Llegar a Ezcaray y encontrarnos con tantas caras desconocidas y tantos amigos y compañeros de oficio fue un lujo. Un sueño hecho realidad. El sueño de AEDA por ofrecer una formación seria y de calidad a través de la I Escuela de Verano.

La escuela nos deja cinco días muy intensos, con horarios apretados, con una vivencia de cursos y talleres integral y emotiva, para lo bueno y para lo malo. Nos deja un montón de personas conviviendo, hablando de cuentos, haciendo vida de ello. Nos deja espectáculos o “sesiones dialogadas” que nos tocaron de una manera o de otra. Nos deja un camino por recorrer para que cada uno se lleve el cuento a su escenario o a la Escena. Sin duda un camino que ya no andaremos solos pues los compañeros de viaje y el equipaje son grandes.

Ha sido muy interesante el conocer, encontrar, escuchar y aprender de la nueva generación de cuentistas, ver como toman cuerpo nuevos movimientos de narración oral en Canarias, Andalucía o el País Vasco. Descubrir a esos otros narradores y esas otras narradoras que llevan toda una vida contando en silencio, sin alharacas de festivales y programaciones nacionales, sin salir de su ámbito geográfico, y que cuentan mucho y bien. Y compartir espacios una vez más y aprendizajes por primera vez con profesionales de larga trayectoria contrastada. Pero lo más bonito de todo ha sido recibir esta formación todos juntos, desde puntos de partida diferentes, desde intereses y búsquedas diversos. Porque ha sido ahí donde la calidad se convirtió en calidez.

Ahora que han pasado los días y que las vivencias, los caminos y los aprendizajes se van asentando llega la hora de evaluar, de revisar, de seguir hablando de cuentos y de la escuela como se hacía en las comidas y cenas, o en los escasos momentos “off” que la organización dejaba. Llega la hora de sumar los aciertos y restar los errores, de hacer la cuenta o el cuento, y por supuesto llega el momento de soñar la escuela del año que viene.

 

Manuel Légolas