Lo monstruoso
“Lo otro no existe: tal es la fe racional,
la incurable creencia de la razón humana. [...]
Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste;
es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes.”
Antonio Machado, Juan de Mairena
Ana Griott, foto de ©Miguel Ángel Invarato
Lo monstruoso*
La palabra “monstruo” viene de monstrare, ‘enseñar’. De ahí que etimológicamente “maestro” y “monstruo” tengan una relación radical, de raíz, porque el monstruo, como el maestro, es quien se te pone delante y te muestra algo de ti que desconoces o que intuyes pero no sabes. Por eso el monstruo es el otro, “la incurable otredad que padece lo uno”, por seguir citando a Antonio Machado. Ese otro, pues, que es como uno mismo pero que para verlo, para verte, ha de estar fuera. En las profundidades del ser cavernario se da la intuición o la transformación pero no el conocimiento, ya lo decía Platón. Por eso en la tripa del monstruo se produce la transformación, o en el vientre oscuro del bosque, imaginado como sombrío y, por tanto, monstruoso: los niños abandonados en el bosque son devorados por la profundidad del bosque o por el monstruo, o encerrados en la casa de la bruja, de la maga, de la hechicera, y allí dejan de ser niños y se convierten en ciudadanos porque descubren al otro, y aprenden que el otro es necesario para construir la ciudad, que depender del otro y celebrar esa dependencia es lo que construye el tejido social. Un nudo unido al otro lo sostiene y, juntos, forman la red, eso que Rousseau llamaría “el contrato social”.