Allá a comienzos del 2004 yo era un joven recién salido de la carrera de magisterio con algo de experiencia escénica (amateur) y con pocas ganas de encerrarme a estudiar una oposición. En ese contexto de apremio por encontrar qué hacer con mi vida se me abrió la posibilidad de un curso para aprender a contar cuentos en una editorial gallega. No era algo que yo estuviera buscando, pero como tampoco tenía otra cosa que hacer decidí aprovechar la oportunidad. A los tres meses estaba contando cuentos de esa editorial por los colegios de toda Galicia. Acababa de prender en mí la necesidad de contar. 

caxoto1

Por hacer uso de los conocimientos adquiridos en la carrera (de algo me tenían que servir) y aplicando la Teoría de Etapas del Aprendizaje de Maslow, transitaba en ese momento por mi etapa de INCOMPETENCIA INCONSCIENTE. Me ceñía a lo aprendido en ese curso y contaba los cuentos que me habían enseñado pensando que ya tenía dominada esta profesión (spoiler: uno nunca tiene dominada esta profesión). 

Al mismo tiempo que iniciaba mi carrera como contador de cuentos empecé a buscar funciones de narración oral de otras narradoras y narradores para ver otras voces, otros cuentos, otras formas de contar. Al ir viendo el buen hacer de mis compañeras y compañeros caí en la cuenta de que mi trabajo no tenía ninguna personalidad... entraba en la etapa de la INCOMPETENCIA CONSCIENTE. Fue una etapa en la que me iba enamorando de cómo contaba otra gente y cada vez que salía de uno de sus espectáculos decidía “esta es la persona como la que yo quiero contar”. Y así, fui cambiando de referente no una, ni  dos, ni tres veces. A base de mucha frustración porque nunca llegaba a contar como esas personas que idolatraba. Un día, tuve la revelación de que lo que tenían en común era que cada uno tenía una personalidad distinta para contar y que si yo quería ser un buen narrador, tenía que encontrar mi propia personalidad, mi narrador interior. Acababa de entrar en la etapa de la COMPETENCIA CONSCIENTE. Y es  aquí donde entró la música de manera habitual en mi contar. 

caxoto2

En mi familia estaba muy presente el baile y la música tradicional a través de mis hermanos, y yo también había seguido esa senda. A los siete años bailaba muiñeiras y a los nueve las tocaba en gaita. Esta conexión con la música tradicional se mantuvo y se expandió a otros instrumentos tradicionales: panderetas, tamboril, bombo, castañuelas, flautas, arpa de boca, cucharas...  Por otra parte, durante todo ese tiempo había desarrollado un gran interés por los pequeños instrumentos “peculiares” que solían ser juguetes de origen tradicional que emitían ruido o música pero que no encontrarías en un conservatorio de música: flauta de nariz, zambomba de hilo, sonajeros, lengua de gato... toda una colección de instrumentos que emiten sonidos muy particulares y sugerentes. 

En aquel tiempo, yo aún contaba con libro y en uno de los cuentos había una situación al final de la historia que pedía pararse a respirar el “momento” y se me ocurrió un día meter en ese punto una melodía con flauta. El resultado fue cautivador. Era una melodía lenta y evocadora y cuando terminaba se generaba en el público un largo y emocionado silencio que permitía terminar el cuento casi en un susurro. 

A partir de ahí entendí que, en mi forma de contar, la música y las canciones interactuaban genial con el narrar porque eran parte de mi personalidad, de mi verdad como narrador. Dos pasiones que se encontraban. Al principio fue un camino largo y un poco solitario porque en aquel tiempo apenas se mezclaba la música con la narración oral y no había referentes para contrastar. Así que por ensayo y error fui encontrando mi propia narración musical. Ahora el panorama ha cambiado y ya es mucho más común ver a narradoras y narradores usar música en sus espectáculos, sobre todo para público infantil. 

En cuanto a mi proceso, tengo que decir que fue muy intuitivo. Muchos cuentos ya me pedían músicas o instrumentos concretos. Los instrumentos “peculiares” casaban de maravilla con cuentos de animales. La música y canción tradicional maridaban a la perfección con los cuentos tradicionales gallegos... y así casi sin darme cuenta mi repertorio de cuentos se fue salpimentando de música. A día de hoy no todos mis cuentos van con música (menos de la mitad) pero en cada sesión intento incluir por lo menos uno, ya sea para público infantil como para público adulto. 

caxoto3

Lo que sí tuve claro desde el principio es que el criterio para usar la música en un cuento era que me lo pidiese el propio cuento. Un ejemplo de esto fue la adaptación de un cuento de tradición oral que me tenía obsesionado pero que no encontraba cómo contar. Un día se me ocurrió que su estructura sería perfecta para convertirlo en una canción. Esa misma tarde aquel cuento con el que llevaba varios meses atascado se había convertido ya en una canción. Pero ¿con qué música lo acompañaría? Todos mis instrumentos melódicos eran de viento con lo que o tocaba o contaba; las dos cosas juntas no podían ser. Se impuso aprender a tocar algún instrumento que me dejase la boca libre para cantar y tocar al mismo tiempo y así, entraron en mi vida  instrumentos como el ukelele, el acordeón, el xilófono…

En algún momento me planteé trabajar con alguna persona que me acompañara con música en los cuentos, pero por un lado es algo que me gusta demasiado hacer a mí y por otro lado realmente nunca tuve la necesidad de que la música tuviera tanta presencia en mis espectáculos. Hasta el momento lo he descartado... pero quizás en algún momento me apetezca probar.

Otro hito importante en la relación contar con música, vino cuando quise que convivieran varios de mis instrumentos o juguetes al mismo tiempo. Para llevarlo a cabo necesitaría una pequeña banda a mi alrededor, pero sólo sería para el momento concreto de un cuento y no tendría mucho sentido. En ese momento, la providencia puso en mi camino el concepto “disparador de loops”. Son aparatos en los que grabas una melodía principal y después puedes ir agregando distintos instrumentos a la grabación. Si te das maña, se puede grabar un tema completo con su instrumento principal, segundas voces, acompañamiento rítmico, percusión... y si encima lo haces en plena función dejas al público fascinado. Al principio trabajaba con un disparador de loops muy profesional (Boss RC300), que no aprovechaba en todo su potencial y que pesaba una barbaridad. Hace unos años encontré una aplicación de móvil (Loopify) que me permite hacer lo mismo con similar calidad y que, además, respeta mi espalda.   

Y en este momento estoy en algún punto intermedio entre la COMPETENCIA CONSCIENTE y la COMPETENCIA INCONSCIENTE de Maslow. Jugando con el contar, jugando con la música y disfrutando como un niño de mi profesión... ¿qué más se puede pedir? 

Enlaces:  Cuento con instrumentos peculiaresCuento cantado (con ukelele), Cuento con disparador de loops.

 

Caxoto

 

Este artículo forma parte del Boletín n.º 102 – Contar con música