Respirar aire puro en la calle, correr detrás de un balón, tirarse al suelo a jugar a las canicas, sentarse alrededor del mayor a escuchar historias. Cuando Sonia Carmona me dijo que la acompañara al Polígono Sur a escuchar no me lo pensé dos veces. ¿Cómo podría rechazar una oportunidad como esa? Escuchar a los que nadie escucha, contar con los que nadie cuenta*, compartir vida y sendero con caminantes de verdad. La chavalería de “Las Tresmil” como mucha gente llama a toda la zona son puros trozos candentes de vida que te ilumina la cara como si brasas lucieran en la oscuridad, estos muchachos saben lo que es la supervivencia, les ha tocado la parte fea, seca y rota del pastel y aun así te sonríen, (creo que no llegan a ser conscientes de la violencia que ejercemos en estos barrios). Violencia social, moral y política. 

Los contadores de historias están donde menos te lo esperas. Hay que saber mirar, en una cafetería, la barbería, el kiosko... Hoy vamos a compartir historias con los muchachos de una de las zonas más deprimidas de Europa.

No fue fácil pero no crean que la dificultad surgió del contexto del barrio, lo peor fue en los centros educativos que debían hacer la visita al Polígono Sur. Pasó de todo, desde directivas de centro que se negaron a gestionar permisos diligentemente hasta padres que amenazaron con denunciar si llevábamos a su niña a esos sitios tan peligrosos. Todo se pudo superar y al final tuvimos un grupo de alumnos que disfrutaron muchísimo de la experiencia.

 

EL ENCUENTRO

Eran tiempos de prepandemia y el contacto era posible. Sonia, yo y el pequeño grupo de alumnos íbamos apretados en una furgoneta mientras dialogábamos sobre lo que pensaban del barrio y sus habitantes. En cuanto llegamos y se encontraron el proceso fue absolutamente natural. En realidad los que estaban mas descolocados eran los residentes en el barrio . No dejaban de manifestarnos que no entendían como es que íbamos a verlos a ellos.

Tal vez porque soy maestra desde hace cinco lustros, me parece de Perogrullo decir que la formación continua es una responsabilidad que todos tenemos en cualquiera de los ámbitos laborales. Creo que la necesidad de aprender está ligada al necesario ciclo de construcción y deconstrucción profesional y personal en el que siempre estamos inmersos. El aprendizaje nutre y mantiene a punto el cerebro y elegir buenos alimentos es una responsabilidad individual, tanto como lo es la alimentación convencional, podremos hacerlo mejor o peor, de forma más o menos consciente (no formarse también forma) pero es una condición ligada al desarrollo. 

En el caso de mi otra gran vocación, la narración oral, nos encontramos ante una profesión en la que buena parte del conocimiento es empírico y el método de aprendizaje ensayo y error, donde las prácticas las hacemos delante del espejo-público. Tradicionalmente los espacios académicos han sido escasos y raramente reglados. Pero gracias a la generosidad de muchos profesionales que en los últimos años han atendido a la demanda creciente de nuevos narradores, han ido surgiendo una buena variedad de cursos, talleres, escuelas, etc. que particulares o asociaciones han ofertado con duración, contenido y metodología variada,  gracias a los que hemos podido descubrir algunos de  Los caminos de la narración oral. Es un lujo escuchar de primera mano las formas de hacer de la gente que lleva muchos años en este bello oficio, ellos y ellas hacen que este caminar parezca fácil.

Para hablar de talleres y “Borrón y cuento nuevo”, queremos contar dónde estamos y sobre todo cómo hemos llegado a este punto.

Como todos los compañeros, los Borrones tuvimos que suspender por la Covid  las sesiones de cuentos y los talleres de narración oral que teníamos contratados y tras el shock y paralización que esto supuso, nos reinventamos para seguir trabajando y sobre todo viviendo.

En este escenario de confinamiento se nos impuso un nuevo tipo de comunicación, también entre nosotros, que somos muy de vernos en persona. Por necesidad vital y para mitigar el parón laboral y creativo comenzamos a realizar experimentos en video, tutoriales audiovisuales, asesoramiento a compañeros y montamos el “Taller de experimentación del lenguaje audiovisual” que al final hemos impartido vía On-line. Vamos que más que un parón por Covid, fue un “ponerse pilas”.

El llegar a este taller ha sido un trabajo de muchos años de reflexiones y conversaciones entre nosotros, muchas, muchas. Siempre habíamos querido aunar la experiencia de narración oral compartida, de talleres de narración oral de Nieves y las clases de lenguaje audiovisual de Dani.  Explorar los recursos que este medio nos ofrece para el mundo del cuento. Pero es verdad que son dos lenguajes distintos,  igual que nosotros.

En muchos de los viejos cuentos populares se repite esta escena: el héroe debe partir, separarse de su pueblo, iniciar el camino, pero duda de sí mismo y su misión. Es que está tan bien en su aldea, alejado de los problemas, confortable en la lumbre del hogar, que le parece un despropósito animarse a hacer un viaje cuya finalidad todavía no ha comprendido bien. Pero el héroe entiende, por sí mismo o a la fuerza, que hay cosas que van más allá de los deseos y los planes. Y se pone en camino. Lleno de dudas, pero en camino. Y sin darse cuenta, de pronto llega a un punto en que, si da un solo paso más, estará “lo más lejos de casa de lo que nunca antes había estado”. Será difícil, pero si no da ese paso, no habrá historia, y si no hay historia, él o ella tampoco existirá.

Entonces cruza el umbral.

En enero de 2017, después de un viaje de siete meses por diversos países de Latinoamérica, decidimos fundar la Escuela de Narración Oral Casa Contada. El nombre, tomado del famoso cuento de Julio Cortázar, “Casa tomada”, nos hacía pensar en una casa tomada por los cuentos y las historias. Durante el viaje nos habíamos dedicado a conocer espacios, escuelas, grupos, festivales y hasta posgrados de narración oral, y vimos que a Chile le vendría bien un espacio de formación, aprendizaje y encuentro para narradores y narradoras. 

Cuando me enfrento a narrar una historia, a representarla y a poner en escena un espectáculo se convierte en una aventura. Una aventura emocionante, pero a la vez llena de dudas, cierto miedo e incertidumbre. Se genera dentro de mí, un entusiasmo envolvente y al mismo tiempo un cosquilleo tenso recorre mi cuerpo hasta que el cuento o el espectáculo está terminado. Es como si entrara en un proceso de ensoñación, de dormitar despierta intentando desperezar las ideas que hay en mi cabeza, para que empiecen a dar forma (o a encontrar su forma) y a tener sentido en la historia, en lo que quiero contar y cómo contarlo. Y para que las piezas del puzle encajen a la perfección. Un proceso agradable con pequeñas dosis de sufrimiento o angustia hasta que ese todo o conjunto consigue el punto de equilibrio y de armonía deseado. Un proceso en constante cambio y movimiento.

Pero, ¿cómo empieza el proceso, la creación? La duda, la eterna duda ¿Cómo? No hay una única manera, nunca es igual. Siempre es una primera vez, lo cual hace que sea maravilloso, que te enganche, que te sostenga, que te devuelva el alma de niña, de espontaneidad, de jugar e investigar. Esa curiosidad con ojos de niña para encontrar las posibilidades que hay en las cosas, en este caso, en los objetos. De fabular con ellos, de ir más allá de las apariencias e imaginar que todo es posible. En definitiva, dejar volar la creatividad. “Creatividad, que palabra tan bonita y difícil al mismo tiempo”.

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Brais das Hortas y yo (Marta Ortiz) empezamos en el mundo de la narración oral contando cuentos en centros de secundaria. Fundamos la compañía Tropa de Trapo y los primeros años nos dedicamos a contar con música en directo. Desde el principio contamos con música, ya que Brais es músico además de narrador y siempre concebimos la narración de cuentos ligada a la música. Para nosotros contar con música aportaba muchas cosas. La música tiene el poder de recrear las emociones contadas, permite que la palabra respire, es evocadora... Siempre pensamos que la música puede ir unida a los cuentos contados de una forma muy natural. En la cultura gallega, cantar y contar es algo que va entrelazado muy íntimamente.

Con el tiempo, empezamos a trabajar mucho más para público infantil y familiar. Fue en ese momento cuando empezamos a explorar el uso de objetos en la narración de cuentos de forma intermitente. A veces en los proyectos de la propia compañía Tropa de Trapo y otras veces por separado: Brais das Hortas por un lado y Marta Ortiz por otro.

En la narración con objetos, me gusta trabajar con el objeto abstracto, metafórico o simbólico. No me gusta mostrar lo que ya estoy contando. Me gusta sugerir con el objeto, crear imágenes simbólicas y poéticas. Me gusta incorporar objetos antiguos, que para mi gusto poseen una belleza estética y están impregnados de historia. La propia búsqueda del objeto en anticuarios y mercados ya es toda una aventura apasionante. Me gustan también los objetos abstractos: un tubo, un trozo de mueble... con los que puedes jugar a encontrar formas e interactuar con el público. Ese es el camino que me atrae y que marca las experiencias posteriores tanto a nivel individual como de la compañía Tropa de Trapo.

Con Tropa de Trapo también experimentamos con la manipulación de objetos siguiendo esa misma línea del objeto abstracto, metafórico o simbólico. Pero el momento en que la experimentación narrativa con objetos llega a su punto máximo es cuando nos imaginamos un proyecto como 4 Monos. 4 Monos es un espectáculo de la compañía Tropa de Trapo que parte de cuatro cuentos. Nuestra propuesta navega entre música, cuentos, teatro y manipulación de objetos. No quisimos poner límites a nuestra imaginación. Dejamos que esa propuesta nos llevara adónde quisiera ir. Comenzamos la aventura de 4 Monos y creo que la manipulación de objetos y la escenografía fue uno de los puntos que marcó definitivamente este trabajo.

Teníamos una idea de los cuentos que queríamos contar. Queríamos abordar el tema del ciclo de la vida y nuestra actitud frente a las cosas que suceden y nuestro poder para influir en ellas y cambiarlas. Nos imaginábamos una escenografía con papel y con cartón. Un material barato, fácil de conseguir y que nos parecía en consonancia con lo que queríamos contar. Buscamos durante mucho tiempo. Hicimos pruebas durante semanas... Pero nada nos convencía. Lo que lográbamos construir era plano, sin vida y no aportaba demasiado a la historia. Le dimos muchas vueltas hasta que a Brais se le ocurrió: unos acordeones de papel de estraza con tapas de cartón de diferentes tamaños que fueran dibujando algunos espacios y pudieran ir manipulándose y modificándose durante el espectáculo. Básicamente era el sistema de los farolillos chinos, con estructuras de nido de abeja. También habíamos visto pequeños taburetes con cartón y papel construidos de esta manera. Empezamos a buscar. Encontramos una empresa de Canadá que hacía algo similar. Pero sus estructuras tenían un tamaño limitado, no era exactamente lo que queríamos. Nos limitaba a los tamaños ya existentes y teníamos que comprarlos a ciegas, sin verlos ni tocarlos en directo. Su precio también era muy elevado. Se nos hacía muy difícil de asumir.

Reconozco que me encantaba la idea de los farolillos chinos a lo grande. Esos módulos de cartón y papel de diferentes tamaños que Brais dibujaba en los bocetos auguraban un mundo de posibilidades pero no tenía ni idea de cómo los íbamos a conseguir. Entonces Brais dijo: “He visto un vídeo en YouTube de unas trabajadoras en la India que hacen algo parecido… Creo que puedo hacerlo. Dame dos semanas. Si no lo tengo entonces, buscamos otra vía”. Yo dije que sí y Brais se puso a doblar papel de estraza, a pegar, doblar, pegar... Dos semanas sin parar. Todo el día doblando y pegando.

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Tras dos semanas de mucha prueba y mucho doblar, los módulos de papel de estraza y cartón eran una realidad. Había varias medidas para probar. El más pequeño de unos 20 cm de alto, más o menos como un farolillo, con un ancho de 5 cm pero capaz de abrirse 2 metros. El más grande con un metro de altura y 20 cm de ancho pero capaz de abrirse 9 metros de largo. También hizo tamaños intermedios. Aquello era pura magia. El sonido que producían al abrirse, la textura, las formas tan sugerentes que podías dibujar con ellos. Empezamos a trabajar con ellos implicando el cuerpo. Exploramos sus posibilidades de movimientos, creación de formas y de espacios. Empezamos a probar a desarrollar los cuentos jugando con ellos.

También comenzamos a incorporar objetos, los combinamos con la escenografía y empezamos a explorar las posibilidades. La línea de este trabajo seguía la misma idea de sugerir en lugar de mostrar. Queríamos que el objeto contara más allá de las palabras. Queríamos jugar con los objetos para construir algo nuevo con su combinación. Hacía tiempo que explorábamos la vía de combinar el objeto con una parte o incluso con todo el cuerpo. En 4 Monos un reloj antiguo y un brazo encarnan un caracol. Un caracol de carne y lata. Un caracol que se cree rápido y avanza muy lento. Un caracol confundido. Unas veces los objetos encarnan un personaje, otras se convertían en una imagen fugaz, en algo que contar sin necesidad de palabras. Esa pausa para las palabras dejaba paso a la música y a la imagen y narraba la historia desde otro plano.

Conforme trabajábamos con los módulos de papel, descubríamos que tenían una gran capacidad de adaptarse al tamaño de escenario, podíamos llenar toda la escena en un auditorio o adaptarnos al pequeño escenario de un colegio. Además eran muy fáciles de transportar y ocupaban muy poco espacio.

Optamos por que la escenografía no fuera fija, quisimos que fuera apareciendo, modificándose y desapareciendo a medida que íbamos contando las diferentes historias.

El módulo pequeño nos dio mucho juego. Se convertía en la corona del emperador sobre la cabeza, en el pelaje de un mono, es una serpiente, una semilla, el tronco de un árbol que crece. Todo esto manipulando el módulo de papel sobre el cuerpo.

Los módulos medianos dibujaron el mar, las olas, las paredes de una cueva, construían estructuras sobre las que aparecer y desaparecer, recreaban la selva de Brasil…

El módulo grande era también la base de esas grandes construcciones y constituía el soporte donde manipular los objetos. Al manipular objetos, muchas veces estamos ligados a un soporte, a una línea de suelo para el objeto. Yo estaba cansada de la eterna mesa. Cuando vi esos módulos pensé: “No vuelvo a usar una mesa nunca más”. Así lo he hecho en mis sesiones de cuentos individuales. Puedo permitirme el lujo de no tener nada en escena y cuando quiero empezar a manipular, cojo el módulo, que estaba apoyado en una pared de la biblioteca y nadie se ha percatado. Lo abro. El sonido es fantástico. Es otro plano que juega en escena. El sonido que hace al abrirse. Además funciona como biombo y partir de ahí puedes jugar con el a descubrir, mostrar, apoyar, esconder...

Trabajar con la escenografía como objeto que se va transformando exige mucha precisión en los movimientos en escena. Contar con objetos en general creo que exige mucha precisión, por lo menos a mi modo de ver. Todo lo que aparece debe tener un recorrido claro y preciso y una desaparición calculada y ensayada. También hay que pensar dónde se reservan todos esos objetos. Cuando la escenografía aparece y se va modificando, esta precisión debe estar presente siempre. Si además tienes que coordinarte con otra persona y con la música debe estar todo pensado y ensayado. A mi me gusta trabajar con el cuerpo porque llega un momento que el cuerpo sabe todo lo que tiene que hacer sin pensar. Pero es cierto que requiere mucho trabajo y concentración, ya que no sólo cuentas, también tienes que saber en cada momento hacia donde te mueves, que toca mostrar o reservar. Para nosotros supuso un gran reto llegar a contar y movernos por la escena jugando con la escenografía con naturalidad y precisión.

Para acabar de redondear el plano escenográfico, estudiamos como resaltar las texturas y colores del papel con la iluminación. También colaboraron con nosotros Cestola na Cachola, unos artistas gallegos que pintan unos murales maravillosos. Miguel Peralta de Cestola na Cachola se encargó de darle cara a los 4 monos y a pintar nuestro vestuario. Creo que hizo un gran trabajo y nos llenó de color de una forma muy creativa y hermosa.

A base de representarla, 4 Monos se ha ido modificando. Ha sufrido muchos de los procesos que sufre una sesión de cuentos. Se ha ido ajustando y creciendo a base de hacerlo, pero siempre manteniendo la esencia de lo que queríamos contar y de cómo lo queríamos contar.

Mientras escribo esto pienso en cuándo volveremos a los teatros y a las bibliotecas. Ojalá sea pronto. Tengo muchas ganas de volver a trabajar en escena. Mientras tanto seguiremos creando, soñando y explorando caminos desconocidos.

Puede verse el teaser de 4 Monos en Youtube

Marta Ortiz

Este artículo pertenece al Boletín N.º 83 - El cuento a través del objeto

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Me fascina el capítulo 14 de “El cuento de nunca acabar” de Carmen Martín Gaite:

14,
DON NICANOR TOCANDO EL TAMBOR.

En Salamanca, cuando llegaban las ferias de septiembre, aparecía indefectiblemente en el arco de la Plaza Mayor que da a la calle de Toro, el vendedor de los donnicanores, una de las más vivas fascinaciones de mi infancia.
Colgada del cuello mediante una correa, llevaba una bandeja grande de madera con reborde, y sobre ella se alineaba su uniforme y multicolor mercancía, que vendía a veinticinco céntimos la pieza: se trataba de unos toscos muñequitos de tela y alambre con cara de garbanzo pepón, un pito adosado a la espalda y delante un tambor. Estaban huecos, y por el borde inferior de ese hueco, que dejaban disimulado los faldellines de tarlatana rosa, azul o amarilla, asomaba un hilito conectado con los brazos de alambre y que, al ser accionado con la mano, los obligaba a repiquetear contra el tamborcillo delantero, armonizándose este tamborileo con los acordes del pito por el cual se soplaba simultáneamente para conseguir un conato más o menos logrado de melodía
El hombrecito de los donnicanores era un verdadero artista, y pronto me di cuenta de que aquel arte suyo -que a primera vista se diría tan fácil de imitar- no podía adquirirse por veinticinco céntimos. Había que colaborar con la marioneta para hacerla vivir.

 

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