¿Qué es el lenguaje inclusivo? 

¿En qué consiste? ¿Para qué sirve?

¿Es un debate estéril o necesario? ¿Qué es lo correcto? ¿Hay un modo correcto de decir las cosas? ¿Es una cuestión ética o estética? ¿Quizás es una cuestión filosófica? ¿O es un debate político?

Todas estas preguntas y muchas más me asediaron y me asedian a diario. 

No hay día que no me plantee cómo podría decir algo de una manera inclusiva que no invisibilice a las mujeres que quiero nombrar y me encuentro perdida en un laberinto que, a veces, creo sin salida, y, Ariadna no acude a mi rescate.

La doctora Eulàlia Lledó (1) parafrasea a Steiner (2) para explicar la necesidad del lenguaje inclusivo, «lo que no se nombra no existe o se le está dando carácter de excepción», en ese artículo explica que el lenguaje inclusivo es aquel desprovisto de sexismo y androcentrismo, es decir aquel que no se conforma a partir de una visión del mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino.

Desde una perspectiva de género el lenguaje inclusivo es aquel que respeta y acata los Derechos Humanos sin diferencias entre las personas, pero especialmente aquel que no hace distinciones por consideración de sexo. Primo Levi en Si esto es un hombre menciona un poema de Christian Morgenstern titulado: "Realidad imposible"; concretamente, uno de sus versos dice: "No pueden existir las cosas cuya existencia no es legal". Podría parecer algo absurdo, pero no lo es, aquello sobre lo que no se reflexiona no existe; lo legal, lo normativo es una convención, y cuando las convenciones socio políticas e incluso lingüísticas son ilegítimas desde el punto de vista de los derechos humanos, hay que reflexionar sobre ellas para poder cambiarlas.

Así que trato de tirar del ovillo o de lanzárselo a Ariadna para que me muestre la salida. 

 

La fuerza de la costumbre

La fuerza de la costumbre es el mayor escollo. No hay nada más dañino que la tradición por la tradición y la costumbre por la costumbre, si por ellas fuera el Minotauro seguiría devorando hombres y mujeres, nada en el mundo habría cambiado y nada cambiará ni la esclavitud ni el racismo ni la misoginia ni la homofobia ni la desigualdad… ni el orden establecido por quienes dicen salvaguardar el mundo y que tan sólo pretenden defender sus privilegios, nada nuevo bajo la luna o el sol.

En el hemisferio norte el agua desaparece por el desagüe en una infinita espiral dibujada hacia el lado derecho, mientras que en el hemisferio sur el agua desaparece por el lado izquierdo y esto es así por la llamada fuerza de Coriolis, pero esa es una ley física como la de la gravedad… leyes inamovibles (hasta que se demuestra lo contrario) que nada tienen que ver con el pensamiento y el lenguaje de la humanidad.

Las costumbres cambian cuando cambia nuestro pensamiento o, lo que es lo mismo, nuestro pensamiento cambia nuestras costumbres.

El Minotauro murió el día que Ariadna decidió entregar el hilo de la libertad a Teseo y Teseo confió en ella, lo que pasó después es otra historia…

 

Nuestras lenguas marcan

El lugar en el que nacemos en el mundo configura, además de nuestros derechos y nuestras obligaciones, nuestro pensamiento, porque hay lenguas que marcan más que otras a través de sus morfemas y sus relaciones sintácticas, las palabras que nombran lo femenino, provocando una dicotomía entre lo femenino y lo masculino, pero a la vez haciéndonos creer que el masculino en ocasiones engloba al femenino, al igual que los denominados genéricos como la palabra hombre y su plural referidas al género humano o la palabra niño (y su plural) alusivas a la infancia o tantos otros sustantivos que nombran el todo por la parte sin ningún escrúpulo, normalizando la desaparición de la mitad de la civilización, porque lo que no se nombra no está, no existe y si digo hombre/s no digo mujer/es. 

Desengañémonos, como ya dijimos en otro artículo, hasta bien entrado el siglo XX el Ser nunca fue mujer, sin derechos las personas no son y en una gran parte del mundo las mujeres, –la mitad de la humanidad–, siguen sin ser. 

 

Nuestro oficio o desmadejar el ovillo

Hay que desenmarañar la madeja, deshacer los nudos, para poder lanzar el ovillo y seguirlo sin miedo… nos lleve donde nos lleve.

Quienes atesoramos como instrumento de trabajo las palabras debemos tener especial sensibilidad y cuidado para incluir a todo el público que nos está escuchando, para que nadie sienta que no puede ser protagonista y objeto de nuestra historia. 

Escudriñar nuestras ideas, estrujar nuestras mentes para combatir desde la construcción de nuestro pensamiento el sexismo en el lenguaje es una de las tareas más arduas y difíciles a las que nos enfrentamos.

Quienes narramos cuentos e historias podemos y debemos hacer muchas cosas para cambiar el curso de las historias y de la Historia de la Lengua.

Pese a los esfuerzos de la RAE por combatir la presencia de términos femeninos y masculinos y su duplicidad como: señores / señoras, niños / niñas, y que aconseja no usar, a veces, es lo único que podemos y debemos hacer para hablar inclusivamente, le pese a quien le pese, pero no siempre es la única solución.

 

Nuestros trucos para deshacer los nudos

Hay muchos mecanismos de los que nos podemos servir y todos conllevan una gran dosis de paciencia y tesón, sigamos las miguitas de pan que nos dejaron Eulàlia Lledó (3) y tantas otras.

Podemos utilizar genéricos colectivos, envolverlos con una gran lazada y cambiar nuestras rutinas, que no son más que eso, y decir: estimado público; bienvenidas gentes; saludar a peques y mayores o utilizar otras mil y una fórmulas inclusivas. También dirigirnos al alumnado, al profesorado, a las familias, al personal médico o sanitario…, y es que cualquiera puede hacerlo, no hace falta dedicarse a contar cuentos para ello.

También debemos recurrir a las palabras abstractas (que cuando te familiarizas con ellas son mucho menos vagas e imprecisas y hasta les tomas cariño al verlas mezcladas con tus habituales) y utilizar expresiones como: hablar con secretaría en lugar de: con la secretaria o el secretario…; o acudir a una reunión de tutoría en lugar de: con el tutor que en su mayoría son mujeres…

Tenemos la obligación de incluir en nuestras historias y nuestros cuentos todos estos cambios de punto de vista, porque no son más que eso una nueva manera de decir, (de los puntos de vista con respecto a las historias, los personajes, las protagonistas, la autoría, las fuentes… y demás, ya hablamos sobradamente en Mujeres de palabra. Palabra de mujeres) (4).

Jugar con el concierto de los adjetivos y los participios y por ejemplo hacer concordar el participio o el adjetivo con el género de la última persona de la frase. «Pablo, Lucas y Julia han sido las primeras en terminar» frente a la concordancia del masculino plural de siempre. Los cambios no vienen solos, la RAE recoge lo que quienes hablamos decidimos que es correcto, tratemos de cambiar nuestro decir y estar en el mundo.

En ocasiones, podríamos sustituir los participios pasados o presentes sustantivados por una oración de relativo con el verbo en forma personal y las formas marcadas lo que, la que por quien o los que y las que por quienes y así el buscador de un tesoro podría convertirse en quien busca un tesoro, por supuesto, recorriendo los mares del sur.

Buscar fórmulas sintácticas diferentes y en lugar de: estar interesado, pasar a:  tener interés en… o del mismo modo sustituir: estar enfermos por padecer una enfermedad. 

Debemos pronominalizar de diferente manera y decir, por ejemplo: intentan aclararse entre sí en lugar de: intentan aclararse entre ellos. 

Alteremos el orden de lo masculino y lo femenino, alternemos: Queridos niños y niñas y Queridas niñas y niños… y viceversa.

Dicen que «alguien» y «nadie» son pronombre indefinidos y su concordancia es en masculino singular.
Si decimos:
Nadie está más convencido que él. Está bien dicho
Nadie está más convencida que ella. Está mal dicho
¡Hasta mi corrector de texto me dice que he escrito mal la palabra «convencida», porque la concordancia debe ser en masculino!
Igual hay que rebelarse contra ese supuesto masculino, porque se da esta paradoja, si preguntamos:
¿No hay nadie? Sí, está María... ¿es que María no es nadie?
¿Hay alguien? Sí, está Pepa... ¿y Pepa es alguien o no?

Recuperemos términos como usted / ustedes carentes de morfemas de género, que comenzaban a estar en desuso sobre todo en España, rescatemos del pasado lo que consideremos rescatable, porque siempre se trata de desfacer entuertos.

Tenemos la obligación de conocer y aplicar los recientes cambios en la RAE, estar al día, médica, abogada, ingeniera hace mucho tiempo que son las únicas maneras posibles de nombrar a dichas facultativas. La RAE es una maquinaria lenta, a veces mucho más de lo que quisiéramos y nos cuesta entender por qué la apuesta por un lenguaje inclusivo no es tomada en serio. Se han producido nuevos avances, pero son insuficientes, quizás las cifras nos ayuden a entender las razones, igual se debe a que a lo largo de la historia de la institución, de cuatrocientos ochenta y seis academicistas sólo doce han sido mujeres, (dos más fueron elegidas en 2022, pero aún no han sido nombradas), quizás es esa una de las causas.

Forcemos el lenguaje, salgamos del laberinto gracias a un sencillo hilo que logre mostrarnos todo lo que hasta ahora transformaba en invisibles a las mujeres y seamos coprotagonistas en la vida real y la de las palabras. Digamos: las soldadas, las pilotas, las sargentas… por más que ahora nos resulten raras ya que desde un punto de vista estrictamente morfológico, no sólo es posible, sino que es como debieran ser nombradas, porque en este caso es tan sólo la actitud reaccionaria de la institución militar y la vista gorda de la RAE lo que frena esos cambios.

 

Encrucijada

Hay momentos que nos encontramos ante una encrucijada y como en los cuentos hay que escoger un camino y cruzar los dedos para que sea el acertado.

En lengua castellana, por ejemplo, la RAE (5) dice a propósito del carácter no marcado del género masculino que en ocasiones suceden cosas que para la Academia no son anómalas, que muestran discordancia de género, expresiones como: «Su último hijo ha sido una niña», que resultarían irregulares si esa no fuera una propiedad firmemente arraigada en el sistema gramatical del español. 

Y añade otro ejemplo, alegando que el sistema gramatical no rechaza la construcción «Ana ha sido uno de mis mejores alumnos» la oración propuesta contrasta igualmente con «Ana ha sido una de mis mejores alumnas», ya que en esta última secuencia no se abarca a los varones.

La pregunta es ¿por qué?

 

¿Por qué? 

De nuevo el arraigo o la fuerza de las costumbres

Pues porque a un término no marcado se le ha nombrado como masculino frente al que sí que es inequívocamente femenino.

Es esa falsa dualidad la que provoca la invisibilización de las mujeres en el lenguaje, entre otras muchas causas no estrictamente lingüísticas.

Hace un tiempo encontré una cita en internet que hablaba del género confuso, supuestamente la definición de este término aparecía nada más y nada menos que en la llamada Gramática Anónima de Lovaina1 del año 1555. Y al contrastar la información he descubierto que en la edición de 1555 no aparece el concepto confuso, y que todo se trata de un maravilloso cuento, una leyenda urbana, una fábula o un nuevo gol internauta a la Wikipedia.

Pero no me importa, porque si ese concepto no existe, tenemos la obligación de inventarlo y estoy hasta dispuesta a asumir el demérito o el mérito que ello conlleve.

Tiremos del hilo…
Lo sí que aparece en los cometarios a esa Gramática, (escolar en tres idiomas, francés, castellano y latín), realizados por el estudioso Antonio Roldán al compararla con la de Nebrija o con la Valdés.

Dice que cuando Anónimo de Lovaina se refiere a los géneros lo hace de una manera «extravagante»
«Todos los nombres españoles acabados en -a femeninos son, como: tabla, caja, mesa.
Los que acaban en -o; son masculinos o neutros.
Los que en -e son: o masculinos o femeninos como la calle, el guante.
Los que en consonante se terminan, aunque se pueden conocer su género no tan fácilmente».
De esta manera, nos encontramos con una clasificación confusa de los géneros que distinguía entre: el género femenino acabado en -a, salvo excepciones y el género confuso acabado en -o/e, también con sus salvedades, (no me detendré demasiado en explicar que la terminación -o/-a, en muchos casos forma parte del lexema de la palabra y no es morfema de género lo que nos complica la vida a quienes estudiamos castellano y oscurece un poco más, aún si cabe, este asunto).

Así pues, la denominación de género confuso es una definición fabulosa, esta vez la confusión simplificaría las cosas, las confundiría menos. 

Si se trata de un género confuso, no es masculino, porque en demasiadas ocasiones incluye el género femenino ¿por qué llamar masculinos a morfemas que incluyen los dos géneros? Son morfemas confusos y como tales son incluyentes y no deberían ser nombrados como masculinos. (No confundir el –género confuso– con el llamado –género neutro–, que la RAE aplica sólo en lo referente a los adjetivos, porque no es lo mismo incluir a los dos géneros que ni a uno ni a otro).

Con esta nueva denominación acabaríamos con la apropiación histórica e interesada del género masculino (singular o plural) porque ya no se nombraría como tal sino como —Género Confuso— hasta ahora ese supuesto masculino se ha usado para designar a todas las personas o generalizar en cuanto al género, quedando demostrado que en determinados usos es claramente excluyente de lo femenino, pero haciéndonos creer que en los demás casos siempre es inclusivo cuando la historia nos ha demostrado que esto no es así. 

Sin duda deberíamos hacer un esfuerzo por cambiar conceptualmente nuestra manera de entender el lenguaje y no renunciar a que lo femenino y las mujeres nos sintamos incluidas en él y apostar por la denominación de ese género confuso que sí nos nombra, al igual que ocurre en otros idiomas donde el género no está marcado y evitar así la tan incómoda duplicidad de términos, pero esto ya se ha convertido en una cuestión política e ideológica con pocos visos de resolución…

 

¿Qué es el lenguaje inclusivo?

Es un lenguaje respetuoso y cuidadoso, que aspira a la igualdad real entre sexos. Aquel que pretende hablar de las mujeres en la misma proporción que habla de los hombres ni más ni menos. 

Es el lenguaje que antepone las ideas a la tradición y la fuerza de la costumbre y a las reglas obsoletas que ya no debieran regirnos. 

Es el lenguaje que haría posible lo que ahora mismo puede parecernos un imposible.

Paula Carbonell (Lyca)

Del grupo de trabajo "Informe Carter"

 

NOTAS AL PIE

(1Libros y artículos de Eulàlia Lledó disponibles aquí. Más sobre esta autora en su web

(2) Lo afirma GÓMEZ DELGADO, J.M., «El lenguaje inclusivo como herramienta», p.1. Disponible en este enlace.  Sucede así cuando señala que Eulàlia Lledó parafrasea la cita de George Steiner, y aunque este autor y diversas fuentes de internet atribuyen la cita a Steiner no la hemos encontrado en su obra: STEINER, G., Lenguaje y silencio, Ed. Gedisa, Barcelona, (1973) 2003. 

(3) LLEDÓ, E., «Nombrar a las mujeres, describir la realidad: la plenitud del discurso», AA.VV., Formación y acreditación en consultoría para la igualdad de mujeres y hombres, Emakunde, Instituto Vasco de la Mujer, 2004, Nombrar a las mujeres, describir la realdad: la plenitud del discurso en pp. 371- 413.  pp. 396. Disponible en este enlace (fecha de consulta: 02/02/2022). 

(4El AEDO #10, Una década haciendo camino. «Mujeres de palabra. Palabra de mujeres». Disponible en este enlace.

(5) RAE, Nueva Gramática de la Lengua Española, Espasa Calpe, 2010. 

(6Útil y breve institution para aprender los principios y fundamentos de la lengua española. Lovaina 1555. Edición facsimilar con estudio e índice de Antonio Roldán, Madrid, CSIC, 1977.