de que las ánimas del Purgatorio suelen bajar a la Tierra, sobre todo por la noche y en fechas señaladas como son la Noche Buena y la Noche de Difuntos. Era práctica habitual en Galicia, y todavía lo sigue siendo en muchos lugares de nuestro territorio, que por la Noche de Difuntos no se recogiese la mesa pues las ánimas de nuestros difuntos venían a visitar la casa esa noche y había que dejarles algo por si tenían hambre. Por el mismo motivo solía dejar el fuego encendido en la chimenea, pues es bien sabido que las ánimas, a pesar de que se representan ardiendo en las llamas, tienen normalmente frío y por eso se acercan por la noche al fuego de la chimenea del que había sido su hogar. Lo mismo se hacía en la noche de Noche Buena, incluso había gente que cuando llegaba la cena ponían un plato en la mesa  por cada miembro de la familia fallecido. Podemos decir que la Noche de Difuntos es una noche mágica. Y digo mágica porque existe la creencia de que esta noche, igual que sucede con la de San Juan, se abren las puertas del Más Allá y el mundo de los vivos y el mundo de los muertos se encuentran más cerca que nunca. Éste es el único momento del año en que desaparece el velo que separa este mundo de los vivos del otro, del Más Allá, y por eso es posible el tránsito de uno a otro mundo. Es por tanto una noche adimensional y atemporal y, así, pasado, presente y futuro se juntan en esta celebración. Son precisamente las circunstancias al borde del umbral que rodean esta noche las que permiten que los miembros difuntos de la familia puedan volver a caminar entre los vivos y vengan a visitar sus antiguos hogares en la tierra. 

Por motivos de extensión, no voy a entrar en este artículo a hablar del origen de la fiesta de los muertos y sus diferentes sustratos precristianos, tan sólo voy a decir que fue en el siglo IX cuando la iglesia destinó el primero de noviembre al día de Todos los Santos y en el siglo XII, el día siguiente, como Día de Difuntos, cristianizando de este modo las antiguas fiestas paganas de los muertos. En Galicia, los niños recorrían en estas fechas las casas de la aldea pidiendo carne, pan, vino y dulces, que guardaban en sus bolsas para consumirlos después en sus casas. Esta costumbre, que hoy nos parece propio del Halloween americano, pero que nace en Europa, era tradición común en Galicia hasta tal punto que en el siglo XVI el inquisidor, humanista y obispo de Mondoñedo Frei Antonio de Guevara sancionó esta tradicional costumbre  que para él era desconocida: Nos constó por su visita que el día de Todoslos Santos y el día siguiente de Difuntos andan todos los mozos de la parroquia pidiendo por las puertas y les dan pan y carne y vino y filloas y pichones y otras cosas, y que piden tanto los hijos de los ricos como los pobres; y por ser más este rito gentil que cristiano, ordenamos y mandamos que, de aquí en adelante, ningún mozo vaya esos dos días de puerta en puerta a pedir, sino que el beneficiado, el rector y el primer clero y otro que nombrase la parroquia pidan aquel pan y todo lo demás que les hayan dado o lo repartan en la iglesia el Día de los finados entre los pobres y necesitados, so pena de que el padre o madre que haya enviado a su hijo a pedir esos días pague mil maravedís (…) 

Además de esta costumbre de los niños de ir a pedir por las casas  también existía la tradición de preparar comida para los difuntos que nos venían a visitar esa noche mágica. El propio obispo de Mondoñedo hace los siguientes comentarios escandalizado al respecto por estos ritos: [...] encontramos que existe la costumbre en muchas partes de este nuestro obispado de que en los mortuorios que hacen, y el Día de los finados, que es otro día de Todos los Santos, comen y beben y ponen mesas dentro de las iglesias y lo que es peor, ponen jarras y platos encima de los altares haciendo aparador de ellos. Ordenamos y mandamos que nadie se atreva en dichos mortuorios y honras y Días de finados a comer ni beber en las iglesias, so pena de que pague cada uno dos ducados y el cura que lo consiente cuatro. 

A pesar de las prohibiciones y los intentos anatemizantes de la Iglesia, muchas de estas creencias y tradiciones perduraron hasta nuestros días mezcladas con el cristianismo e integradas como algo normal y típico de la Noche de Difuntos. En la actualidad, los católicos celebran  el 31 de octubre la víspera de Todos los Santos. Recuerdan en estas fechas a sus muertos, por Difuntos hay novenas, visitan los cementerios, adornan las tumbas  y encienden velas que les sirven de guía a los difuntos, que tienen que estar prendidas hasta que se consuman, para que encuentren la salida del purgatorio. Se encienden también lámparas de aceite sobre las lápidas de nuestros fallecidos e se cree que cuando una de estas lámparas se consume indica que una ánima del purgatorio alcanzó, por fin, la luz.

 

Os magostos

Una celebración tradicional de Galicia que está estrechamente relacionada con lo  que estamos a explicar es el magosto que también tiene un simbolismo de fiesta dedicada a nuestros difuntos, de hecho su celebración coincide con el mes de Santos. Por San Martiño, en el mes de noviembre, las castañas ya maduras empiezan a abrir los erizos y a caer en el suelo. Comienza entonces la época de los magostos en Galicia. Esta celebración simbólico-culinaria se ciñe normalmente a las fechas comprendidas entre el 1 de noviembre —Día de Todos los Santos— y el 11 de noviembre —festividad de San Martiño—, aunque también se pueden celebrar en los días anteriores o posteriores a estas fechas o incluso desde mediados de octubre hasta mediados de noviembre. El portugués Leite de Vasconcelos consideraba el magosto como un vestigio de un antiguo sacrificio en honor de los muertos y refiere que en Barqueiros era tradición preparar, a media noche, una mesa con castañas para que los difuntos de la familia fuesen a comer; al día siguiente nadie tocaba esas castañas pues se creía que estaban “babadas dos defuntos”. También en los magüestus asturianos se solían dejar las castañas que sobraban para que las comiesen los difuntos.

En cuanto al aspecto simbólico de los frutos típicos del magosto, la castaña podría simbolizar la inmortalidad al ser un fruto que proviene de un árbol de larga vida. En Galicia era costumbre —e todavía lo es en muchas aldeas de Ourense— durante estas celebraciones manchar la cara con la ceniza del fuego. Alexander Carmichael nos habla de la celebración de la festividad céltica del Samaín en Escocia durante el siglo XIX y afirma que en la víspera de esta fecha se encendían hogueras en los claros del bosque para la celebración de una especie de reunión lúdica de la que se volvía con la cara manchada por la ceniza de la hoguera, práctica que buscaba simular una apariencia fantasmal que asustase a los vecinos cuando, ya entrada la noche, volvían para las aldeas. Curiosamente, es la misma costumbre que todavía se mantiene en la celebración de los magostos en nuestra tierra.  En los magostos también era frecuente la realización de otros tipos de juegos como saltar por encima de la hoguera para purificarse —como se hace en la noche de San Juan—, contar historias o cantar y bailar.

 

Las ánimas como mensajeras de desgracias

En las creencias de nuestra cultura popular, la muerte no acostumbra a presentarse de repente sino que antes suele avisar, es decir, se piensa que la muerte y las desgracias van siempre precedidas de una serie de avisos, agüeros o señales. En la sociedad tradicional había gente capacitada para leer estos agüeros y para ver y percibir con antelación las señales de la desgracia. Figuras como los vedoiros o los cuerpos abiertos tenían el don de la visión y podían acceder a esta información privilegiada. Pero existían también toda una serie de señales que podían ser interpretadas por cualquier persona, sucesos, sonidos, presencias que eran rápidamente interpretadas como el aviso de que una muerte o un gran mal iba a suceder. Muchos de estos avisos de muerte eran atribuidos a las ánimas. Existe la creencia en Galicia de que si se siente ruido sobre el tejado, como de arenas o pequeñas piedras al golpear sobre él, significa que próximamente caerá enfermo o morirá alguien de esa casa. Lo mismo ocurre si se escuchan tumbos o golpes inexplicables sobre el tejado. En la cultura popular gallega los golpes de piedras batiendo sobre el tejado tienen identificado con la presencia de la Santa Compaña. Tanto cuando se escuchan ruidos extraños como cualquier otro que irrumpa en el silencio nocturno del hogar, la creencia popular es que las almas están inquietas y eso siempre es una señal de que algo malo va a suceder. Expresiones como las siguientes reflejan claramente esta creencia: “Andan las almiñas revueltas, no tienen paz” o “Todavía no encontraron el camino que las hace retornar a casa”.

Sin lugar a dudas es la Compaña — mal llamada santa — el fenómeno cultural dentro del ámbito de la muerte, los difuntos y las almas en pena que vuelven del Más Allá el que más impacto tuvo en los gallegos. Para resumirlo brevemente, la Compaña es la procesión de ánimas en pena que salen por la noche a recorrer caminos y pistas anunciando la futura muerte de un vecino. La procesión de muertos va encabezada por un vivo que porta la cruz y el caldero y agua bendita. Detrás va la cofradía de ánimas que  normalmente viste sudarios o  túnicas blancas con capucha e ilumina a su paso con cirios que, a veces, son huesos de muerto encendidos. Los vivos condenados a caminar cada noche con la Compaña verán menguar su salud: una extrema delgadez y palidez inundará sus cuerpos y no alcanzarán descanso ninguna noche hasta que sean capaces de pasarle la terrorífica carga a otro desgraciado. La Compaña viene a reclamar el alma de alguien que va a morir, a reprochar o castigar las faltas cometidas por los vivos o para anunciar a quien se tope con ella la muerte de algún conocido o de sí mismo. Cuando uno se encuentra con la Compaña no debe mirarla directamente, ni escuchar lo que le diga, ni tomar nada que le ofrezca, como por ejemplo una vela, la cruz o el caldero de agua bendita, pues si te ofrecen una de estas cosas y la coges tendrás que ir con ellos en la procesión hasta que se lo puedas dar a otro incauto con el que te encuentres. Para protegerse de su encuentro hay varias estrategias: salir huyendo sería lo más natural y aconsejable pero si eso no es posible siempre se puede echar uno en el suelo boca abajo, refugiarse al amparo de un crucero o hacer con un palo una raya de Salomón, una pentalfa o un círculo en el suelo y meterse dentro y, nunca está de más,  rezar.

 

El peligro de los difuntos

No sólo las ánimas pueden ser peligrosas, lo mismo ocurre con los difuntos, sobre todo en ese impase que precede a su muerte. Ese miedo lleva aparejado toda una serie de ritos e creencias que se ponen en marcha en el momento del fallecimiento de una persona. Era frecuente tapar los espejos de la casa cuando había un fallecimiento. Había también que atarle la boca al difunto para que no se le abriese. La parte de un posible sentido estético a la hora de presentar el cadáver, puede tener relación con la idea de impedir que el alma del muerto escape por su boca y quede prisionera en la casa. También se echaba a los animales fuera de los establos para evitar que estos cayesen víctimas del aire del difunto. Después del entierro había que ahumarse. La ropa también se ahúma pasándola por el fuego purificador. Existía la costumbre de levantar e sentar al enfermo cuando pasaba un muerto por delante de la casa. Quizás para evitar que éste se llevase consigo al enfermo si lo veía tumbado y como a punto de morir. Existía la creencia de que los difuntos podían producir el mal de” la sombra de difunto” o “ el aire de difunto”. Para evitar el temido mal había que tomar una serie de precauciones como por ejemplo, la relacionada con el tabú de que las embarazadas no podían ir a un entierro pues corrían el riesgo de coger el “aire de difunto”. También se protegía a los más pequeños —los seres más vulnerables a estos males— de la sombra del sepulcro o del aire de los difuntos: dentro de estos mecanismos de protección infantil los amuletos jugaban un papel importantísimo.

No quiero acabar este artigo sin hacer hincapié en la estrecha relación que existe en la cultura gallega entre los vivos y los muertos, en el modo natural en que la muerte se integraba dentro de la vida como algo visible e siempre presente. Un mecanismo inteligente y práctico de estar alerta y de entender y aceptar la frugalidad de nuestro paso por este mundo terrenal. Una forma de integrar socialmente el dolor de la pérdida de un ser querido y un maravilloso mecanismo psicológico de superación del duelo, de superación de los traumas que puede causar la muerte y, en una sociedad rural acostumbrada al sacrificio y a la carestía, una herramienta de esperanza en una vida mejor, aunque fuese en el Otro Mundo. Hoy, con La desaparición del mundo rural y tradicional, todo esto se está perdiendo. Los muertos fueron relegados a un lugar oscuro y  olvidado y fueron convertidos casi en tabú. Los cementerios alejados del atrio de la iglesia donde se hacían las fiestas: las ánimas y el mundo del difunto pasaron a ser algo feo de lo que es mejor no hablar, y menos todavía si es a los niños no vaya a ser que los traumaticemos, y todo aquel mecanismo social de cobertura emocional frente a la desgracia de la muerte fue sustituido por psicólogos de pago. Es el precio de los tiempos que corren, tan sólo espero que cuando llegue mi momento de partir no me pidan cuentas en el otro lado, no sabría que decirles.  

 

Rafael Quintía Pereira. Antropólogo

trad. Charo Pita