Tal vez porque soy maestra desde hace cinco lustros, me parece de Perogrullo decir que la formación continua es una responsabilidad que todos tenemos en cualquiera de los ámbitos laborales. Creo que la necesidad de aprender está ligada al necesario ciclo de construcción y deconstrucción profesional y personal en el que siempre estamos inmersos. El aprendizaje nutre y mantiene a punto el cerebro y elegir buenos alimentos es una responsabilidad individual, tanto como lo es la alimentación convencional, podremos hacerlo mejor o peor, de forma más o menos consciente (no formarse también forma) pero es una condición ligada al desarrollo. 

En el caso de mi otra gran vocación, la narración oral, nos encontramos ante una profesión en la que buena parte del conocimiento es empírico y el método de aprendizaje ensayo y error, donde las prácticas las hacemos delante del espejo-público. Tradicionalmente los espacios académicos han sido escasos y raramente reglados. Pero gracias a la generosidad de muchos profesionales que en los últimos años han atendido a la demanda creciente de nuevos narradores, han ido surgiendo una buena variedad de cursos, talleres, escuelas, etc. que particulares o asociaciones han ofertado con duración, contenido y metodología variada,  gracias a los que hemos podido descubrir algunos de  Los caminos de la narración oral. Es un lujo escuchar de primera mano las formas de hacer de la gente que lleva muchos años en este bello oficio, ellos y ellas hacen que este caminar parezca fácil.

Gracias a las formaciones, a las que casi siempre he asistido en persona, he tenido acceso a contenidos que me han abierto la puerta a descubrimientos que me han puesto los ojos como platos, he reciclado partes de mí que creía ya inservibles, he disfrutado revisando lo poco que sabía y he hecho fondo de armario con nuevas competencias. Pero lo mejor han sido las valiosas oportunidades de intercambio personal y laboral que en estos cursos se dan y que, especialmente en este oficio tan solitario, son una fuente fresquita de aprendizaje. Los encuentros y conversaciones con colegas son una fiesta en todos los sentidos. La anual Escuela de Verano de AEDA (interrumpida en su séptimo cumpleaños por la pandemia), es mi favorita y cómo no, un referente a nivel nacional. Probablemente su éxito radica, no solo en su valiosa oferta formativa, sino en los espacios de convivencia compartida con narradores de distintos lugares. Cito y suscribo a José Manuel de Prada Samper: "Nada más estimulante para un obseso de los relatos orales que sentarse a comer (o desayunar, o cenar, o tomar unos pinchos, etc.) con un grupo de narradores que han acudido a una pequeña localidad a celebrar las artes verbales. Las sinergias entre cuerpo y espíritu, emoción e intelecto, que se generan en ocasiones así rara vez las he experimentado en otros contextos" (artículo en el Boletín nº76 de AEDA coordinado por Mario Cosculluela sobre Jornada y Escuela AEDA).

Además, qué queréis que os diga, escuchar en directo a un buen orador, y los narradores suelen serlo, es estupendo. Personalmente adoro sentarme en la primera fila (si puedo) y encontrarme con la sensación de perder la noción del tiempo, a veces hasta noto el cosquilleo de la corriente sináptica que conecta los cables en mi cabeza. Me gustan las clases presenciales y creo que del mismo modo que sucede en el acto de contar, la relación entre docente/narrador y el alumno/público modela el resultado de una formación, como se modela el cuento al ser contado. En ocasiones durante los cursos se produce una especie de simbiosis educativa de aprendizaje recíproco, fruto de los procesos de interacción personal, que  favorecen el aprendizaje horizontal, en el que todos aprenden de todos. Son espontáneas comunidades de aprendizaje, donde el aprendizaje grupal sucede a partir de herramientas comunes, llegando a tomar un protagonismo tan relevante como el del propio docente, que cuando está abierto a este tipo de imprevistos, se convierte en un valiosísima figura de mediación. Estas comunidades de aprendizaje, si bien pueden darse en entornos virtuales nunca van a funcionar de la misma manera, puesto que las herramientas de comunicación online no tienen la misma agilidad, ni ofrecen el mismo feedback que el intercambio oral y personal directo.

Hasta ahora había participado en formación online en contadas ocasiones, me gusta el aprendizaje compartido, mirar directamente a los ojos y comentar la jugada en el descanso. 

Pero llegó la pandemia y puso en jaque todas las propuestas de tipo presencial, así que no queda más remedio que resituarse, sacar el paraguas y seguir nadando.

Ilustración Artículo Aurora Pérez

Ilustración de Lonchi, mi octogenario favorito

 

Y toca ver las cosas desde su perfil más guapo. Gracias a esta excepcional situación, o a consecuencia de ella, diversos profesionales vinculados con la literatura y la narración oral comenzaron a ofertar cursos online con contenidos de lo más variado. Asociaciones, instituciones, editoriales, o autónomos que reinventándose han convertido lo que hubiera podido ser un periodo de hibernación cultural, en un rico mercado formativo con productos asequibles y de calidad. 

Me siento afortunada y agradecida por haber tenido la oportunidad de acceder a las plataformas virtuales del demonio, que cuando no podíamos olernos, ni tocarnos, nos han permitido vernos las caras para contagiarnos con un poco de optimismo y seguir alimentando esta necesidad de aprendizaje y reflexión compartida. Ha sido un verdadero lujo poder realizar algunos cursos y talleres sobre literatura y narración oral a los que de otra manera no hubiera tenido acceso o que, tal vez, ni me hubiera planteado hacer. Se me han desmontado algunos prejuicios y he descubierto sus ventajas; no toda la formación online tiene el mismo formato y a veces puede parecerse a las clases presenciales más de lo que yo creía. Y aunque, para mí, la formación online no tiene el mismo atractivo, porque no me activa igual el disfrute, tiene muchas bondades incuestionables. 

Estos son los tres formatos en los que he participado y que voy a describir desde mi experiencia:

  1. Cursos basados en conferencias en tiempo real, sin posibilidad de interacción directa con el ponente. Más parecidas a las clases magistrales a la antigua usanza, en las que los foros permiten interactuar en tiempo real, pero el feedback y las preguntas llegan indirectamente al orador a través de una figura de mediación. En este formato se pierden bastante las sinergias del aula. Se parece un poco a ver una clase grabada, pero una vez que sales del aula lo que allí pasó solo queda en tu experiencia, tu cuaderno de notas y la documentación facilitada, del mismo modo que en las clases presenciales. 
  2. Clases vertebradas a partir de la documentación aportada previamente por el docente, con reuniones/clases puntuales, en tiempo real, para resolución de dudas y comentarios relacionados con el contenido de la documentación (según el modelo pedagógico Flipped Classroom). Propician la reflexión y el trabajo previo por parte del alumno, enriqueciendo mucho las posteriores aportaciones. 
  3. Clases en tiempo real a través de plataformas como Zoom, con ratios parecidas al formato presencial, en las que todas, o la mayoría, podemos vernos las caras e interactuar con la figura del docente, o con el resto de alumnos, como si estuviéramos en un aula física. Ha sido una experiencia que no conocía y que por momentos me hacía olvidar la pantalla que nos separaba. En este formato la participación espontánea podía hacer que, en ocasiones, el curso tomara nuevos rumbos, igual que sucede en la presencial. Los contenidos se complementaban con información escrita (una gran ventaja). Además la mayoría de las clases quedaban grabadas y podíamos verlas en diferido, esto es un plus añadido.

En cursos de narración oral, algunas de las actividades propuestas tenían que ver con contar y esto restaba considerablemente en comparación con lo presencial.

Mi experiencia me dice que en todos los casos, independientemente del formato, el factor organizativo y docente es la clave. Una propuesta interesante y novedosa, bien organizada, con un profesor generoso y entusiasta, con buenas estrategias didácticas y que tenga además el don de la oralidad (los buenos narradores y narradoras lo tienen), es un regalo, con una pantalla de por medio o sin ella.

A pesar de la que, para mí, una de las perlas de la experiencia formativa presencial tiene que ver con la valiosa dinámica que se genera en el aula física y que puede perderse casi por completo en ciertos formatos virtuales,  es indiscutible la enorme ventaja que supone poder saltar barreras geográficas y temporales para asistir a un curso desde casa con profesionales o instituciones que de otra manera serían posiblemente inaccesibles. Si a esto le sumamos una documentación valiosa y la posibilidad de poder ver la sesión en diferido, la formación a distancia se convierte en una opción maravillosa, que nos brinda posibilidades antes impensables, como acceder a espacios formativos con profesionales de Latinoamérica o tener compañeras procedentes de lugares muy distantes, en fin, son muchas ventajas.

Somos sociales y, probablemente, los que nos decantamos por las artes y las humanidades siempre buscaremos el contacto directo con el otro, pero nos encontramos ante un nuevo escenario de oportunidades en formato diferente, que si bien en algunos aspectos no puede competir con las clases presenciales, tampoco debería de hacerlo, porque en muchos sentidos se complementan. Tal vez es buen momento de romper con esta dicotomía y plantearnos la formación desde un nuevo modelo que integre características de la enseñanza presencial y online, aprovechando las ventajas que tiene cada una, adaptándonos al contexto y la nueva realidad, para crear una fórmula enriquecida. Ajustar los ingredientes y dar con la mejor receta será nuestro siguiente reto.

 

Aurora Cuero

 

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 84 – Formación en narración en tiempos de la Covid-19