Recuperar la tradición, no dejarla morir, actualizarla… A las narradoras y narradores nos preocupa que la tradición oral esté viva, pero… ¿por qué estamos tan empeñados en salvaguardar la tradición oral? He preguntado a unos cuantos compañeros por qué cuentan cuentos tradicionales, y éste ha sido el resultado de esta pequeña entrevista.
Asegura Paula Carballeira, que “los cuentos tradicionales, en su estructura profunda y gracias a las personas que les van dando sucesivas formas cuando los narran, guardan la belleza de los recursos de la oralidad al servicio de aquellas historias que nos explican como seres humanos, con toda nuestra complejidad y nuestra poesía”.
De los cuentos nos interesa lo que dicen, pero también lo que esconden; en palabras de Filiberto Chamorro, “su carga simbólica, más que de significados y contenidos… me emocionan, conectan con una parte de mí que no ocurre con otras historias que también cuento y que también me emocionan.”
O como comenta Pep Bruno, “me encanta el misterio de sus símbolos, me encandilan sus historias y me fascina la astucia de muchos de sus personajes… Cuando cuento cuentos internalizo estructuras orales, asimilo recursos de oralidad y aprendo estrategias de la palabra dicha.”
Pero los cuentos no son nada sin el público; asegura Alicia Bululú que la primera vez que contó cuentos tradicionales éste “estaba allí, dentro de la historia, viéndola conmigo y el único soporte era la imaginación. El público ponía de su parte y lo hacía con entusiasmo”. Coincide con ello Filiberto Chamorro, hablando de los cuentos tradicionales: “El efecto que provocan en el público, la escucha que siento, que se da es diferente.”
Y puede ser, como dice Filiberto Chamorro, que somos, entre otras cosas, las historias que nos han contado. Revivirlas, reescucharlas o descubrirlas nos permite trascenderlas, redescubrirnos y quizás, reinventarnos.
Los narradores somos transmisores de una parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, cada uno de nosotros, como dice Ignasi Potrony, “somos readaptadores anónimos que ofrecemos, por un lado, formas diversas de sentir y abordar el mundo a través de cada uno de nuestros registros expresivos y, por otro lado, impresiones impactantes y memorables servidas dentro del marco de estructuras conocidas y reconocibles y, por ello, tan familiares y seguras que el imaginario del oyente se apropia fácilmente de esas impresiones y con ellas reune cada vez mayor bagage para, hoy, mañana o pasado mañana, ir ampliando la calidad de relación con su mundo y creciendo como ser humano”.
O si se quiere en palabras de Italo Calvino somos: “Eslabones de la armónica e infinita cadena por la cual se transmiten los cuentos populares, eslabones que no son jamás puros instrumentos, transmisores pasivos, sino sus auténticos ‘autores’”.[1]
Los cuentos, la tradición popular nos conforma como pueblos, y lejos de dividirnos nos unen, convocan al grupo, como dice Rodríguez Almodóvar. No sólo lo que contamos, lo que esconde lo que contamos, sino también cómo lo contamos. Los cuentos son los mismos, hablan de las mismas cosas. “La circulación internacional como patrimonio común no excluye la diversidad que se expresa a través de la elección o rechazo de ciertos motivos”, como afirma Vittorio Santolini.
Las narradoras y narradores orales nos valemos de las recopilaciones que otros han hecho para buscar nuestras fuentes, localizar nuestros cuentos… Existe mucho material recopilado, editado, clasificado, comentado… En las bibliotecas, en las librerías de viejo, en las de nuevo. Se han editado y se editan muchos libros que parten de la tradición oral. Algunos en parte mantienen la forma original del cuento oral, más bien la forma que ese día le dio el infomante y el recopilador captó. Otros están excesivamente literaturizados. Hasta los hay que se enmascaran como cuentos de autor y esconden un cuento tradicional. Todos requieren de un trabajo previo para ser oralizados y para que el narrador los haga suyos.
Pero sobre estas recopilaciones hay mucho escrito y muchos caminos para estudiarlos. De ellas no hablaremos.
Ahora bien, lo que hoy nos interesa es encontrar las sendas que transitan la memoria y la transmiten de boca a oreja. Saber cuáles son los recursos para recomponer ese puzle al que le falfa una pieza, la de la oralidad en lo oral y no en lo escrito, seguir la cadena desde el eslabón anterior. Lanzarnos grabadora en mano a las calles empedradas y registrar las maneras, las palabras precisas, las pausas, las miradas… todo lo que hacen al cuento y que el sufrido papel no puede recoger. Y es que, como decía Ítalo Calvino, “tenemos la humilde fe en un dios ignoto, agreste y familiar, que se oculta en el habla de los paisanos”[2]. Y de esto va el Boletín.
Francesc Gisbert, profesor, escritor y folclorista ha escrito el artículo “El pastor de historias”, en el que nos cuenta cómo se acercó a un hombre mayor, solitario y taciturno y cómo, al narrar sus historias, los cuentos que le habían contado lo transformaron en un hablador y un buen informante.
También encontrarás un cajón ordenado de recursos sobre tradición oral al que puedes acceder sin necesidad de subir la calle empedrada, a un clic de distancia. No me refiero a libros recopilatorios de cuentos sino a páginas web en las que hay grabadas infinidad de horas en audio y en vídeo de personas mayores contando tradición: cuentos, romances, sucedidos, canciones, adivinanzas, trabalenguas… y algunas historias de vida. Un cómodo recurso para impregnarnos de maneras de contar y que he titulado “El antropólogo en casa”.
El criterio de selección de estas páginas ha sido que estuvieran en alguna de las lenguas del estado, aunque también he incluido una en portugués. Nos interesaba que los registros fueran buenos y que se entendiera a los informantes sin dificultad. Hemos obviado los fondos de conocidos folcloristas y nos hemos centrado en aquellos recursos de instituciones, grupos de trabajo, etc., que no tienen mucho recorrido entre los narradores.
Esperemos que el Boletín sea de vuestro interés y nos ayude a subir la calle empedrada, grabadora en mano.
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[1]Calvino, Italo, (1956) Cuentos populares Italianos, Vol. I, Madrid, Siruela. p. 45.
[2]Calvino op. cit. p. 54.