Mi recorrido dentro de las artes escénicas viene marcado fundamentalmente por el teatro. Cuando en 1989 me acerqué por primera vez a la narración descubrí una forma fascinante de comunicación con el público que ya no he abandonado y que he intentado enriquecer desde diferentes aprendizajes poniendo al servicio de la narración todo mi bagaje en el mundo teatral.

Una de las cosas que más me impresionó de contar cuentos era la forma tan directa de producir sensaciones y emociones en quien escucha la historia, fuera de los artificios que a veces (no siempre) se necesitan en otras disciplinas escénicas. Esto me llevó a pensar que en mis manos tenía una herramienta de inmenso poder con la que podía manejar los delicados hilos que nos llevan a la intimidad de la gente. Y eso me asustó.

Sentí que debía y  que podía utilizar este arte para aportar algo nuevo, para aportar mi visión de las cosas desde el análisis, desde el respeto y desde el corazón, sabiendo conscientemente que podía despertar conciencias dormidas y que esto no siempre es agradable y aceptado por el interlocutor. Y para ello debía ser coherente y prepararme lo suficiente para manejar esta herramienta tan sensible con la que sumergirme en el delicado mundo de las emociones (las mías y las del público).

Un día escuche al dramaturgo, director teatral y maestro en teatro pedagógico Augusto Boal decir:

Que la emoción sea prioritaria, y que ésta libremente pueda determinar la forma. Pero ¿cómo podemos esperar que las emociones se manifiesten libremente a través del cuerpo si precisamente el cuerpo como instrumento de comunicación está mecanizado, muscularmente automatizado e insensible en el 90% de sus posibilidades?

A partir de aquí comencé todo un aprendizaje de des-mecanización de mi cuerpo para que pudiese volver a sentir ciertas emociones y sensaciones a las que ya me había desacostumbrado y desmontar otras con las que mi cuerpo se manifestaba desde la pasiva comodidad.

Todo esto lo he ido experimentando dentro del teatro con los personajes que he representado y desde hace años vengo aplicándolo a las historias que cuento desde donde busco los referentes que conecten de una manera emotiva abriendo así campos en el público como el de la reflexión, la revisión, la confesión, el distanciamiento, el perdón, la aceptación y creando miradas más abiertas hacia el crecimiento y enriquecimiento personal.

Por eso propongo este Taller donde haremos una revisión de dónde estamos como narradores, ¿Qué queremos decir, desde dónde, cómo y para qué?

No sólo nos debe bastar con una buena historia y la necesidad de contarla. También necesitamos encontrar nuestro eco interior. Ser sensible significa que el narrador está en contacto con todo su cuerpo en todo momento; pensamiento, emoción y cuerpo deben estar en perfecta armonía para que, en lo que contamos, esté la irresistible presencia de la vida.

 

  Profesor en la Escuela de Verano de AEDA 2014