"Toc toc" y "piiii"
Me fascina el capítulo 14 de “El cuento de nunca acabar” de Carmen Martín Gaite:
14,
DON NICANOR TOCANDO EL TAMBOR.
En Salamanca, cuando llegaban las ferias de septiembre, aparecía indefectiblemente en el arco de la Plaza Mayor que da a la calle de Toro, el vendedor de los donnicanores, una de las más vivas fascinaciones de mi infancia.
Colgada del cuello mediante una correa, llevaba una bandeja grande de madera con reborde, y sobre ella se alineaba su uniforme y multicolor mercancía, que vendía a veinticinco céntimos la pieza: se trataba de unos toscos muñequitos de tela y alambre con cara de garbanzo pepón, un pito adosado a la espalda y delante un tambor. Estaban huecos, y por el borde inferior de ese hueco, que dejaban disimulado los faldellines de tarlatana rosa, azul o amarilla, asomaba un hilito conectado con los brazos de alambre y que, al ser accionado con la mano, los obligaba a repiquetear contra el tamborcillo delantero, armonizándose este tamborileo con los acordes del pito por el cual se soplaba simultáneamente para conseguir un conato más o menos logrado de melodía
El hombrecito de los donnicanores era un verdadero artista, y pronto me di cuenta de que aquel arte suyo -que a primera vista se diría tan fácil de imitar- no podía adquirirse por veinticinco céntimos. Había que colaborar con la marioneta para hacerla vivir.