Carnaval.

Pienso en esta palabra “carnaval” y lo primero que me viene a la cabeza son el ruido, la fiesta, las máscaras, la gente disfrazada. Gente disfrazándose de animales, de monstruos, de seres legendarios, de superhéroes o de personajes famosos de la tele que nadie recordará en pocos años. Mujeres disfrazándose de hombres, hombres de mujeres, niños y niñas de personas adultas, y gente adulta de bebés.

Y al ver todos esos disfraces, todas esas personas convertidas en personajes pienso en los personajes de los cuentos y sus transformaciones: la madrastra de Blancanieves disfrazada de anciana, el hijo del molinero vestido de Marqués de Caravás, el lobo haciéndose pasar por abuelita, la cenicienta hechizada en princesa. Hay príncipes disfrazados de mendigos, brujas trasformadas en doncellas, osos con apariencia de cazadores, dragones bajo una piel de campesina, sabios haciéndose pasar por ingenuos, dioses que toman forma de caballos, etc.

Máscaras, ropas, objetos mágicos...

En los cuentos el disfraz siempre tiene un sentido, es símbolo de cambio, de nuevas posibilidades, de evolución. Se suele utilizar para engañar a alguien o para evitar ser reconocido y poder ver el mundo con otros ojos: el rey que se disfraza de campesino para saber si sus súbditos son felices, por ejemplo. A veces el disfraz es el inicio de una transformación más profunda. El disfraz puede marcar el inicio de la aventura: te conviertes en otro y tu vida cambia, te suceden cosas que en tu vida normal no te sucederían. Como le pasa a Max el protagonista de Donde viven los monstruos, que al disfrazarse de lobo ve como se abre ante él ese nuevo Max y ese país desconocido del que será rey.  En este caso el cambio es mágico y no solo de vestimenta, sino de comportamiento total del individuo.

El cambio de traje puede estar también en el nudo o incluso en el desenlace de la historia.  A veces el cambio de traje o disfraz hace que la historia cambie de rumbo “El gato con botas” siempre con el engaño de por medio, “Los siete cabritillos y el lobo”, “Blancanieves” y el engaño de la madrastra, etc.

Pienso también en el título que le dio Ovidio a ese libro en el que recopiló cientos de pequeñas historias de tradición oral que habían llegado hasta el a través de los siglos: Las metamorfosis.

Pero ¿qué sentido tiene que sigamos disfrazándonos?

¿Qué nos aporta ese disfraz?

Es indudable que tanto la narración oral como el carnaval nacen de los mismos ritos, de esos tiempos en los que se intentaba entender lo incomprensible. Como dice Joxemari Carrere en su artículo "Carnaval y tradición oral. La muerte de Miel Otxin": “El carnaval es el cuento hecho carne”. En este artículo el autor partiendo de las figuras del carnaval de Lanz nos muestra cómo en los ritos de carnaval hay elementos narrativos, historias que se repiten, que se cuentan y se representan año tras año. Historias y antiguos ritos en los que lo imposible podía tomar forma o al menos contarse, lejos del orden y las leyes de la vida cotidiana. 

Carrere se aventura a plantear que el narrador popular sería un activo participe de estas celebraciones y este uno de los temas que trata Carlos Alba, a su vez, en su artículo "Las mascaradas de inviernos en Asturias". Carlos nos muestra cómo la narración oral ha encontrado un espacio en esas celebraciones, un espacio en el que, entre disfraces y fiesta, seguir contando las viejas historias que siempre cambian y siempre son la misma, a través de coplas y de personajes que han ido naciendo y transformándose a lo largo de los tiempos. Historias que a través de la burla a la autoridad, el absurdo y la obscenidad, hacen que cada invierno la gente muestre una cara que luego ocultará el resto del año. 

Desde Cádiz el narrador Pepe Maestro nos habla de la oralidad en el carnaval de Cádiz, y lo hace de una manera bien interesante, imitando el modo como dicha oralidad se desarrolla en los propios carnavales. Puedes escuchar el artículo directamente aquí y también puedes leerlo aquí.

Y en ese marco de excesos, de ebriedad, de desafio al poder, Antón Caamaño Vega en su texto “Silencio pido, señores”. Breve relato sobre género en el teatro ritual asturiano, intenta arrojar un poco de luz sobre el papel de la mujer a lo largo de la historia en las mascaradas de invierno asturianas. 

Carnaval.

Disfraces, máscaras.

Representaciones y cuentos.

Veo a la gente disfrazarse y salir a la calle y me pregunto ¿por qué seguimos haciéndolo? ¿Por qué después de tanto tiempo? Igual por las mismas razones por las que seguimos contando y escuchando historias. Porque esperamos que en algún momento bajo la máscara, escondidos entre la gente podamos descubrir algo, algo que nos ayude un poco o que nos haga ver la vida de manera diferente, algo que nos guíe o que nos desoriente por completo y nos obligue a plantearnos las cosas de nuevo. Igual que en los cuentos.

           Las 7 máscaras 

Había una vez un hombre que había hecho siete máscaras y las usaba permanentemente. Un día entraron ladrones a su casa y las robaron. El hombre, desesperado, comenzó a seguir a los ladrones gritando:

-¡Ladrones, ladrones, ladrones, devolvedme mis máscaras, no os las llevéis!

Los ladrones corrían y corrían, y el hombre los seguía por toda la ciudad.

En un determinado momento, los delincuentes empezaron a trepar por un edificio y el hombre levantó su rostro para verlos. Por primera vez los rayos del sol dieron en su cara y, entonces, por primera vez, sintió el calor del sol.

En ese momento, ese hombre que hasta hacía unos instantes lloraba por sus máscaras, comenzó a gritar:

-¡Ladrones, benditos ladrones que me han robado mis máscaras!

Jalil Gibran

Y recuerda, no olvides asomarte a nuestra agenda de cuentos de febrero, viene llenas de historias para ti.

 

El boletín n.º 70 de AEDA ha sido coordinado por Ana Apika