En el pueblo donde crecí no había (ni hay) consultorio médico, ni banco, ni tiendas, ni biblioteca. Ni siquiera colegio. Un autobús nos recogía a los escolares en la plaza y nos trasladaba al centro educativo más cercano, situado en el pueblo de al lado.

De vez en cuando a la puerta del cole paraba otro autobús que no iba cargado de los niños y niñas de pueblos vecinos, sino de libros. Recuerdo la excitación y las ganas de ir a curiosear cuando por la ventana de clase veíamos llegar al bibliobús. Salíamos corriendo y corriendo subíamos a aquel oasis de libros donde nos permitían ojear, toquetear todo lo que quisiéramos e incluso llevarnos algún ejemplar que nos gustase a casa. La llegada de la biblioteca ambulante, sin duda, era una fiesta y estoy segura de que contribuyó a promover nuestra curiosidad y afición por la lectura. Actualmente estas bibliotecas sobre ruedas continúan realizando esta labor en numerosos colegios rurales a lo largo y ancho de la geografía española. 

No menos ansia ante su llegada manifiesta otro de los colectivos a los que atiende el bibliobús: la cada vez más envejecida población de los pequeños pueblos. Cierto es que los bibliobuses han cambiado mucho desde “aquellos maravillosos años” (los ochenta) y hoy, aparte del préstamo de libros, se organizan actividades como clubes de lectura, cuentacuentos o talleres que dinamizan la vida cultural de las poblaciones que visitan. Lo que se mantienen desde su origen es el mismo espíritu de entonces, el de llegar “Donde nadie llega”. Este precisamente fue el lema con el que se celebró el pasado 28 de enero el Día del Bubliobús, que pretende reflejar cómo acercan los libros y la cultura a la población de zonas rurales y/o desfavorecidas de las grandes ciudades y que no tiene acceso a una biblioteca pública cercana.

Basta echar una ojeada a los datos que facilita  ACLEBIM (Asociación de Profesionales de Bibliotecas Móviles en España): De los 2.006 municipios españoles que visitan los 77 bibliobuses que recorren toda España, un 81% no supera los 1.000 habitantes, y de estos, el 68% cuenta con menos de 400. De pueblo en pueblo, realizando rutas, por lo general, de lunes a viernes con paradas de alrededor de hora y media,  atienden a 10.739.648 personas, que suponen el 23% de la población total que recibe servicios bibliotecarios.

La provincia con mayor número de bibliobuses es Madrid, con 13, seguida de Barcelona (10) y León (6). Por Comunidades, a la cabeza se sitúa Castilla y León, con 31 vehículos, esto es, el 38% del total de España. 

Madrid fue la primera en poner en marcha el Bibliobús propiamente dicho en 1953, si bien, hubo experiencias previas gracias a la “Institución libre de enseñanza” durante la segunda República. Maestros, pedagogos e intelectuales de la época trataban de aproximar los libros a regiones por aquel entonces remotas y con un elevadísimo índice de analfabetismo. Las misiones no eran sencillas y a veces para trasladar los volúmenes impresos y otros materiales a zonas despobladas y mal comunicadas, los “misioneros” tenían que valerse de mulas con alforjas. La Guerra Civil acabó con todo este empeño, si bien en Barcelona, en 1938, en plena contienda, hubo un vehículo que llevó libros a trincheras y hospitales. Su último viaje, poco tiempo después de su nacimiento, sirvió para trasladar a varios intelectuales al exilio francés. Todo ello se cuenta con más detalle en el reportaje titulado “La larga travesía de los libros”, del programa “Crónicas”, emitido en 2016 por RTVE. 

No será hasta los años setenta cuando se extienda geográficamente esta iniciativa de bibliotecas sobre ruedas que continúa siendo hoy un servicio fundamental y de excelente acogida entre quienes habitan esa “España vacía o vaciada” tan nombrada estos días en los medios. 

 

Bibliobús querido

“Al bibliobús, tanto niños como mayores, le esperan con los brazos abiertos. Tenemos muchísima fidelidad en el público lector”, cuenta Pilar Martín, bibliotecaria del servicio de Bibliobús de la Diputación de Segovia, que cuenta con tres vehículos y presta servicio a 9.000 usuarios de toda la provincia, en 138 pueblos con menos de 2.000 habitantes que no disponen de biblioteca fija. 

Según todas las personas entrevistadas para este artículo, ser bibliotecario/a en un bibliobús parece que lleva aparejado un “plus” de afectividad y de implicación con los colectivos a los que atiende. “A veces somos casi psicólogos que intercambiamos con los usuarios desde charlas sobre problemas de salud a recetas de cocina. Es una relación muy de tú a tú”, comenta Pilar Martín. 

Consuelo García López, quien trabajó durante diez años en los bibliobuses de la provincia de Cuenca, se expresa en los mismos términos: “Se valora mucho. A veces es prácticamente el único servicio público que tienen en el pueblo (…) Mimamos mucho al usuario. Los conocemos por nombre y apellido. Nos cuentan si su hijo se ha casado, si tiene un nieto...”. En la provincia de Cuenca, dos vehículos recorren 107 municipios con cada vez menos población y más envejecida, de acuerdo a Consuelo García López. 

Mientras en Segovia el servicio depende de la Diputación (si bien la Junta de Castilla y León colabora con los fondos), en Cuenca forma parte de la Red de Bibliotecas de Castilla La Mancha. 

Los datos de ACLEBIM indican que más de la mitad de los bibliobuses españoles están gestionados por las diputaciones provinciales, el 39% por los gobiernos regionales y el 8% restante, por los ayuntamientos. Este último caso se da en los bibliobuses de la Red de Bibliotecas Públicas de Málaga, que son responsabilidad del Ayuntamiento, aunque también hay intervención de la Junta de Andalucía en lo que respecta a los fondos y el sistema informático. Los bibliobuses sirven de complemento a la red municipal, alcanzando los barrios periféricos de la capital andaluza donde no hay bibliotecas públicas cercanas. 

Marcos Reina, bibliotecario de este servicio, resalta esa visión “romántica” del bibliobús que tienen muchos usuarios y la mayoría del personal que trabaja en ellos. “Formamos parte del paisaje. El Bibliobús tiene un componente romántico que la gente asume. Muchas personas de mi generación los han conocido en su infancia y les conecta con esa época (…) Por otro lado, los bibliobuses vamos a  contracorriente de lo que estamos viviendo. Permanecemos en la calle y humanizamos la vida de los barrios, promovemos la comunicación y tratamos a las personas como ciudadanos, no como consumidores”. 

Recalca, al igual que sus compañeras entrevistadas, la buena acogida que tienen, así como el elevado compromiso de los “bibliobuseros”, que no siempre responden al perfil de bibliotecario al uso: “En mi vida no tiene cabida un despacho”. Agrega que el personal del bibliobús, aparte de estar “sobremotivado en la realización de sus tareas”, está “mucho más centrado en el usuario que en el documento”. 

 

Adaptación a los usuarios

Tanto cuando ruedan por pueblos pequeños como cuando lo hacen por el extrarradio de ciudades, los fondos, que además de libros incluyen revistas o DVD’s, así como las actividades dinamizadoras, se amoldan al público, que en los entornos rurales está compuesto principalmente por dos colectivos: los niños y niñas de los coles rurales y personas mayores. 

En la provincia de Cuenca, según Consuelo García, “se prestan muchas revistas: de labores, cocina, historia...”. Cuentan con varios clubes de lectura para adultos, que a veces se reúnen en algún local que cede el pueblo en cuestión. Además celebran las festividades del Día del Libro, Día de la Biblioteca y Día del Bibliobús con iniciativas como conciertos didácticos o cuentacuentos. 

La Diputación de Segovia, por su parte, programa una campaña anual de animación a la lectura específica para el bibliobús, que recala en los colegios de la provincia desde 2005. La pasada temporada se materializó en 82 sesiones de teatro didáctico llevadas a cabo en 65 centros educativos con el título “3,2,1,0… Despega el Bibliobús Lunero”, conmemorando el medio siglo de la llegada del hombre a la luna. Además, hubo un concurso de marcapáginas. La participación en estas actividades llegó al millar de escolares de entre 3 y 11 años. 

En el caso del bibliobús malagueño, Marcos Reina, asegura que hay actividades promovidas por el ayuntamiento (presentaciones de libros, cuentacuentos y clubes de lectura, principalmente) y otras que cada punto de servicio impulsa. “Tenemos poco presupuesto pero intentamos que no se note”, apunta. 

Reconoce que han ido perdiendo peso los jóvenes como usuarios: “Antes los chavales dejaban de venir con 14 ó 15 años. Ahora lo hacen con 8. Su ocio está cambiando. La lectura ya no forma parte de él”. Por eso en el bibliobús ha organizado talleres como “el oficio del dibujante”, en el que se muestra cómo es la mesa de un dibujante y se invita a los chavales a realizar un cómic. Él mismo dirige la actividad. En otras ocasiones, “vamos a los centros educativos y aprovechamos que hay padres cocineros para hablar de gastronomía”, explica. 

 

Evolucionar o morir

El servicio de bibliobuses sigue en continuo movimiento, no sólo en el sentido más literal, recorriendo kilómetros y kilómetros de esa España cada vez más despoblada y del extrarradio de grandes ciudades. El bibliobús está en continua evolución para adaptarse a los nuevos hábitos y gustos de la población y a las exigencias tecnológicas del momento. Para Marcos Reina, “está viviendo un momento de transición, en cuanto a la difusión de la información y los cambios tecnológicos, y también en lo que respecta a la demanda de los ciudadanos”. Continúa: “Hay que replantear a fondo nuestro servicio”, y pone sólo dos ejemplos: “desde hace años, nuestra primera vía de comunicación con los usuarios es el Facebook (…) El préstamo de libros en papel va bajando, al tiempo que aumenta el de libros electrónicos”. 

Para que el camino hacia un nuevo modelo sea transitable, Reina reclama la implicación de las instituciones, “que tomen cartas en el asunto, que opten por adaptarse a colectivos concretos, dinámicas más abiertas, establecer relaciones con otras instituciones...”. Además reclama “la valoración real de los profesionales de los bibliobuses, por su vocación e implicación”. Solo de esta manera los bibliobuses podrán continuar rodando y rodando, siendo parte del paisaje de la España vacía y de las áreas más desfavorecidas de las grandes ciudades. 

 

Elia Tralará

Artículo publicado en el Boletín n.º 73 de AEDA – Bibliobuses y bibliotecas ambulantes, un servicio cultural de proximidad