En la plaza del pueblo navarro de Lantz, a 25 km de Pamplona, en el valle de Ultzama, un tiro de escopeta acaba con el terrible bandido Miel Otxin. A continuación lo queman en una hoguera mientras los habitantes del pueblo bailan el zortziko alrededor, celebrando la captura y muerte del malhechor. El lunes lo capturaron los Txatxos, lo pasearon por el pueblo, y el martes lo ajustician. Y como si de un bucle temporal se tratara, todos los años, desde hace generaciones, se repite la misma escena. Una y otra vez capturan y ejecutan a Miel Otxin. Y bailan. Es una de las celebraciones más famosas y tradicionales del carnaval vasco. Tan es así, que el zortziko que bailan en corro ese día lo lugareños, ha trascendido a las mugas del pueblo y se baila en las fiestas y romerías vascas.

Escenas parecidas se dan, no solo en distintas expresiones del carnaval vasco, sino en Europa. “El último acto de las fiestas a menudo era un drama en el cual “Carnaval” era sometido a juicio, confesaba sus delitos, hacía su testamento, se le ejecutaba-generalmente en la hoguera-, y, por último se celebraba el funeral”. En su imprescindible libro La cultura Popular en la Europa Moderna, Peter Burke nos presenta un recorrido por la Europa Moderna, entre los siglos XVI y XVIII, a través del estudio de la cultura popular, la no perteneciente a las élites, unas expresiones de cultura popular que alimentaron y desarrollaron el imaginario europeo hasta nuestros días. Y una de sus expresiones más características y desobedientes era, como no, el carnaval; una fiesta llena de simbolismos, imaginería popular y, sobre todo, trasgresión. Un ritual que se repite anualmente hasta nuestros días, a pesar de los múltiples intentos de las autoridades por cambiarlos, dirigirlos o, simplemente, prohibirlos. Burke ve imprescindible hablar de ritual cuando se habla de cultura popular, “(...) porque un cuadro de cultura popular que no tome en cuenta el ritual, sería más erróneo que la peor de las creaciones del historiador”. El carnaval, como ritual y fiesta total, congrega en si mismo, todos aquellos elementos que alimentan el imaginario de los cuentos tradicionales. Héroes, animales fantásticos, distorsión de la realidad, transgresión de relaciones cotidianas, situaciones absurdas, transformación de las personas en personajes imposibles, imaginación a raudales y, sobre todo, imaginar el mundo del revés, darle la vuelta, para entenderlo y mostrarlo desde otro punto de vista,  reflejando a menudo el deseo de otro mundo, donde los poderosos son arrastrados por el fango de la historia.

Las distintas expresiones tradicionales vascas del carnaval se hunden en ese mundo distorsionado de las clases populares europeas. Personajes mitad animal, mitad humanos, como el Zaldiko navarro o el Zamalzain zuberotarra, en la provincia de la Soule, allende los pirineos, que representan un jinete a caballo. El primero, de construcción más simple, cómplice del bandido Miel Otxin. El segundo más colorido, más elaborado, el mejor danzante de la Maskarada que se celebra durante los domingos de invierno. Personajes míticos, como los Momotxorros del Carnaval de Altsasua, representando una suerte de Minotauros manchados en sangre. Brujas, diablos, fantasmas, autoridades, buhoneros, afiladores; personajes salidos de la representación de un mundo del revés, presentando el otro lado del espejo social, donde todo el posible, donde se confunde lo divino y lo humano. Crueldad, diversión, baile, representación, música. Todo vale en estos carnavales que se pierden en la memoria de los pueblos. En el carnaval de Zubieta e Ituren, pueblos colindantes del norte de Navarra, que se celebra el último domingo y lunes de Enero, los personajes principales son los Joaldunak, vistoso personajes vestidos con unos grandes cencerros en la cintura con los que marcan el ritmo de su marcha, y un capirote adornado con cintas de colores, y en la mano una cola de caballo. Simbologías ancestrales. Al mismo tiempo distintos personajes vestidos con ropas viejas, coloridas, la cara tapada con una gasa, les acompañan; rudimentarias carrozas representan distintas escenas. Un año, una de ellas presentaba un simple panel en el que se leía “Iturengo arraultzak” (Los huevos de Ituren), y en él se mostraban, por unos agujeros hechos al efecto, los testículos de quienes se escondía tras el panel. Unas mujeres mayores se acercan y los sopesan: “Bai, benetakoak ditun!” (Sí, ¡son de verdad!). Es el carnaval.

Y en ese mundo, en esa mirada fantástica del existir, convivían los cuentos. En esas narraciones tradicionales que explican y buscan la razón de la existencia, el devenir humano, pervive todo ese carnaval, con sus mitos, sus transgresiones, sus distorsiones y su apego a la naturaleza. En esos cuentos viven la crueldad, la ternura, la risa, la crítica al poder, al divino y al terrenal. En los cuentos, como en el carnaval, todo es posible.

Todo este desenfreno imaginativo crea, en palabras de Mijail Bajtin, un “sistema de imágenes de la fiesta popular”. De ese crisol van surgiendo procesos creativos, distintas expresiones artísticas que llegan, transformándose hasta nuestros días. Bajtin nos lo explica:”(...) El sistema tendió a ampliarse y se enriqueció con un sentido nuevo al absorber nuevas experiencias e ideas populares, se modificó en el crisol de la experiencia popular. El lenguaje se refinó al adquirir nuevos matices. Gracias a esto, las imágenes de la fiesta popular pudieron convertirse en un arma poderosa para el dominio artístico de la realidad (…)” Es por ello, que podemos pensar que los narradores populares tendrían en la fiesta del carnaval un lugar de inspiración para sus narraciones, de imaginario compartido donde contar aquello que es imposible, pero que al mismo tiempo es. El narrador no sería un mero espectador de estas expresiones festivas populares, sino un activo partícipe de ellas. No es posible imaginar la narración oral fuera de esa explosión expresiva del imaginario popular.

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Pero estas fiestas carnavaleras tradicionales, expresiones festivas del mundo rural, ¿cómo se muestran hoy en día, en nuestra sociedad urbana, industrial e informatizada? “Modernamente, en muchos países se ha querido transformar el Carnaval en una fiesta culta y social. No se ha podido conseguir”, nos cuenta Pio Baroja. Quizás haya sido así; quizás el Carnaval no se hay podido domesticar del todo, pero lo que sí es cierto es que a la fiesta más popular y transgresora se le ha ajado mucho el color. Se ha urbanizado, y siguiendo esa tendencia se le ha esquilmado esa fuerza telúrica. Aunque todavía quedan expresiones que nos recuerdan ese desenfreno popular, como el carnaval urbano de Tolosa, en Gipuzkoa, que, felizmente, sobrevivió a la prohibición franquista bajo la denominación de Fiesta de la Primavera. En Tolosa todo es posible, o casi. Para Baroja, “el Carnaval tiene muchas caras, muchas facetas; es demoníaco y libertino; une el sentido igualitario y el erótico, la fecundación y la locura, la obscenidad y la rebeldía, la risa y el terror pánico”; y no le falta razón. Y aquí también podemos emparentarlo con la narración oral, en esa multiplicidad de caras, en ese prisma narrativo. La narración oral tradicional y el carnaval beben de las mismas fuentes; tienen miradas cómplices hacia la sociedad en la que se desarrollan; emplazan a quienes participan de ellos a introducirse en el mundo de lo no posible, de lo absurdo, de un tiempo fantástico ligado a la naturaleza. El carnaval es el cuento hecho carne.

Cabría preguntarse si la narración oral contemporánea no se ha convertido en esa fiesta culta y social, que denuncia Baroja, y domesticada, añadiría yo; si no ha perdido ese sentido poliédrico, ese sentido comunitario de explicar la existencia. Burke nos señala que, “escuchar un cuento o una canción tradicional no es tanto oír la voz de un individuo –probablemente dotado– como la de la tradición que habla a través de él”. En la narración oral actual se podría decir que se ha estilizado, literaturizado esa fuerza comunitaria del cuento, esa relación fantástica con la existencia; se ha desnaturalizado ese carnaval de la palabra, esa fiesta de los locos, que nos hace mirar la vida desde el otro lado del espejo.

Regresemos a Lantz, esa aldea navarra del principio. ¿Qué hizo el bandido Miel Otxin para recibir semejante castigo? Cuenta una historia que Ziripot, otro de los personajes del Carnaval, una especie de gigante relleno de paja, con dificultad para moverse, contaba cuentos a los habitantes del pueblo, y estos se lo agradecían ofreciéndole diversos alimentos y regalos. Entonces apareció Miel Otxin, exigiéndole que le entregara esas ofrendas. Cuando los habitantes se enteraron lo detuvieron y lo ajusticiaron, para que Ziripot pudiese seguir contándoles cuentos. Ajusticiaron al que robaba al narrador. Pero esto ocurrió hace mucho, mucho tiempo, cuando todo era posible. En el carnaval.

 

Joxemari Carrere Zabala

 

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 70 – Carnaval y narración oral

 

Bibliografia
Arana, Anuntxi. 2000 Mito hurbilak. Euskal Mitologia jendeen bizitzan. Edit Gatuzain. Baiona
Bajtin, Mijail. 1998 La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Alianza editorial, Madrid
Baroja, Pio. 1935 Vitrina pintoresca. Edit Espasa-Calpe Madrid
Barandiaran, Jose Miguel. 1972 Diccionario ilustrado de Mitologia vasca. Obras completas-I . Edit Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao
Barandiaran, Jose Miguel.1973 Eusko-Folklore. Obras completas-II. Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao
Burke, Peter. 1991. La cultura popular en al Europa Moderna. Alianza Editorial Madrid.
Iñarra, Aitxus. 1995. Hilketa Euskal herri-kulturan. Edit Iralka. Irun
Lancre, Pierre. 2004 Tratado de Brujería vasca. Edit Txalaparta. Tafalla
Lertxundi, Anjel. 1996. Letrak kale koantoitik. Edit Alberdania. Irun.