Carlos Sáez se encontró con los cuentos siendo ya talludito. En su trabajo como educador social vio en ellos una herramienta que podía ser de utilidad en su labor en el centro Topaleku, en Bilbao (aquí nos lo contaba). Empezó a programar sesiones de narración para adultos como actividad cultural en ese lugar de encuentro de personas que por diferentes razones se habían visto apartadas durante un tiempo de la sociedad.

Comenzó invitando a los narradores que participaban en el circuito de Virginia Imaz, y fue todo un éxito. Resultó ser el anfitrión perfecto y la propuesta funcionaba bien, pero eso le sabía a poco. Pronto montó el “cuarto de contadores”; tertulia en la que una vez al mes un grupo de amantes de los cuentos se reunía para compartir las historias que habían preparado. Pero esto tampoco era suficiente.

Carlos necesitaba más, así que se tiró a la piscina. A la piscina de la narración como oficio, como medio y como fin. A esa piscina en la que a veces no hay agua. O está muy fría, o revuelta. O se enturbia y no deja ver casi nada. Se lanzó y nadó. Y tenía estilo. Y fondo. Conoció el frescor de las miradas, la tibieza de los aplausos y el calor de las felicitaciones. Trabajó mucho, y nos dio alguna que otra lección de cosas que ni él sabía que sabía. Se mojó. Vaya si se mojó, y además lo hizo sin alharacas, sin rimbombancia y con una perenne sonrisa.

CarloSáez

A partir de ahí contó en lugares pequeños, llevando nuestro oficio adonde era desconocido y en otros más grandes donde decía que se sentía pequeño al lado de compañeros con más “nombre”. Tonterías.

Se zambulló hasta el fondo, y nos salpicó. Se ha ido sin darnos tiempo de secarnos.

Por eso le recordaremos.

Ha sido un gozo tenerte cerca, compañero.

Alberto Sebastián