Como seres sociales que somos, por pura biología, buscamos el grupo. A su vez el grupo busca encuentros temporales con otros colectivos. Esta necesidad vestida de costumbre ha favorecido, durante millones de años, la evolución del ser humano. Evolución en la gastronomía, en la genética, en las creencias, en las herramientas… y por supuesto en las profesiones, asunto que nos ocupa en el presente texto, en concreto la profesión de la oratura. Pues en dichos encuentros existía y existe un intenso intercambio de saberes, de descubrimientos, de apoyo y cariño. También surgen conflictos de conceptos y caminos… algo necesario para buscar respuestas.

En la antigüedad los encuentros se realizaban coincidiendo con algún acontecimiento del ciclo natural; el equinoccio de primavera, la migración de grandes mamíferos, el desove de peces, el culmen del calendario agrícola… Hoy, a pesar de que la mayoría vivimos en ciudades o grandes pueblos rodeados de miles de personas, seguimos buscando esos encuentros en otros lares con otras gentes. Siempre atendiendo a que el clima sea favorable y que nuestro ciclo laboral nos permita asistir (tal como hacían nuestros ancestros). La Escuela de Verano de AEDA y su hermana inseparable, la Jornada sobre Narración Oral y Lectura, son un ejemplo actual de los encuentros a los que me refiero.

Con este relato quiero decir que la Escuela de Verano de AEDA y la Jornada sobre Narración Oral y Lectura son más antiguas que su existencia. Y de no existir, sin duda alguna, surgirían. Simplemente porque lo necesitamos. Y ahora permítanme un instante para ponerme en pie y aplaudir a quienes tanto han trabajado para que sean realidad.

Cual pastoras trashumantes o romanceros vagamundos (sí, ya sé que actualmente se usa vagabundos) cuentistas de diversos lares se dan cita en la Escuela de Verano. Cada cual trae de su rincón vital dudas, experiencias, experimentos, descubrimientos, proyectos… y con toda probabilidad se lleva la maleta más llena de lo que la traía. Llena de ideas, de preguntas, de libros, de queso y vino. Este encuentro es muy enriquecedor para nuestra profesión.

En ese compartir surge la convivencia, corta pero intensa. No en vano, además de los contenidos académicos, las personas asistentes a la Escuela de Verano valoran también la comida, el tiempo de ocio, la fiesta de la noche, los talleres distendidos… como algo muy importante. Porque esta escuela es un encuentro originalmente ancestral, no solo puramente académico y el clima adecuado de convivencia es indispensable para el proceso de aprendizaje e intercambio de labores. Por ello, porque no solo es académico, la organización siempre pretende cuidar, además del contenido, el bienestar de quienes asisten.

Asistí en Junio de 2019 como gestor de un taller en la Jornada sobre Narración Oral y Lectura así como alumno a la Escuela de Verano. Allí pude comprobar que lo anteriormente escrito, sucedía.

Quienes imparten cursos o talleres vuelven a poner a prueba sus experiencias ante un auditorio que les ayudará a confirmar, variar o adaptar sus descubrimientos. Quienes asisten en calidad de alumnado llegarán a un valle donde habrá gentes de más allá de las montañas o el río. Gentes que traerán nuevas historias, nuevas herramientas, nuevas recetas y mejoras de los antiguos conocimientos.

Es un encuentro anual indispensable para la profesión y la narración oral en general.

 

Diego Magadleno

 

Artículo publicado en el Boletín n.º 76 – Jornada y Escuela AEDA. Un proyecto formativo en torno a la Narración Oral