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"Non sei para que me serven as maus"
"No sé para que me sirven las manos"

Mi trabajo durante diez años en una residencia de personas mayores no me dio nunca respiro a la sorpresa en la necesaria monotonía de horarios y el ritmo pausado, mucho más lento que las horas del día, no en vano ocho de cada diez personas vivían en la consideración de dependientes, pero si algo aprendí es que el mar que asemeja calmo en superficie puede esconder un desapercibido mar de fondo, que se descubre metiéndose en él, pues conocer desde la orilla, sólo de vista, no es conocer.

Empiezo contando esto para poder hablar de la importancia de la escucha sincera y atenta de los relatos de vida, para degustar la elaboración de las memorias, en este caso, de personas que conviven en una institución que toma el deber de cuidarlas y proteger su autonomía todo lo posible.

He escuchado tantas historias de tantas personas, que atendiendo a esta necesidad, y viendo su entrega, llegué a pensar que no hay otra manera de devolverles su amor propio.

Cada cosa que he escuchado, no siendo necesariamente, ni siempre, un relato de vida o literatura oral, es siempre un material sensible de la personalidad, tenerlo en cuenta es imprescindible para ofrecer la mejor atención personalizada, porque si la atención no tiene este horizonte teórico-práctico de la personalización, entonces no se atiende a la persona, y cada una es el relato que hace de sí y hasta las frases sueltas son indicios de su biografía, su estado de ánimo, su sistema de valores, su desgaste, su aprecio.

También hay algo que envuelve este trabajo y que podría nombrar con la expresión, sensación de compañía.

Mis primeras navidades como animador sociocultural en la residencia, me acerqué, persona por persona, y en conversación les pregunté de que tenían ilusión cuando eran niños y niñas.
Las respuestas mayoritarias fueron tres
De pan, de azucar, de chocolate
Y la pregunta subsiguiente fue, de que tenían ilusión a día de hoy (ya de ayer)
Y también las respuestas mayoritarias fueron tres
De sanar, de volver para su casa, de morir

Comprendí que mi trabajo tendría que servir para ayudar a modificar estas respuestas sobre su situación actual, aunque ella variase poco en lo práctico, más sí en lo esencial y significativamente.

Escuchar sus vidas, no juzgarlas y valorar sinceramente sus palabras fueron mis herramientas, así como abrir campos de comunicación entre ellas.

Por motivos así digo siempre que este trabajo debe ser vocacional y con formación.

Aquella mujer que padecía una demencia que la llevaba a decir que no sabía para que le servían las manos, enunciaba con cierta serenidad, que yo recuerde, su perplejidad hacia la esencia de la frase en su propia carne, y también, aunque calmada, su angustia.
Sus manos servían en aquel momento para yo preguntarle por ellas en el curso de su vida, de sus trabajos, de a quien le habían gustado, de cómo las había cuidado, qué heridas se habían hecho, quiénes se las habían tocado, de lo que había cogido con ellas, de lo que había tenido en ellas, de lo que había manejado y usado, de los saludos que había dado, de los abrazos que había apretado, de lo que le cabía en una mano suya, por ejemplo, la mía, no mucho más grande.
Las preguntas, por supuesto, no siempre se pueden hacer de esta manera, las preguntas no pueden ser un interrogatorio, es mejor que vayan implícitas en la conversación, tenerlas claras en mi intención.
Sus relatos son las respuestas, mi interés los trae al presente.

 

"Prefiro que me morran na casa dúas vacas coa fame ca que me morra coa fame un rato"
"Prefiero que se me mueran en casa dos vacas con el hambre y no que me muera de hambre un ratón"

Estamos hablando de personas nacidas en el primer tercio del siglo XX, y estamos hablando del hambre, o por decirlo más suavemente, de la necesidad.
Esta persona sufría una enfermedad que le tenía el cuerpo rígido, con un andar que le incomodaba la idea de paseo.
Si quien le escuchaba mostraba perplejidad, él sabía que no era más que inocencia lingüística al no comprender algo que contrastado con la vida no les parecía de sentido común, y lo que destacaba era quizás no haber tenido, como él tuvo, las necesidades tan pegadas al cuerpo y al lenguaje que las mide, así que a continuación explicaba que si en una casa se mueren dos vacas de hambre, aún puede quedar algo para un ratón, pero si el ratón se muere de hambre, es que ya no queda nada para nadie.
Si este relato se desprecia, se está desatendiendo la base sobre la que una persona nos puede contar cómo ha salido adelante en la vida, su sentido de solvencia y de comunidad, los heroísmos, los egoísmos y la generosidad, en sí, todo el entramado ético y cultural que hace de las vivencias una ropa, un abrigo. 

En este contexto residencial, la recreación oral no tiene nada que ver con la escritura.
Pocas de las personas para las que trabajé tenían estudios, y para la mayoría escribir era ceñirse, encorsetarse a un estilo impuesto, a unas reglas básicas y unas fórmulas precisas, que poco o nada tenían en cuenta el aliento propio. En cambio, contar, cuando se da en confianza, es ver correr el agua con todos sus matices de color y sombras, de hondura y superficie, de cauce e inundación, de reflejo y cielo, de lengua y tiempo.

Mucha gente se aliviaba hablándole a Dios por sentir sumamente ceñida su vida, y porque la divinidad que importaba era la que paradójicamente, recibía, escuchaba y comprendía.

 

"Este ano non imos quedar un vello para un remedio"
"Este año no vamos a quedar ni un viejo para un remedio"

A través de las historias de vida se puede llegar a muchos saberes y pareceres de cuando la cultura se transmitía aún oralmente, y la experiencia de vida era un valor tenido en cuenta porque se le sacaba un provecho práctico, los trabajos estaban pegados a las estaciones, y el tiempo, fuera de algunos apuros, se dilataba.

En la residencia no es cuestión de regatear con el tiempo sino con los intereses. Su régimen semi-enclaustrado se vuelve propicio al tedio pero también a las posibilidades de escape y a predisponer momentos para la conversación y ganar convirtiéndolos en rutina saludable, lugar de reconocimiento.

Pero atendiendo a lo que se cuenta hoy en día, y dirigida al común de las personas, mis preguntas serían: ¿Qué contenidos son ahora significativos?, ¿se puede seguir midiendo los contenidos significativos por duraderos? y ¿cómo construimos nuestros relatos de vida a partir de nuestras memorias, que son el modo de guardar lo que nos importó?

Mi abuelo, Manuel Sanmartín Méndez me dijo una sóla vez la frase que encabeza este apartado, y no me la dijo directamente a mí, sino que en un invierno crudo la dijo para sí, pero yo estaba atento, estaba allí con él y él conmigo.

Bien sé que mi discurso, aunque descriptivo y algo conclusivo, quisiera ser sugerente y lo engorda la pasión, por eso quiero poner algún texto de contrapunto, que venga al caso, y también por si despierta interés la fuente, se pueda ir a ella:

"Sin embargo, al propio tiempo me sentía ofendido porque me hubiera contado su historia "¿por qué me cuentan siempre sus historias?", pensé. Debería verse que de antemano no estaba de acuerdo. Y, sin embargo, me contaban siempre las historias más idiotas con tanta tranquilidad como si les resultara imposible imaginar que yo pudiera escucharlas de otra forma que no fuera en calidad de cómplice"
(Peter Handke. Carta breve para un largo adiós -Alianza, 2006, p.59-60-)

Pero volviendo a mi ansia me apoyo en este otro texto que he sacado de un álbum ilustrado:

"Somos las personas de las que hablamos"

(Emmanuel Guibert, Marha y Alan, según los recuerdos de Alan Ingram Cope)

Y se me da por amasar esta frase y me sale de dos nuevas maneras:
"Somos si escuchamos, si tenemos tiempo para atender"

O mejor aún:

"Somos, si tenemos tiempo"

 

Y si alguien quisiese achacar mi proselitismo de la escucha a una rareza de caracter, prefiero anchearlo hasta lo cultural con esta otra frase:

"Son, como buenos gallegos, charlatanes hasta perjudicarse la salud"

(Rafael Sánchez Ferlosio. El escudo de Jotán. cuentos reunidos -Debolsillo, 2015, p.88)

Pues así, aunque sea a saltos, me parecen precisos y preciosos estos versos:

"Oh. Abuelo. Qué cosas tienes.
Que sabiduría antigua me estoy perdiendo

Mi abuelo sabe contar las vértebras de los invertebrados.
Sabe cerrar los ojos en cualquier sitio"

(Javier Hernándo Hernández, Todos los animales muertos en la carretera.
Pre-textos, 2016, p.33)

Y con ellos de la mano este texto, como en las historias de vida, con la broma de lo serio, porque muestra una certeza que se impone al auscultar nuestro mundo

"Anduve hasta las mesitas de la Asociación de Amigos del Retiro, justo al lado del palacio de Cristal. Desde ahí es fácil ver ardillas, mirlos, mosquiteros, carboneros, verderones y otras aves. Lo que más abunda son gorriones, palomas y urracas. La gente, después de pasar por la estatua de Baroja, ven a un mirlo y dicen: "Mira, una urraca", ven cualquier pájaro amarillo y dicen: "Mira, un canario." La gente es la repera."
(Ismael Grasa. De Madrid al cielo. Anagrama, 1994, p.37)

 

Ustedes combinen, discrepen, acuerden, y piensen lo que quieran según sea su caracter, intereses o disposición, pero tengan buen corazón y hagan algo.

Pregúntenle por lo menos al viejo que serán.

A fin de cuentas, historias de vida es lo que somos, poco más y nada menos.

Celso Fernández Sanmartín

Este artículo pertenece al Boletín N.º 69 - Narración oral en contextos de vulnerabilidad social