Corrían los años ochenta en Centroamérica. La guerra fría tomaba a la región como escenario principal en lo que algunos denominaron “el patio trasero de Estados Unidos”. De ahí que las guerrilla y los ejércitos  disparaban  a diario sus balas y desangraban a El Salvador, Nicaragua, Guatemala y Honduras.  Entre tanto, en Costa Rica, único país sin ejército del área, la guerra se hacía sentir por medio de refugiados, aeropuertos clandestinos, hospitales ocultos, espionaje y una crisis económica que intentaba poco a poco recuperarse, con apoyo económico de los gringos, a quienes no les servía que la crisis económica en Costa Rica favoreciera los intentos de la izquierda por tomar el poder en el país, como ya lo había hecho en su vecina Nicaragua. 

Todo esto sucedía en medio de declaraciones gubernamentales ticas sobre neutralidad en los conflictos de los países vecinos, a pesar de que por debajo de la mesa se toleraba y ayudaba a algunos bandos vinculados en las guerras vecinas, especialmente en Nicaragua. Poco después, un esfuerzo político permitió sentar a las partes a negociar la paz en Centroamérica, un proceso que le valió un Premio Nobel de la Paz al expresidente costarricense: Óscar Arias Sánchez. 

En ese convulso contexto, la cuentería escénica sembró su semilla en el país, aunque debió esperar más de dos décadas para recoger y mostrar su cosecha.  Fue en los ochenta cuando algunos cuenteros tradicionales pudieron visibilizar su trabajo en libros y discos, más allá de su efímera expresión en casas, plazas y parques.

También fue el momento en el que algunos actores, artistas plásticos, bailarines y narradores empíricos empezaron a hacer sus primeras búsquedas en la cuentería. Algunos de ellos conocieron la técnica de la narración oral escénica por medio de talleres impartidos por Francisco Garzón Céspedes, a quien se le reconoce como el promotor de esta expresión artística en Latinoamérica. 

 

Los cuenteros tradicionales

En Guanacaste, provincia ubicada al norte de Costa Rica, el periodista Hernán Gutiérrez grabó los relatos que Julián Matarrita, un narrador de tradición oral que contaba a los niños sus propias ficciones en el corredor de su casa. Julián no se subía a un escenario. Su teatro era una banca y su público los vecinos del barrio. Él creaba tallas, especie de relatos muy exagerados e insólitos, contados en primera persona, que se narran con seriedad y total convencimiento, como si se tratara de una anécdota verídica. Al igual que Ñor Julián, otros personajes como Tomás Salinas eran reconocidos por la cuentería, y se les invitaba a velorios y fiestas para entretener a los presentes. A pesar de que el fenómeno no era exclusivo del norte del país, fue en esta zona en donde los cuenteros tradicionales registraron su memoria histórica en documentos audiovisuales. 

Así, pues, Gutiérrez sacó del anonimato a Julián Matarrita, al publicar un libro y posteriormente un disco denominado “Las tallas de Ñor Julián”.  Con este esfuerzo se dio a conocer el trabajo de decenas de narradores que ya tenían un lugar centenario en la cultura guanacasteca, como un oficio reconocido y asumido en las velas y novenarios, o en veladas improvisadas, los domingos por la tarde.  El legado de estos cuenteros, pero ahora sí, de manera escénica,  lo mantiene en Guanacaste, Luis Barrantes, quien actualmente relata los cuentos de Tomás Salinas, en escenarios teatrales y tarimas de la zona, así como en el centro del país. 

 

En el centro del país

Fueron los ochenta, también, el tiempo en el que los pioneros de la cuentería escénica, que luego tuvieron presencia en festivales internacionales, conocieron ese arte y empezaron desarrollar su oficio. De esa primera generación ejercen activamente la cuentería, de manera profesional, Moisés Mendelewicz, Ana Victoria Garro y Juan Madrigal. 

Moisés desarrolló ampliamente su carrera como narrador en México, Ana Victoria Garro combinó exitosamente las artes plásticas con la cuentería y se volvió un referente en la narración de leyendas costarricenses, de las cuales incluso grabó un disco. 

Sin embargo, de esa primera generación Madrigal fue quien logró crear un festival que se ha mantenido constante por más de una década (14 años para ser exactos) y logró posicionarlo en medios de comunicación. El festival internacional Alajuela Ciudad Palabra es actualmente el referente internacional de la cuentería en Costa Rica, por la cantidad de narradores que han circulado por escenarios y la infraestructura que soporta su realización anual ininterrumpida en casi tres lustros. 

Este festival, además, y por la dirección de Madrigal, ha desarrollado talleres permanentes de cuentería para niños y jóvenes, así como proyectos especiales tales como caminatas históricas por la ciudad, pícnics de cuentos, una muestra nacional de cuentería, un proyecto de cuentos mensuales en los barrios de los distritos de Alajuela... entre otras iniciativas. 

 

Espacios fijos de cuentería

Con la entrada del siglo XXI los festivales y los espacios permanentes de la cuentería proliferaron. En la Casa de la Cultura Popular José Figueres, un espacio cultural, promovido por una entidad bancaria estatal, se ofrece al público, una noche al mes de cuentería. El espacio estuvo a cargo de Isabel Ducca por varios años, y ahora lo maneja el grupo de cuentería Cuentófagos, integrado por Inti Barrantes y Daniel Alvarado. 

En Heredia, por su parte, Lilian Ocampo organiza el espacio Juglares, una peña cultural de cuentería y otras áreas, incluida que se realizaba un domingo al mes. Lilian también formó parte de una agrupación de cuentos que impulsó la cuentería en Heredia, y que se llama: “Había una vez”. 

Juan Madrigal, por su parte, creó en Alajuela el grupo Los Alaputeneses, cuenteros de la Villa Hermosa, en el 2003. Con ellos, formó la base del movimiento de cuentería encargado de crear público ávido de historias en la provincia.  Poco tiempo después, y desde la base de los alaputenses, se creó el grupo Cuenteros del Segundo Piso. Ambas agrupaciones aún continúan y se presentan el primer jueves de cada mes, en sesiones abiertas al público. 

 

Cuentería en San José

A principios del siglo XXI, en  San José los colombianos Gustavo Peláez y Fernando Franco, junto a los costarricenses Adrián Granados, Michael Navarro y Edgar Ortiz, crearon el Festival San José Puro Cuento, a partir de su experiencia universitaria en la promoción de la narración oral. 

En efecto, inspirados en la experiencia colombiana, estos jóvenes cuenteros hicieron de los espacios abiertos universitarios una oferta permanente en la capital. Esta oferta sirvió de base para la creación del festival josefino, a principios del siglo XXI.

Fernando Franco, además, logró un espacio permanente de formación de cuenteros en dicha universidad, denominado Narrarte. 

De la universidad también surgieron otros grupos como Cuentófagos, integrado por Inti Barrantes y Daniel Alvarado.

 

Otro logros importantes

En San José también existe La Casa del Cuento, en Guadalupe, un esfuerzo de la mexicana Selene de la Cruz que hizo de Costa Rica su casa y lugar de trabajo. Este es un espacio físico permanente dedicado a la cuentería, y en donde se presentan espectáculos para todas las edades. 

En Cartago, por su parte, Olga Solano, docente y docente del Instituto Tecnológico de Costa Rica, impulsa la cuentería desde la casa de la ciudad y la universidad. 

En el campo universitario el principal logro lo tiene el escritor Carlos Rubio, quien logró que, desde hace casi una década, la cuentería sea parte del currículum académico de la carrera de formación docente en dos universidades estatales: la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional. El curso, además, está abierto a cualquier otro estudiante de otras carreras que quiera validarlo como parte de su currículum académico. 

Se puede decir entonces que el movimiento de cuentería nació en los ochenta pero se desarrolló en el siglo XXI con el reconocimiento mediático y social sobre su existencia y valor. 

 

Costa Rica 

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 68 – Narración oral en Costa Rica

  

MÁS SOBRE EL AUTOR

Narador 4

Rodolfo González Ulloa es un periodista e historiador que se enamoró de los cuentos hace 15 años. Narra historias de tradición y explora en la memoria histórica de su país relatos sacados de documentos antiguos o de textos historiográficos, muchas veces como semillas o gérmenes de un relato, que hay que pulir y desvestir del lenguaje académico con el que los colegas escriben la historia.
También inventa sus propios cuentos, aunque muchos tienen como fuente personajes reales que, debajo de árboles de mango en su pueblo, Alajuela (Costa Rica), le han relatado los viejos del pueblo, con imaginación y recuerdos de sus andanzas juveniles. Desde Centroamérica ha viajado a distintas partes del mundo, como Colombia, México, España (Islas Canarias y Madrid) y El Salvador, a desgranar los relatos que ha cultivado poco a poco en la placentera huerta de su mundo interior, donde con el azadón de las imágenes y la pala de la creatividad, siembra y cosecha esos deleites que empiezan a veces con un "había una vez".