Un día me llamó Aurora Maroto y me dijo: “Voy a coordinar el boletín de AEDA de primavera. Mi tema es el fracaso y he pensado en ti”. Me sentí halagada. Reconozco que tengo amplia experiencia en el tema y que, para este artículo, ha sido preciso hacer una selección rigurosa. 

Aurora me sugirió que sería interesante hablar sobre mi experiencia en el oficio de la narración oral, en si me afecta o no a la hora de contar, de vender mis sesiones y trabajar con mis compañeros. 

Lo primero que me viene a la memoria es algo que sucedía cuando yo tenía unos ocho años. En el colegio, una compañera de clase siempre suspendía todas las asignaturas. Cuando la seño nos daba el boletín, la rodeábamos para preguntarle “¿qué te dirá tu madre?, ¿te regañará tu padre?”. Del padre no recuerdo lo que contestaba, pero sí lo que le decía su madre: “hija, lo que importa es que tú seas feliz”.

Aristóteles ya decía que el fin de toda persona es ser feliz. También, en el siglo XXI, nos lo dicen los gurús de la autoayuda. Lo que ocurre es que el sabio griego añadía que el Ser feliz es aquella persona que vive bien y obra bien. Y, para muchas generaciones, eso de “obrar bien” nos ha quedado grabado a fuego.

“Quiero hacerlo bien”, “no voy a equivocarme”, “terror al error”… son consignas que te pueden sonar. 

Pero empecemos por el principio: ¿qué es el fracaso? Y si no sabes responderme, te pregunto: ¿qué es el éxito?

Cada persona tendrá una respuesta diferente a cada una de las preguntas. Es más, cada persona (según sus circunstancias, época de vida, etc.) pueden dar una respuesta diferente a la misma pregunta. 

Tal vez una de las más aceptadas por la sociedad sea que el éxito es el logro de los objetivos. Por tanto, el fracaso sería no alcanzar tus objetivos. 

Aquí podría acabar este escrito con la conclusión: márcate unos objetivos, los consigues y tendrás éxito. Sin embargo, la ecuación no es tan sencilla ¿verdad? 

Comparto un par de fracasos en la profesión seleccionados de mi larga trayectoria. 

Sabiñánigo durante una sesión de público familiar. En el Molino Periel el patio de butacas está lleno, no cabe nadie más. Fuera hay montado un escenario pero, antes de empezar el bolo, ha llovido y se decide hacerlo a resguardo por si el tiempo empeora. Empiezo la sesión. No es la primera vez que cuento en Sabiñánigo. Me conocen y yo conozco al público. Los primeros cuentos van rodados. Es un repertorio en el que me siento bien, lo manejo a mis anchas, me permito improvisar… Me siento tan bien y segura que, de pronto, pienso: “Voy a meter ese cuento corto que solo he contado un par de veces”. Y empiezo a narrar la historia del gorrión, el ratón y la salchicha, recopilado por los hermanos Grimm. Las anteriores ocasiones en que lo había contado resultó un éxito. La gente se desternillaba de la risa. En Sabiñánigo la energía cambia. Hasta ahora todo va como una seda y, con este nuevo cuento, la energía es más pesada. Las niñas y los niños me miran con cara asombrada, las personas adultas ponen cara de circunstancias. El asombro va en aumento, pasa a incredulidad para llegar al horror. En mi cabeza una frase: “sal de ahí tan rápido como puedas” En un plis plas acabo el cuento y paso a otro. 

Mi oficio (la experiencia de muchos años) me lleva a continuar con otro cuento que será un acierto y a mantener mi ánimo elevado para no frustrarme y emplastar la sesión con este sentimiento de frustración (vecina, por favor, observa que no digo fracaso).

En otra ocasión, contaba para público adulto en La Libre de Barrio, en Leganés. Ya casi al final de la sesión, narro la historia de Asha la Poderosa. Durante la narración el público está “contenido”. Todas las personas menos una. Una mujer, en primera fila, está con la cabeza gacha y, de vez en cuando, se lleva las manos en la frente. Intento apartar la mirada de esta señora y centrarme en otras personas del público. Se acaba la sesión. La señora se levanta como si llevara un cohete pegado al culo y se va. En esta sesión no consigo disfrutar de la historia (y mira que es una de mis preferidas, la conté este viernes pasado en Librería Jarcha y volví a paladearla a gusto).

Como Aurora Maroto también me sugiere que comparta mis experiencias de fracaso contando en grupo (soy la tercera pata de A Tres Voces, junto a Carlos Ansótegui y Simone Negrin), ahí van. 

Estrenamos "La Odisea A Tres Voces" en Libertad 8, en Madrid. Es un espectáculo narrado en castellano, italiano y mallorquín. La sala está llena. Nos acompañan personas del oficio, amistades y familiares. Al acabar, sin cambiarnos de ropa, nos rodean conocidas amables y cariñosas para transmitirnos su enhorabuena. Desde el primer momento, me fijo en un señor que, un poco apartado, parece que me está esperando para saludarme. No puedo acercarme a él ya que la gente que me rodea sigue llegando, atravesando ese círculo exterior en el que él se encuentra. Después de lo que me parecen largos minutos, y admirar la paciencia del caballero, consigo abrirme paso hacia él. Él se acerca. Nos encontramos y yo le alargo las dos manos. Agarrados de las manos yo sonrío. Él también y me dice: “no he entendido absolutamente nada de lo que has dicho. Es más, tengo muchas amistades en Valencia a los que puedo entender perfectamente. No sé que ha pasado que no te he podido comprender a ti…". Y, amorosamente enlazadas nuestras manos, sigue regañándome por no entender un dialecto mucho más rico y complejo que el valenciano que se pueda hablar en Valencia (y que me perdonen las valencianas).

Es verdad que también hay roces entre las tres componentes de A Tres Voces encima del escenario. Por ejemplo, cuando se me pasa por alto algún pie que da paso a otra escena y los demás tienen que improvisar. Pero no hay sentimiento de fracaso si se da otro ingrediente que no he mencionado hasta ahora: fluir.

Mihely Csikszentmihalyi (no, vecina, yo tampoco sé cómo se pronuncia) escribió, al menos, dos libros sobre la psicología de la felicidad y, como secreto del almendruco, el concepto “fluir”. Puedes leer su trabajo en castellano y él lo explica mucho mejor de lo que puedo hacer yo. Sí que, para darme a entender, te diré que es algo parecido a cuando estás jugando al baloncesto y empiezas a meter canastas como si no te costara ningún esfuerzo, como si las demás jugadoras te ayudaran a encestar… O como cuando decides hacer un bizcocho sin seguir ninguna receta, poniendo ingredientes y medidas según tu inspiración y, al final, sale el mejor bizcocho que has hecho nunca. También es cierto que no te pasará la primera vez que tienes un balón en las manos o si antes nunca has entrado en una cocina. Csikszentmihalyi (cómo me gusta este apellido) también lo advierte: el fluir llega después de tiempo de práctica y conocimiento. 

Tuve una profesora de teatro que nos recordaba que nuestro trabajo (el de artista, artes escénicas, narración oral) trata de “explorar” no de “investigar”. Investigar es plantear unos métodos cerrados buscando respuestas. Explorar trata de preguntar, perderse, vagabundear. 

Odiseo anduvo errabundo en su regreso a Ítaca. Penélope tuvo éxito en su empresa de defender su casa, hijo y propiedades. Sin embargo, se canta el periplo del héroe y se hace callar y mandan a sus habitaciones a Penélope. 

En los cuentos tradicionales llega un momento en que las tres protagonistas se encuentran en una encrucijada de caminos. Uno toma el de la derecha, el otro el de la izquierda y, el tercero, el de en medio. Generalmente, el tercero es el protagonista y el que tendrá éxito.

Gianni Rodari, en su Gramática de la fantasía dice que en cada error se halla la posibilidad de una nueva historia. ¿Y si en lugar de seguir al que toma el camino de en medio relatamos lo que le sucede al que decide andar por el camino de la izquierda, por ejemplo? Quizás no sea un recorrido que lleve al éxito a nuestra protagonista. Tal vez contemos una tragedia, o una comedia, pero nuestro relato (el cuento narrado) sí que puede ser un éxito. 

La diferencia está en la elección del camino. Esa elección es personal, nadie puede hacerlo por nosotras. El camino correcto, el que está bien, el que te indican otras personas o lo que tú piensas que quieren otras personas suele ser el trillado. El paisaje, los olores, las pisadas son las de otras personas. Es un camino que nos suena como público y que nos aburre por predecible.

Al público le gusta el camino sorprendente, el auténtico (no el preparado para turistas), el que te ensucia de barro y polvo los zapatos, el que te muestra maravillas (una piedra distinta en el camino, una florecilla, un canto de pájaros…). 

Empecé a contar, en Barcelona, en el siglo pasado (1997 aproximadamente) Hice muchos BBCC (bodas, bautizos, comuniones y cumpleaños) Trabajaba con Viri-Virom y La Renaixença del Poble Sec. Tenía representante (Cruïlla d’Espectacles) Era una época de vacas gordas. En cualquier cumpleaños te encontrabas con un mago, un payaso y un cuentacuentos (en el circuito en el que trabajaba ni habían oído hablar de la narración oral). Los ayuntamientos, en verano, contrataban orquestas y, como pack regalo, les entraba una función infantil. 

Aprendí muchísimo sobre el oficio. Aprendí que puedes acabar un bolo feliz y el gestor de turno acercarse y decirte que ha sido una pifia. Pensar que el mejor cuento que has narrado es el tercero y el público alabarte y emocionarse con el segundo. Decirte a ti misma: “no me van a volver a llamar” y, antes de llegar a casa, ya tener la próxima sesión cerrada con el mismo ayuntamiento. O despedirse felices todas las partes (narradora, ayuntamiento, público) pensando que volverás una y otra vez… y pasa el tiempo y tu regreso no sucede. 

Uno de los mayores aprendizajes que he tenido (y el que más lágrimas me ha costado) ocurrió en el último año de estudios reglados. Después de estudiar Arte Dramático en Mallorca me fui a Barcelona. Allí seguí con mis estudios de Interpretación en Barcelona (en el Estudi de Teatre Helena Munné). En el último año presentamos un trabajo grupal de fin de carrera. En la dirección Pep Munné. Pep eligió varias escenas de obras de Shakespeare. Entre ellas la de Julieta y su nodriza. Toda aspirante a actriz desea el papel de Julieta. Pep me dio el de nodriza. 

Cierto que esa escena es a mayor gloria de la actriz que encarna el personaje de nodriza. Julieta está esperando a Romeo para huir juntos después de su casamiento y entra la nodriza con la noticia de que Romeo acaba de asesinar a Teobaldo, estimado primo de Julieta. Pep nos dirigió para que yo sostuviera y arropara el trabajo de Julieta. 

El aprendizaje fue grande en muchos aspectos. El primero que siempre hay un bien común que es la obra, la sesión, el cuento. No el lucimiento personal por muy capaz que seas, por muchos malabares que seas capaz de manipular. 

Segundo, que al hacer mi trabajo (dejar de pensar en mí) el público se emocionaba con mi papel, yo disfrutaba y se alcanzaba el objetivo (eso sí, el de Pep). Todo un éxito… pero no para mí. 

“Tramuntana” es un espectáculo que yo escribí y que dirigió Magda Labarga. En uno de los ensayos, al principio, Magda me dijo: “te doy permiso para que te equivoques”. Hace poco tuve la suerte de representarlo en El Círculo Conta, en Valencia, y también ha sido un éxito. Más para el público que para mí (tengo que rodarlo más) pero un éxito. 

Acabando este cúmulo de ideas (sin hilo conductor, saltando de rama en rama, abocadas al fracaso) te cuento un secreto. Llevo un tiempo de éxito en éxito. ¿Cómo lo logro? Desde que decidí confiar y lanzarme a la piscina. Si te dicen que se trata de atrevimiento (mira tú, vecina, otro éxito: Cuentos Coloraos, pero eso lo dejo para otra ocasión) no te cuentan toda la verdad. Sí que hay un ingrediente de apuesta, pero se callan el que importa de verdad: la generosidad. 

Necesitas el valor para ser generosa. Claro que eso no dependen del oficio, eso depende de tu vida. Si eres una persona que te comportas de forma generosa en tu vida (y con ello me refiero a la parte apasionada) te será muy sencillo hacerlo encima de un escenario.

He visto a personas encima de un escenario contar sin técnica y sin oficio pero le ponen ganas y eso el público lo respeta. Es pegadizo. Al final, esa pasión se contagia. Si continúan así mucho tiempo llegará a ser aburrido, claro. Pero imagina, imagina que aprendes técnica, que tienes oficio y, a todo eso, le sumas la pasión. La pasión por lo que haces y por quién eres, por cómo eres. No te escondes. Te muestras con todas tus virtudes y defectos (fortalezas y debilidades que dicen las emprendedoras). ¿Gustará al público? ¿Será un éxito seguro?... Pues no lo sé, la verdad. Lo que sí creo es que disfrutaremos el momento, obtendremos placer. Y de eso se trata en definitiva, compañera, de una relación placentera en la que tú goces al máximo siendo generosa escuchando lo que te pide tu pareja (llámale público, por ejemplo) en el encuentro amoroso. 

Quiero dar las gracias a todas las Maestras que he tenido y a las que les debo parte de mis virtudes. Algunos de estos nombres son: Peky Spaziany, Helena Munné, Pep Munné, Paquita Bustamante, Ondina, Pep Bruno, Pablo Albo, Carolina Rueda, Ángela Arboleda, Ignasi Potrony, Magda Labarga…  y a todas las compañeras y compañeros a los que he visto trabajar encima de un escenario o que he tenido la suerte de trabajar a su lado. 

Aurora, te mando este escrito ya fuera de tiempo, al borde del fracaso. Gracias a ti también por confiar en mi experiencia. Besos y abrazos. 

 

Margalida Albertí

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Este artículo pertenece al boletín de primavera de 2023, el n.º 99, dedicado a "El fracaso"