Hace unos meses escribía en otro boletín de AEDA sobre Cuentos para acompañarnos un voluntariado que iniciamos en el confinamiento para contar cuentos por teléfono a personas de colectivos vulnerables. Como coordinadora de la actividad junto con Elia Tralará, me pidieron que analizara su desarrollo. En este enlace se puede leer el artículo.
Con una red de 50 narradoras y narradores llamado a unas 80 personas semanalmente, nos planteábamos que podía ser un buen momento para reflexionar en profundidad y de repente me pide Jennifer Ramsay esta colaboración para el boletín. Para ello he puesto en práctica algo muy relacionado con nuestro trabajo: la escucha.
Este es un artículo tejido a varias voces, escrito a partir de testimonios de narradoras y narradores, en algunos casos formulado con sus propias palabras, a todas ellas les estoy agradecida.
Partiendo de la experiencia de que el voluntariado es una actividad de ida y vuelta en la que ambas partes reciben, incluso a veces quien se supone que da es quien más recibe, planteé tres preguntas. Quería saber qué les había aportado personalmente la actividad, si les había servido para llevar mejor el aislamiento y el momento del confinamiento más duro y qué era lo que más más les había sorprendido.
“Hay muchas personas dispuestas a ayudar cuando se facilita una estructura”, Juan Madrid.
Decía Juan lo mucho que podemos hacer con muy poco, lo mucho que aporta una llamada, pero para ello es necesario que exista una estructura. Desde la coordinación creamos esa primera estructura a partir de la cual hemos ido acogiendo a todas las personas que se han animado a participar. Lo hicimos en una situación crítica, en tiempo récord, a veces cuando te limitas a sostener la estructura te pierdes lo que hay dentro. Ahora escuchando estas reflexiones he podido ahondar, conocer, y disfrutar de la profundidad de las historias.
Como ocurre cuando te cuentan una buena, me han dado ganas de seguir escuchando, puede que este escrito sea solo el principio.
El tema de este boletín es la luz en la oscuridad, yo me imaginaba ese cable con bombillas pequeñas de colores que alegran las fiestas de los pueblos. Cada una es diferente, algunas por el roce ya no son verdes sino azuladas, las rojas se mantienen como el primer día, las blancas nunca se funden. Alguna, cambiada hace años, tiene otra forma y diseño. Puede que el cable que las sostenga esté pelado y sea fino pero la estructura resiste, viaje tras viaje, para iluminar y decorar en cada verbena con su belleza irregular.
Esa es la belleza que tienen las voces de quienes han estado llamando todos estos meses.
Agendas vacías
Las anulaciones de actuaciones llegaron antes que el confinamiento, es cierto que no todas las personas que participamos en Cuentos para acompañarnos vivimos exclusivamente de narrar, pero hay muchas que sí. La situación nos forzó a detener nuestra actividad, gente acostumbrada a viajar, a moverse a diario, contar en colegios, institutos, bibliotecas, ahora obligada a estar en casa, parada, sin poder valerse de las historias ni de las palabras.
Decía Caxoto que desde esta situación de frustración y falta de horizonte, después de un primer momento de shock, sofá, series y palomitas, surge la necesidad de aportar algo, para romper con la sensación de impotencia.
Nos planteábamos qué podíamos hacer, cómo podíamos aportar en este momento tan difícil conscientes de que aun estando mal, estábamos mucho mejor que otras personas. Parafraseando a Elia Tralará, sentíamos esa urgencia de poner nuestro granito de arena, salir de la “comodidad” de nuestras casas para llegar a esas personas que, por su situación, se enfrentaban a confinamientos mucho más duros: mayores, refugiados, gente enferma, gente sola, personas sin hogar.
Una llamada, una cita en la agenda
La mayoría de narradoras que llamaban dicen que la cita para contar por teléfono les ayudaba a salir del embotamiento o de la hiperactividad digital. Que se preparaban especialmente para ese encuentro y que eso les hacía sentirse mejor.
Además sabían que sus escuchantes les esperaban. Como afirmaba Anselmo Sainz igual que comemos para no morir de hambre, contamos cuentos para no morir de pena.
Dice Cris de Caldas: “si tenías un mal día y te dolía la cabeza, durante la llamada ocurría como en una actuación presencial, te olvidabas de todo, hasta del dolor de cabeza.”
Las llamadas servían como ventanas que nos transportaban a otros lugares, por un momento te trasladabas a Sevilla, Hospitalet o Murcia. Nosotros les abríamos ventanas con nuestros relatos y ellos nos las abrían con los suyos. Y pasábamos de estar un poco atontados en casa, a espabilar a través de las historias.
En palabras de Maísa Marbán los cuentos servían como vehículo de encuentro. Como esos carros donde se contaba para hacer más llevadero el viaje.
Coinciden muchos narradores en que las llamadas servían como evasión, afirma Sofía Volvoreta que contar y la literatura nos da un rato de paz y nos olvidamos de todo.
Los mayores estaban solos
Mucha gente sola, aislada, enferma, asustada. Con las actividades, que les mantenían en conexión con otros y con ellos mismos, canceladas sin fecha de vuelta.
Decía Raquel Gómez que no le podía contar cuentos a su madre, que estaba atenta a resolver sus problemas de salud “no fuera a ser que se nos muriera”, de hecho, durante el confinamiento sufrió varias crisis de ansiedad y tuvo que ser atendida por el Samur. A la narradora se le ocurrió que sería bueno que alguien llamara a su madre para contarle e incluimos a Petra en la lista de escuchantes. Ella se pasaba los días entretenida recordando romances para contar de vuelta cuando la llamaran, no volvieron a darle crisis de ansiedad.
Dice esta compañera que ver el efecto tan positivo que tenían las llamadas en su madre le hizo darse cuenta de la repercusión de la actividad, durante meses estuvo llamando a tres personas.
También comentaba otra narradora que, a pesar de que ya no vivían sus abuelas, le daba la sensación de estar hablando con ellas cuando contactaba con las personas mayores a las que llamaba.
Pero hay otras soledades, entre ellas las de las personas sin hogar, esas que duermen sobre cartones y en las que a veces cuesta mirar. A esas también las hemos llamado y nos han contado sus historias, algunas no querían escuchar, querían hablar, por primera vez eran el centro y tenían mucho que decir, vidas inimaginables, vidas que superan la ficción.
Les sorprendía a los narradores encontrarse a veces con personas de su misma edad en situaciones muy duras, gente que había abandonado sus países, que se encontraba aislada en centros de acogida, pero con una actitud positiva y alegre ante la vida. Gente que participaba de grupos de teatro, que leía poemas, tocaba las castañuelas, o que incluso estaba escribiendo su biografía.
La riqueza de la escucha
El teléfono ha sido una herramienta que nos acercaba a los otros. Como señala Simone Negrín se genera una intimidad incluso mayor que si nos viéramos cara a cara.
Creíamos que íbamos a llamar para contar y te encontrabas por ejemplo con gente que habla, habla, habla, llamadas que se alargaban hasta llegar a la hora sin posibilidad de cortarlas y al terminar, una disculpa y la confesión de que esa semana no ha hablado con nadie más.
Se crea una intimidad, una relación, una conversación, se comparte como esa narradora que estaba preocupada por su madre y le cuenta a la señora mayor a la que llama y esta le da consejos sobre cómo llevarla. Incluso le confiesa que ella también ha hecho locuras como ponerse a levantar un colchón muy pesado. “No, dile a tu madre que no haga esas cosas, que ya estamos mayores y no puede ser”.
O un narrador que durante sus llamadas tiene a su madre al lado y ésta termina hablando con la señora a la que le toca llamar.
Conocer otros mundos, a veces otras culturas de gente de Guinea Ecuatorial o Perú. Darse cuenta de que las historias de Guinea se parecen a las de Galicia.
Que te den alguna receta para comer y también otras mágicas para cocinar un gato. Que te canten jotas, que te compartan recuerdos de sus parejas o sus infancias, que te cuenten similitudes de sus vidas con las tuyas o simplemente que te pregunten qué tal estás.
Nos encontramos con personas con ganas de contar, como decía Cristina Mirinda que “cuentan tan bien y cuentan también”. Y continuaba afirmando que es un lujo “poder dar vida a historias junto con mujeres con las que nunca habría podido intercambiar palabras” de no haber sido por esta situación.
Y al final esa sensación de alegría que cuenta Laura Fernández que se dio desde la primera llamada “Una de las cosas que más me sorprendió fue la primera llamada a las dos personas que llamo. Me sorprendió la facilidad, la fluidez...Colgué maravillada de las conversaciones que había tenido con dos personas desconocidas, que ni sabía cómo era su cara...”
Un repertorio a la carta
Cuando contamos de manera presencial a un público amplio a veces alguien se te acerca y te dice que tu historia le ha recordado a alguna otra y te la cuenta, o te dice qué le ha gustado o qué no le ha gustado. Normalmente el público que no nos conoce, no suele ahondar sobre lo que contamos.
En los cuentos por teléfono, sin embargo, la relación es mucho más cercana, las historias se cuentan de tú a tú y eso facilita la comunicación también sobre la propia historia. Decía Victoria Gullón que a raíz de la charla con la señora a la que llama empezaron a hablar de la Navidad y de ahí pasaron al anuncio de “El Lobo qué buen turrón” y las dos cantaron la canción y entonces tuvo que cambiar su idea de contar y contarle un cuento de lobos y se lo ocurrió uno que le había escuchado a su padre y a su tío hacía años, pero que no terminaba de cuajar y al contárselo a la señora y con las cosas que ella le dijo, el cuento creció como cuando pones Maizena a una salsa, se fue trabando y ahora ya lo puede contar.
Y Raquel Gómez que llamaba a una señora que era maestra retirada con la que tenía mucho en común, ambas se dedican a la enseñanza. Y le pedía cuentos infantiles para contarle a su nieto, la semana siguiente, la señora le contaba el parecer del nieto, o incluso la nueva versión del cuento.
Cuenta Alicia Mohíno que llama a una mujer muy culta que le pide textos literarios con enjundia y eso le ha hecho bucear en su bibioteca.
O Elia Tralará que el encontrarse con gente mayor al otro lado del teléfono le ha servido como “acicate” para ampliar repertorio y compartir con ellos otro tipo de historias.
Y Caxoto comentaba cómo las historias de vida, que tanto gustan en Galicia, eran tan distintas si venían de gentes de Murcia o Sevilla.
Diego Magdaleno lo resume en “dos personas cuya relación gira alrededor de un relato”.
De primera mano, he tenido una señora mayor que me jaleaba durante las historias, emociona escucharla suspirar, sorprenderse y seguir la narración, sus sonidos hacen que de alguna forma percibas su atención. Al terminar y decirle que era una historia propia me dijo que sí, que era muy buena pero que estaba desaprovechando algunas oportunidades y que ella a sus nietos se la iba a contar de otra manera. Es cierto que quiso transformar a la protagonista en una princesa, y a mí no me hacía falta, pero también es cierto que con algunos de sus comentarios he transformado la historia final y ahora ha quedado más redonda.
Llegamos con una maleta de historias, cuentos más cortitos que se ajusten a la atención que se puede mantener por teléfono, y de repente te pones a hablar de otra cosa y a lo mejor toca adaptar el repertorio, como ocurre en las contadas presenciales. Y las buenas historias llaman a historias y puede pasar que te quieran contar a ti, que sientan esa necesidad de compartir.
Contamos con personas con realidades que nos afectan, entristecen, asustan.
Y eso que a veces las llamadas te llevaban a momentos brutales, a ponerte en contacto con realidades estremecedoras, que te cuentan, como una mujer con problemas de movilidad que se quedó ciega durante el confinamiento, u otra que estaba medicada y no tenía ajustada la medicación y se sentía extremadamente triste.
A veces hemos sido los primeros en enterarnos de este tipo de situaciones y hemos sido quienes hemos dado la voz de alarma a las asociaciones que nos han derivado los contactos de las personas a las que llamamos y para las que era imposible tener un seguimiento semanal casa por casa.
Y lo que las personas nos cuentan nos ha afectado. Recordaba Mamen Storyteller que a ella las mayores le contaban para que no repitiera sus errores, para que le fuera bien en la vida, que le deseaban lo mejor. O Andrea Ortúzar que, a raíz de lo escuchado, de ver la soledad y la emotividad de los mayores, los recuerdos tan afectivos y cariñosos que tenían de la gente que ya no estaba y que les había acompañado en su vida, pensaba ella también en la suya propia, en cuáles son sus prioridades.
Añade Mar Amado que meses después, cuando ahora llama a otras personas, todavía recuerda a la gente con la que habló, todavía les tiene presentes.
Como escribía al inicio creo que este artículo es solo un detalle de muchas historias, que es imposible reflejarlas todas, ni recoger todos los testimonios. Pido disculpas si no he citado a todo el mundo, si no lo he hecho de la debida forma, estéis o no citados vuestras palabras han tejido este relato y tengo la sensación de que esto es solo el principio. Espero seguir recuperando, seguir escuchando vuestros testimonios y seguir compartiendo.
La guinda del pastel
Se me ocurre que la mejor manera de terminar este artículo es con las palabras de una de nuestras escuchantes, que mantiene “conversaciones epistolares” con Cris de Caldas. Están escritas con letra temblorosa en una postal que le envió desde Hospitalet.
“Creo que nos conocemos bastante bien, solo se tiene que dejar hablar a los corazones".
Un bico de tu amiga en la distancia”
Algunos enlaces de interés:
• Cuentos para acompañarnos en el Boletín nº86 de AEDA Voces de cuento en la distancia.
• Cuentos para acompañarnos en los medios de comunicación
• Artículo sobre la experiencia de Cuentos por teléfono del 20 de marzo
• Nota de prensa sobre "cuentos para acompañarnos"
Estas son las personas que, hasta la fecha, han colaborado con el proyecto: Olga Abad; After Perdices (Clara); Mar Amado; Beatriz AH Regadera de cuentos; Sandra Araguás, Dani Blanco; Zébel; Ainhoa Blanco-Dúcar; Silvia Colomer Gisbert; Cris De Caldas; Paula Carbonell; Maricuela; Mario Cosculluela; Laura Escuela; Caxoto; Carmen Domec; Estrella Escriña; Ana Facchini; Amalia Gallego; Ángeles Goás Amado; Amaia González Bermejo (Ailama); Raquel Gómez; Carmen González; Mamen Hidalgo; Laura Fernández; Manuel Ferrero López del Moral; María Fraile; Atenea García; Teresa Grau; Israel Hergón; Esmeralda López Gurumeta; Raquel López Cascales; Simone Negrín; Juan Madrid; Diego Magdaleno; Maísa Marbán; Aurora Maroto Linares; Silvia Mascaray; Roberto Mezquita Arnaiz; Cristina Mirinda; Alicia Mohíno; Alfredo Muzáber; Andrea Ortúzar Kunstmann; Carolina Barreira; Elena Pérez Fernández; Lorena Pinheiro; Loreto Pitera, Judynski Prieto Blanco; Jennifer Ramsay; Concha Real Verde; Belén Reig; Mar del Rey; Silvina Rodríguez Fernández; Anselmo Sainz; Elia Tralará; Teresa Valverde; Sofía Volvoreta;Alaínez Herrera; Blai Senabre Ribes; Mercedes Toscano; Susana Tornero.
Este artículo forma parte del Boletín n.º 88 - Luz en la Oscuridad