Estudié trabajo social, tengo claro que fue por mi capacidad de empatizar con el dolor y la dificultad ajena, pero ¿de dónde viene esto?
Podría hablar de claras influencias en mi historia familiar, pero creo que si frunzo el ceño y miro hacia el vacío (arriba a la derecha), lo que viene siendo reflexionar, puedo conseguir despejar la bruma de lo que nunca, hasta ahora, me ha sido revelado por falta de planteamiento. Cómo los cuentos que me contaban de pequeña influyeron en mi trayectoria profesional y en las decisiones y proyectos que emprendo.
Leía y escuchaba mucho, recuerdo mi infancia pidiéndole una y otra vez a mi madre que me contara el mismo cuento “El pájaro que habla, el árbol que canta y la fuente de oro” una de las historias de las Mil y una noches. Me encantaba, me transportaba a miles de historias paralelas, un cuento dentro de un cuento que, además, tenía muchos relatos.
Me acuerdo ahora a esta cancioncilla que describía espirales de historias eternas:
“Great fleas have little fleas upon their backs to bite them,
And little fleas have lesser fleas, and so ad infinitum”
(Las pulgas grandes tienen pulgas pequeñas en la espalda que las muerden,
y las pulgas pequeñas tienen pulgas menores, y así hasta el infinito.)
Recuerdo también con infinita tristeza a “La Cerillera” y al “Patito Feo”, la justicia en “El Príncipe y el Mendigo”, el verdadero terror al “Hombre del saco” y al tranvía fantasma y la letanía del temor a “Barba Azul”, todavía con una puerta que me da miedo abrir. Todos los cuentos populares desfilaban por mi casa, los escuchaba y los leía, Cuentos de Hadas de la editorial Vasco-Americana, los diminutos Cuentos de Calleja, los cuentos que mi hermana cada noche me contaba y los de mi madre a la hora de comer.
En mi infancia había muchas historias, no solo cuentos sino leyendas nuestras, un tatarabuelo pirata, un abuelo médico y aventurero, una abuela muy letrada, los sueños de mi madre, la nostalgia de mi padre, la rebeldía de mis hermanos mayores, todo aquello lo escuchaba y lo absorbía. No me extraña que los veranos los pasara escribiendo mis propias historias y que me llegara a creer, por la insistencia de mis hermanos mayores, la existencia de la carrera de aventurera.
Releyendo lo escrito me doy cuenta que me voy acercando al motivo que me lleva a escribirlo, se empieza a despejar la bruma que arriba mencionaba. Antes de desgranar este vínculo, tenía clara la influencia de los cuentos en el desarrollo de mi parte creativa a la hora de afrontar proyectos y solucionar problemas laborales, pero no la relación con la que fue mi decisión de futuro. Ahora veo el porqué, la clave está en esos cuentos que se convirtieron en mis predilectos, aquellos donde se cometían graves injusticias como en “La cerillera”, “El patito feo”, “Piel de Asno”, “El soldadito de plomo”. Todos me los he tragado enteritos, palabra tras palabra y emoción tras emoción, tanto ha sido así que, finalmente, contribuyeron a conformar mi cosmovisión del mundo y de una sociedad basada en ideales de justicia social. Ideales que ahora mismo siguen engrasando los engranajes de mi vida.
Como he dicho soy trabajadora social, formo parte de un equipo de personas que trabaja diariamente con población refugiada y solicitante de asilo político. Trabajo con sus historias, las estructuro como si fueran cuentos. Luego les incorporo elementos de esta nueva realidad intentando amoldarlos al conocimiento que cada uno tiene de la gestión de su vida. Por último intento adaptar lo que es natural en la persona con las posibilidades de mejorar el final de sus periplos.
Como cada mañana, al llegar a la oficina, comienzo a dibujar la paleta de colores que teñirán las decisiones que se tendrán que tomar para sacar adelante el trabajo que desempeño. No es un oficio fácil, no, pues están implicadas muchas situaciones delicadas y muchas vidas en trámites de recomponerse. Se precisan palabras que transmitan claridad, globalidad a la vez que particularidad, síntesis a la vez que profundidad, comprensión a la vez que firmeza y sobre todo tranquilidad y esperanza. Todo esto en ambas direcciones, tanto para el equipo de trabajo, como para las personas que, como beneficiarios de la organización, dependen de nuestra actuación.
El día comienza con unos protagonistas, las personas refugiadas. Llegan con problemas, multitudes de conflictos que irrumpen en sus vidas y con los cuales tienen que pelear. Le sigue un discurrir de componentes ambientales que aceleran, ralentizan, envuelven y bloquean más o menos la solución. Finalmente nos topamos con un desenlace, a veces feliz y otras no tanto para el sujeto que siente y padece.
Si lo desgrano en sus elementos más básicos se me hace más fácil entender el lienzo que se va formando. Esto me permite asomarme por los recovecos de la historia y adelantarme a los acontecimientos al igual que me da la posibilidad de introducir bifurcaciones en el camino para que la historia tenga otro final.
En esos recovecos me entretengo. Trato de escribir posibles universos paralelos con soluciones diversas, pero ajenos a mi control; simplemente los perfilo. Me describo como creadora de respuestas múltiples y, pese a que esto en ocasiones me desespera, pues frecuentemente tengo que tomar decisiones muy rápidas, es lo que en esencia me identifica con mayor exactitud.
Observo que cada persona es una historia en sí misma: Se percibe sin hablar, se escucha sin palabras. Soy buena en esto, sobre todo porque sé escuchar y entender en los silencios y sé ir más allá de lo dicho. Aquí hay que ser capaz de verle los ojos al lobo y de intuir cómo acabará “Caperucita”, “La Ratita presumida” o “El Gallo Kirico” si no modifica su itinerario. Para ello se precisan técnicas muy visuales que les prevengan, les allanen el camino y les permitan sostenerse. Yo las tengo conmigo desde que me contaban cuentos.
Creo que no necesito explicarme más para llegar a la conclusión de esta relación estrecha entre lo que hago y lo que los cuentos narrados han aportado a mi experiencia vital. El haber podido tener una infancia rica en historias contadas, de opciones y de ejemplos en los cuentos populares me ha ayudado definitivamente a desempeñar con respeto, empatía y alternativas mi trabajo actual y, en general, todos los que he desarrollado hasta ahora.
Belén Reig
Trabajadora Social
Responsable del Área de Inclusión en CEAR (Comisión española de ayuda al refugiado)
Este artículo fue publicado en el Boletín N.º 82 – Las madres que cuentan