Yo creo en la formación. Hago lo que hago y como lo hago en gran medida gracias a las distintas formaciones que he recibido a lo largo de mi vida. Contar historias también.

Por supuesto que entiendo la formación en sentido amplio. Una lengua por ejemplo, se puede aprender en una academia, de manera formal. O también de manera informal, viendo películas en ese idioma original. Y sobre todo, de manera no formal, por inmersión más o menos prolongada en ese entorno lingüístico. Cuando pregunto a alguien que narra profesionalmente cómo llegó a contar, todo el mundo responde que por una de estas tres vías o una combinación de ellas. Algunas personas nos criamos en oralidad. No había tele en nuestra infancia y teníamos personas en nuestra familia que eran charlatanas. Contar lo que fuera era una manera de pertenecer, de tener nuestro lugar en la tribu. Una forma de vivir. En otras familias a lo mejor había tele, pero los oficios que garantizaban la supervivencia estaban particularmente vinculados a la palabra como en el caso de comerciantes, las maestras o los publicitarios. Buscarse la vida dependía de tener una historia interesante que contar y de contarla con la mayor elocuencia posible. En otros casos la inmersión en la oralidad llegó más tarde, por amor a los cuentos, desde la literatura, el teatro, la etnografía, la sicología, etc… Cada quien llegaba al hecho de contar de viva voz por su propio camino pero todo el mundo hacía alusión a un momento particular de “deslumbramiento”. Una experiencia en la que te percibes a ti misma, como alguien que cuenta historias. Puede ser que hagas profesionalmente otras cosas, pero te reconoces sobre todo en alguien que cuenta historias. Esta revelación llegaba a menudo escuchando contar a alguien. En ocasiones, una sola experiencia de escucha, si la pasión de contar ya estaba dentro, había puesto todo en marcha.

Por otro lado está el abordaje formal. Mediante cursos, talleres, lecturas sobre el arte y el oficio de contar y otros temas relacionados. En el caso de la oralidad no existe a nivel de Estado, unos estudios “reglados”, una titulación que te acredite como cuentera o como narrador oral. Tampoco sé si sería lo deseable. Yo de hecho, estoy más interesada en la fórmula del tú a tú, donde la persona con más oficio y experiencia comparte lo que sabe con quién desea iniciarse o habiéndose ya iniciado, desea probar otros caminos y desafiarse con otras maneras de contar. En cualquier caso, como no hay una titulación oficial de cuentería, todas las personas que contamos, en este país al menos, comenzamos a hacerlo llegando desde otros ámbitos. Así que todo el mundo somos intrusos en la práctica de la oralidad. Y probablemente por ello, desconfiamos tanto del intrusismo. Y es que hace daño: rompe los mercados, denigra el oficio y mete en el mismo saco a profesionales, amateurs, catequistas, feriantes, monitores de colonias y otros especímenes de la charlatanería, más o menos bienintencionados, con más o menos experiencia y con más o menos talento. Afortunadamente la selección natural va haciendo su criba. Y vivir sin cuentos es imposible, pero vivir del cuento nunca ha sido fácil.

En el pasado y en muchos lugares del mundo todavía hoy, el testigo se va pasando de generación en generación. Cuando tú ya has escuchado mucho, te pones a contar y cuando te pones a contar tu maestro o tu maestra te va guiando y te pasa el testigo.

En la actualidad y en mi entorno, yo ofrezco talleres sobre el arte y el oficio de contar cuentos donde comparto lo que he aprendido y sigo aprendiendo sobre la cuentería. Me pagan por contar desde 1986, esto es, desde hace 28 años. Y contaba desde mucho antes de manera pública, pero supongo que lo que me legitima como “maestra” es que a la hora de contar, he metido la pata de casi todas las maneras posibles.

Cuando comencé a contar profesionalmente estaba, sigo estando, en la compañía de teatro Oihulari Klown, especializada en espectáculos de teatro clown. Algunas de las personas de mi grupo de teatro no eran gente de palabra. Eran payasos o payasas con una comicidad eminentemente gestual. Pero a otras personas les gustaba también escucharme contar historias y querían aprender cómo se hacía aquello. Probablemente ese fue uno de los primeros desafíos: ponerme a reflexionar sobre cómo hacía lo que hacía cuando me ponía a contar. Mirándolo desde mi percepción de hoy en día, era evidente que yo había tenido una formación sobre todo no formal en esta materia y carecía del vocabulario, la estructura mental o la metodología para compartir lo que sabía. Así que me puse a buscar formación formal (libros, cursos…), en parte porque me estaban pagando por hacer algo que yo hacía de una manera bastante “asilvestrada”, sin título ni créditos ni reconocimiento oficial y eso internamente me hacía sentir como un fraude, y en parte porque mi formación como pedagoga y mi manera de estar en el mundo era desde el impulso vital que sigo intentando corregir, de “en cuanto te descuides, yo ya me voy a organizar para enseñarte algo”.

Entonces me pasó como al ciempiés del cuento que el sol le pregunta cómo baila y cuando se pone a pensar, deja de bailar. Durante un tiempo dejé de contar. Internamente paralizada. Pero el deseo de narrar de viva voz era muy fuerte y regresé. Y regresé después de haberme hecho una disección en profundidad. En las tres generaciones de clowns y cuenteros/as que hemos tenido en Oihulari Klown, las personas que me aceptaron como guía en el camino de la oralidad fueron las que me enseñaron cómo enseñar y me convirtieron en maestra. Desde aquí mi inmensa gratitud a todas ellas. La mayoría siguen contando historias y son gente que narra, en mi opinión, magníficamente bien.

Preparar un cuento, preparar un repertorio, es a menudo una tarea que se realiza en solitario. Y es difícil en primer lugar darse una cita contigo misma para esta tarea. Y es aún más complejo tener una referencia de cómo está llegando lo que quiero contar. Aquí no tenemos demasiada costumbre de buscar una mirada desde fuera que nos dé una “dirección” de un repertorio determinado como existe en otros lugares y sin embargo, es una muy buena idea en mi opinión. Aunque los cuentos no son teatro, son un arte escénico y como todo lo escénico tienen necesidades de claridad, de reordenamiento, de ampliación o de reducción… entre otros aspectos.

En este sentido, yo he sido una privilegiada, porque nuestros procesos de búsqueda, de creación y de expresión han sido mayormente compartidos por un grupo atento y generoso, que era capaz de sugerir amorosamente, aspectos de mejora.

La primera conclusión de esta manera de crear un repertorio es que era muy placentero, por no vivir un proceso en solitario y muy fértil, muy rápido. Teníamos opción a una retroalimentación justo después de contar el cuento. Esto constituye una riqueza increíble.

Así que con el tiempo comencé a realizar talleres de narración oral “abiertos” a gente que no era de mi compañía. Tenía mucha demanda y sigo teniendo, desde las escuelas para el profesorado y las familias que encontraban de utilidad contar cuentos en el ámbito pedagógico. También desde la Universidad, me solicitan a menudo, una formación vinculada a la promoción o fomento de la lectura. La metodología que comparto en estos talleres, se orienta en dos direcciones diferentes: –“Y que tenga de repente”, cómo preparar un cuento para ser contado, para que se sostenga oralmente, de principio a fin. Y –“La respiración de los cuentos”, donde hacemos más hincapié en cómo prepararnos las personas que contamos para contar de la manera más elocuente e inclusiva posible y trabajamos sobre aspectos no verbales como la voz, la entonación, la mirada, el cuerpo, el aliento…

Desde el año 2000 ofrecemos en Gipuzkoa un domingo cada mes y medio o dos meses un taller permanente de narración oral, abierto a las personas que deseen preparar un repertorio, mejorarlo o deseen prepararse para contar. La gente que se inscribe va rotando. No todo el mundo viene a todas las sesiones que se programan a lo largo del curso escolar. Nos juntamos entre 10 y 20 personas, de todo tipo de ámbitos. Hay mucha gente que viene del magisterio porque quiere contar cuentos en el aula a su alumnado. Lo maravilloso es que no sólo viene el profesorado de infantil o de primaria. Recuerdo el caso de un profesor de física y química de secundaria, que quería ser más ameno en sus clases. Recreó una versión de Romeo y Julieta con los ácidos y las bases, por ejemplo, absolutamente maravillosa. También vienen papás y mamás muy jóvenes, con criaturas pequeñas, a las que desean contar y/o leer cuentos y vienen buscando orientación a la hora de seleccionar los cuentos. También abuelas que no tuvieron tiempo de contar a sus propios hijos e hijas pero que se criaron en oralidad y ahora pueden y quieren contar a sus nietos. También nos visitan de cuando en cuando, media docena de escritores y escritoras, con pánico escénico, que no contarán jamás de viva voz o eso dicen por el momento, pero que consideran el taller como una fuente de inspiración increíble, tanto por la sabiduría que transita proveniente de la tradición oral, como por las propuestas de creación de historias propias que ofrezco dentro de los talleres. En los últimos tiempos tenemos también tres bertsolaris, tres repentizadoras en verso, en euskera, más que interesadas en todo lo relacionado con la oralidad. Y por último viene gente que cuenta o que le gustaría contar profesionalmente. Su confianza es para mí un lujo y un honor.

Los talleres tienen en ocasiones, una parte de juego de expresión, una parte teórica, una propuesta de creación o recreación y sobre todo, el bloque más amplio es él de contar, escuchar y hacer la devolución de lo que nos ha llegado, de lo que nos ha emocionado y también aspectos de posibilidades de mejora. Las personas pueden traer un cuento de cualquier fuente: a veces viene grabado en un teléfono a un abuelo o a una tía de la familia, a veces, la mayoría tiene una fuente escrita y en algunas ocasiones es un cuento propio. Y pueden traer el cuento en la fase en la que lo tengan. A veces sólo lo han encontrado. Les gusta o hay algo en él que les gusta, pero perciben un abordaje oral complicado. A veces vienen con un esquema, con una versión cero de un cuento al que le sobran o le faltan muchas cosas. El objetivo es en ese caso intentar contar el cuento desde el principio hasta el final, ver dónde ya se dan incoherencias o blancos, que suelen ser muy reveladores. Cuando se trata de cuentos de producción propia, se ha dado el caso de llegar a conocer hasta ocho versiones sucesivas de la misma historia. Lo cual es un maravilloso privilegio, ver cómo una historia crece y se enriquece a cada vez. También la gente viene con un cuento que ha preparado a fondo aunque no lo ha contado antes nunca, para testarlo con un público amable antes de la primera vez oficial. Y también hay gente con un cuento que ya ha contado y que le ha dado o le da problemas a la hora de sostenerlo oralmente. Todo nos nutre y nos enseña. Es una maravilla. Y el tiempo se nos pasa sin sentir.

Es importante comentar también que la gente puede contar en su idioma materno. Y se cuenta fundamentalmente en castellano y en euskera. Y después o al mismo tiempo se va traduciendo si es preciso. Algunas de las personas asistentes han contado en francés, en portugués o en italiano y ha sido una delicia.

Las personas que vienen al grupo de trabajo por primera vez también aprenden a hacer devoluciones y en las primeras veces se les recomienda que sólo comenten lo que les ha gustado o emocionado. También pueden comentar aspectos relacionados con la claridad, si hay algo que no han entendido y que no les ha permitido seguir la historia.

La gente más veterana se va lanzando a proponer aspectos de mejora relacionados con la definición del protagonista, lo que sobra o lo que falta, las repeticiones rituales, la naturaleza de la crisis, “el de repente “, el presentismo, el psicologicismo, la verosimilitud, la coherencia interna, el tono del relato, las imágenes sensoriales, la graduación del suspense, el tratamiento de lo fantástico, el tipo de final, el regreso y la reparación, etc.

Y si no lo hace el grupo, esto lo hago yo. Lo más difícil probablemente sea arbitrar entre voces creadoras diferentes. Muy a menudo me escucho diciendo a alguien que hace la devolución a un compañero o compañera: es muy interesante lo que propones, pero eso sería otra historia, tu historia. No parece que sea lo que la persona que ha contado desea contar. Y entonces le digo a la persona que ha contado, que todo son ideas y que puede elegir si le sirven, pero que la decisión es suya. Sin duda acompañar así es lo más complejo de la tarea pedagógica. Cómo facilitar recursos, estrategias, diagnósticos, sin decirle a otra persona lo que tiene que contar, permitiéndoles que encuentre su propia voz narrativa.

A lo largo del tiempo, los límites con los que me he encontrado en mi práctica pedagógica han sido fundamentalmente tres: uno, que la gente no acabe contando como yo o por mí. No clonar al personal. Que ya es complicado cuando somos alumnado evitar la tendencia que tenemos, sin darnos cuenta de imitar a los maestros. Cuando estamos en el otro lado cuando menos, no dar cancha a nuestro ego y potenciar y empoderar a la gente en la búsqueda de su propia voz, única y genuina. Relacionado con esto está el tema de cómo nos posicionamos cuando la gente elige para contar la versión de un cuento, con comas y señales, de un narrador o narradora profesional. Yo no doy alas para la copia, ni siquiera en el ámbito amateur. No creo que ayude. ¿Te gusta la historia que cuenta alguien? De acuerdo, crea tu propia versión, tan tuya que nadie diga: “mira está contando el cuento de…” Que puedan decir: “ de este cuento yo he escuchado alguna otra versión a…” Por último, el mayor peligro que veo en lo que hago es que la gente haga 8, 10, 12 horas de formación y salga de mis talleres pensando que ya es un narrador o una cuentera. Así que insisto en que de la misma manera que a los pilotos les demandan horas de vuelo, las personas que nos dedicamos o queremos dedicarnos a contar necesitamos también horas de formación en el vuelo de la palabra. Hay gente que dice: llevo cinco años contando, pero la cuestión sería ¿cuántas sesiones de cuentos has hecho? ¿Cuántos cuentos has escuchado? ¿Cuántos has leído de tradición oral, más cerca de una posible oralización? Eso sí que me daría una idea de dónde te encuentras en lo referente al oficio. Porque a contar se aprende escuchando, leyendo, contando, haciendo cursos… y como la mayor parte de los aprendizajes significativos, se prolongan o pueden prolongarse a lo largo de toda la vida. Por eso, los talleres de narración oral que imparto, los llamo permanentes. Son talleres donde enseño, es cierto, pero donde no dejo de aprender y de maravillarme ante las búsquedas creativas propias y ajenas, este bucear incesante en lo profundo del imaginario colectivo.

 

Virginia Imaz Quijera