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Diecisiete profesionales de la narración oral volvieron a sumar sus voces en vísperas del Maratón de Cuentos para exigir la reapertura del Teatro Moderno, con una sesión de dos horas. • El tremendo aguacero obligó a contar algunos cuentos bajo los soportales de la plaza Mayor, aunque la sesión coral empezó y terminó a las puertas del teatro cerrado.


Los cuentos sirven para imaginar. Imaginar, por ejemplo, que el público no está sobre las aceras a merced de los cielos, sino protegido bajo techo en el teatro. Los cuentos sirven, también, para transgredir, para demostrar que la unión contiene la fuerza necesaria para derribar puertas, o para celebrar ceremonias que se expresen como conjuros capaces, incluso, de parar la lluvia.

Aunque lo de la lluvia este jueves tuvo que esperar a la intervención providencial de Mon Mas, la narradora barcelonesa que intervino en esta segunda sesión reivindicativa ‘¡Ábrete Moderno!’. En ella participaron otros 16 colegas, entre ellos los alcarreños Estrella Ortiz y Pep Bruno, que ofició de maestro de ceremonia y obró el milagro de que, otro año más, estos cuentacuentos depositasen una porción de su talento al servicio de esta causa local. 

Érase una vez un teatro

Levantó el telón –se sobreentiende–  Mario Caballero, uno de los narradores de AEDA, la asociación del gremio que ha apoyado a Amigos del Moderno en su reivindicación de apertura del teatro, cerrado desde hace dos años y en el que tradicionalmente se celebraba el Festival de Narración Oral, enmarcado en el Maratón. Recordó la primera vez que estuvo en el Moderno. En su primer mensaje al público, encendió la magia de la sesión al asegurar que es capaz de estar dentro del teatro aunque las puertas permanezcan cerradas, dejó los circunloquios para más tarde y reivindicó que este año sea “el último en el que hay que contar en la puñetera calle y que contemos el año que viene en el puñetero teatro”. Luego sí dio paso a su narración.

El alicantino tuvo la delicadeza, dadas las circunstancias, de hablar de su madre –y no de la de ningún responsable del cierre del teatro– y, acompañado de las ilustraciones de un original álbum de familia, nos fue presentando a sus padres y sus abuelos, con una frenética mutación de rasgos. Es, la suya, una familia 'polifacética'.

Cristina Mirinda le tomó el relevo. “Sólo se está a las puertas de algo grande”, ironizó con el público arremolinado frente al Moderno. Grande es la gloria y grande es un teatro, insistió. Y con su verbo acusador como un dedo índice que señala verdades como puños, y haciendo gala de su inconfundible estilo de “narradora underground”, contó la evolución de la leyenda de los secuestros en el probador de las corseterías, tan extendida en los años sesenta, y que ahora se ha adaptado a los nuevos tiempos con los descuartizamientos en el ‘Todo a cien’ regentados por chinos. En cualquier caso se acordó siempre de los “angustiados” novios que, hoy como ayer, se quedaban a las puertas de estos establecimientos, lo que aprovechó para animar al público: “No nos quedemos a las puertas de algo grande”.

La sesión estaba lanzada, pero la lluvia empezó a incomodar a narradores y público. Margarita del Mazo contó la historia de Camuñas, el ogro que tenía afiladas las uñas y que tenía la molesta costumbre de atrapar niños, hasta que una niña le plantó cara y quedó al descubierto el verdadero rostro del monstruo, que no era Camuñas, sino el brujo Pirujo, de modo que se tuvo que cortar las uñas. Todo esto lo vivió el respetable entregado, porque no pestañeó a pesar de que ya caía un tremendo aguacero que, al acabar el cuento, obligó a todos a peregrinar bajo techo.

Traslado a los soportales

La organización, que se resignó a establecer el paralelismo de la tormenta con el tema del Maratón de Cuentos de este año –el agua– propuso continuar en los soportales del Ayuntamiento, curiosamente a las puertas de la casa de la que se espera la solución al cierre del teatro. Inés Bengoa perdió su condición de inaudita –lo es en el Maratón de los Cuentos hasta este viernes, en que narra– con este aperitivo canalla que es el ‘Abrete Moderno’. Contó un cuento de varias cabras que se enfrentan a un ogro, con un desenlace nada ortodoxo.

Quedaba destapado así un filón de cuentos que se podría titular en conjunto “la rebelión de los débiles”, porque los animales más indefensos están plantando cara a los malos –ogros, zorros– con ímpetus renovados. Ocurría igual en el cuento a dos voces de los alcalaínos Légolas, donde una gallina que cada vez comía más y un zorro que cada vez estaba más delgado acaban invirtiendo el orden natural de las cosas.

Marta Chiara, con un bloc, dibujó, rimó, cantó y contó hasta diez, dio a conocer la historia de un burro muy chiquitito que tenía un encuentro con un grandullón muy particular y siguió con los burros –luego repetiría, en los bises, insistiendo en el mismo animal– con un trabalenguas. Roberto Mezquita le siguió ante un “público cautivo” –no podía escapar de los soportales porque arreciaba la lluvia– y, solicitando la complicidad de los más pequeños, contó la historia de una vieja que vive en el Moderno y del resto de su familia.

Fue entonces cuando apareció Mon Mas y paró la lluvia. Así, como una hechicera. Contó que una vez hubo un día que no salió el sol. Todos –humanos y animales– estaban tremendamente nerviosos. En este cuento, primero un pájaro sobre una rama, más tarde un erizo, luego el yeti… y a final hasta una cantante de ópera prestaban su voz cantarina al reclamo de esta causa: devolver el sol al cielo. Los niños del público piaron, lanzaron pinchos al cielo y cantaron con Mon Mas. Ver para creer: salió el sol.

Ya sin lluvia en la plaza, fue el turno para Israel Hergón, que tiró de tradición nórdica para contar el cuento de un gato muy tragón, una historia que causó más de un sobresaltó en el público y que fue acumulando una cadena con todo aquello que se comía el felino conforme le salía al paso… hasta que se enfrentó, claro, con el cazador.

Estrella Ortiz abrió su libro transparente en un ‘tris-tras’ y, como siempre, le sacó un partido asombroso retorciendo sus palabras y rimando grillos, osos, ocas, mosquitos y tortugas: los chavales, hipnotizados, la siguieron con los gestos. El otro alcarreño, Pep Bruno, tiró de un clásico de su repertorio, la historia extremeña de San Juan de la Bellota, “que tiene la tripa rota”, consiguiendo tras los ensayos oportunos que el público siguiese contado y cantado con esmero este relato que culmina en un intercambio de cosquillas.

Raquel López presentó a una niña de ocho años que tenía una forma muy especial de demostrar su amor -compartiendo el bocadillo- y a la que las matemáticas le sirvieron en bandeja el mejor desenlace para poder enamorarse a pesar de los estrictos consejos de su madre. El sevillano Pepe Pérez –otro inaudito que, por decirlo así, perdió la virginidad en Guadalajara con esta sesión en vísperas del maratón– contó una de las historias más celebradas, la de Cucú, una vaca que hacía lo imposible por convertirse en rana. Al final llovieron unas extrañas ranas del cielo.

Tercer pase, en ‘la puñetera calle’

Como quiera que donde no llovía ya era en Guadalajara, toda la comitiva del ‘Ábrete Moderno’ volvió a peregrinar a su escenario natural, las puertas del Moderno o, como dice AAM, a la ‘puñetera calle’. Allí tuvo lugar el tercer pase de la tarde, ya definitivo. Charo Jaular regresó literaria y literalmente a cuando tenía seis años, rescató a una madre-figurante del público que fue –también literaria y literalmente– achuchada para contarle a los más pequeños y a los mayores cómo es posible acabar con los miedos. Con una puesta en escena muy divertida, el suyo fue un cuento de autoayuda.

Vanessa contó una versión libre de Caperucita; tanto, que abrevió y contó al revés, dejando a más de uno con cara de pasmado. Introdujo así a su pareja, Carlos Alba, que se recreó en una bonita historia que volvió a los orígenes de la humanidad para contar las razones por las que ahora el cielo está tan lejos. Convirtió al público en tribu cantando “cómo machaco mi grano” y se remontó a aquellas épocas en que se inventaron tantas cosas, entre ellas “sentirse mal por haberlo pasado bien” o el poético mito del cielo estrellado… hasta desembocar en los señores ávaros con el dinero que cierran el Moderno.

La función acababa ahí, después de 16 narradores, cerca de dos horas de sesión y dos peregrinaciones. En una ciudad habituada a 46 horas seguidas de narración oral esto apenas era un aperitivo. Y los propios narradores siguieron dando cuerda a la magia de los cuentos. Salió Patricia Picazo, que aún no había aparecido en el escenario, y dio el primero de los dos bises, aplicada en contar la desventura a la hora de repartir un pastel del pollo Cocorico, hijo de la gallina Fina. Su divertida historia dio paso a la última intervención, de nuevo Marta Chiara, escueta pero poética. En la mente de todos, narradores y público, seguramente se compartía la esperanza de que esta pequeña píldora fuese, para siempre jamás, el último cuento contado a las puertas del Moderno.