Uno intuye que dedicarse profesionalmente a la narración oral en nuestro país no fue nunca tarea fácil. Hacerlo desde Asturias, autonomía uniprovincial de poco más de un millón de habitantes, situada en el extremo norte íbero, tiene sus especificidades, inconvenientes y sus ventajas.

Aunque con tímidos avances para la cultura popular en los últimos tiempos, la política cultural asturiana estuvo marcada por proyectos megalómanos (La Laboral o el Niemeyer) hechos a espaldas de los profesionales de la tierra y de las necesidades de la ciudadanía. Así, la política cultural desde comienzos de este nuevo siglo hasta la explosión de la burbuja del ladrillo estuvo marcada por la confusión de la difusión cultural con la construcción de equipamientos faraónicos. Mientras los edificios y los equipamientos, cuanto más grandes mejor, subían a ritmo de flashes, publirreportajes e ingentes cantidades de dinero público, los programas públicos de ámbito regional que aseguraban el acceso a la cultura a todos los lugares y pueblos iban desapareciendo. En materia de narración oral desaparece el programa “Crecer leyendo”, única herramienta de ámbito autonómico que un servidor conoció para trabajar en el ámbito de la animación lectora y la narración por toda la red de bibliotecas municipales de Asturias. La narración quedaba así circunscrita de manera prácticamente exclusiva a los programas municipales y escolares, también en franco retroceso. En aquellos tiempos la política estaba clara: mercantilizar el hecho cultural y convertirlo en un mero reclamo turístico, generador de noticias o artículo de consumo para las élites. La humilde pero imprescindible narración oral simplemente no importaba mucho y sobrevivía en los márgenes, lo cual si bien puede generar una minusvaloración del trabajo profesional de los narradores y narradoras, también puede ser una oportunidad para contar con más libertad. A ello me referiré un poquito más adelante. 

Todavía recuerdo una reunión con un alto responsable de cultura, en este caso hablando de teatro del cual provengo como narrador, en la que, y tras escuchar con interés una larga diatriba sobre la necesidad de poner en marcha un gran “Cluster cultural”, un servidor tuvo la osadía de hablarle de la necesidad de que las instituciones públicas asegurasen un acceso a cultura de calidad y profesional a todos los ciudadanos y ciudadanas independientemente de su nivel de renta o lugar de residencia y que, en este punto, los profesionales asturianos jugábamos un importante e imprescindible papel. Me miró y me dijo, creo que lo recuerdo textualmente, “Ese es un pensamiento ilustrado muy antiguo, la cultura tiene que ir a donde exista demanda”. Fin de la cita.

Una de las cosas “buenas” que nos ha traído esta estafa a la que algunos llaman crisis es que este discurso del negocio y lo privado (entendido como la extracción de plusvalías del hecho cultural) se ha venido desinflando tan rápido como lo hacían los fondos públicos de los que dependía, y así las políticas culturales en Asturias, poco a poco y de manera muy insuficiente, vuelven a mirar tímidamente a las necesidades culturales de la población. Lamentablemente y en el caso de la narración oral todavía hemos sido incapaces de presionar para la generación de programas propios impulsados desde el ámbito autonómico que superen lo meramente testimonial.

Inconvenientes de contar desde la periferia hay muchos: dificultad para que tu trabajo sea conocido a nivel estatal, falta de apoyos y programas específicos, etc. Pero creo, sinceramente, que también existen ventajas si sabemos jugar nuestro papel: el de profesionales de proximidad, personas con cierto grado de “militancia cultural” que se insertan en la comunidad en la que viven y cuyo trabajo puede llegar a ser muy conocido y causar cierto impacto en la misma.

Pienso que, contemos desde la periferia o desde el centro, sea nuestra actividad más local, más estatal o más internacional, me parece importante posicionarse sobre cuál es nuestro papel, sobre para qué servimos y sobre qué contar.

La Narración profesional pienso que ha de ser contemplada desde el punto de vista del Derecho Humano de acceso a la cultura. Podemos ser una primera garantía del mismo, podemos ser como la red ambulatoria para el acceso a la salud, somos próximos, baratos para la comunidad y eficaces. Debemos apostar por un papel de Servicio Público vindicarnos frente a otras opciones más mercantilistas como profesionales con vocación, insertos en la comunidad y con una voluntad de servicio más que de extracción de plusvalías (que por otra parte para los profesionales siempre serían modestas).

Podemos contar para todos y todas. Como dice mi buena amiga Lolo Rico, la cultura, en este caso los cuentos, son como una deliciosa tarta de chocolate. A casi todos nos gusta el chocolate pero en función del tamaño de nuestro estómago necesitaremos más o menos porción de tarta, aunque todos la podemos saborear juntos y juntas. Frente a una sociedad a la que cada vez tratan de fragmentar más, los cuentos se mantienen rebeldes e interesantes para pequeños y mayores. Los cuentos nos pueden recordar lo que somos y lo que fuimos, así como abrir ventanas a lo que seremos, y es en este último punto en el que los narradores debemos posicionarnos y elegir qué contamos, cuidar con mimo y responsabilidad nuestros repertorios y decidir qué hacer con ellos. En mi caso trato de alumbrar preguntas y caminos posibles preñados de futuro diferente. He elegido contar al servicio de los intereses de la mayoría social desde este pequeño rincón del norte que es Asturias.

¡Aquí os espero!... (o hacia allí que me desplazo)

 

David Acera