magda labarga

Siempre me gustaron las historias de aventuras. Cuando tenía alrededor de doce años leí algunas que transcurrían en la Edad Media. Ivanhoe y La flecha negra son las que más recuerdo. En ellas, las protagonistas femeninas viven en castillos, son jóvenes damas que tienen problemas con el matrimonio. Me gustaba imaginarme como una de ellas, sobre todo me imaginaba siendo Joanna, la protagonista de La flecha negra que para huir de un matrimonio concertado se disfraza de chico y vive aventuras que le están vedadas a las mujeres de esa época, fueran de la clase que fueran. (Al menos, así me lo contaron. Luego una se entera de Juana de Arco y de arquitectas de catedrales y de viajeras y abadesas y se pregunta si la oscuridad de la Edad Media fue tan oscura). El caso es que, un día, perdida en una de mis ensoñaciones, no sé por qué se me ocurrió pensar en qué hubiera pasado si yo hubiera nacido en la Edad Media. Una cosa llevó a otra y traté de imaginarme en varias vidas, ¿qué hubiera pasado si hubiera sido una campesina de la Edad Media? ¿Y si hubiera sido pobre ahora mismo? ¿Seguiría siendo quien soy? ¿Cómo vería el mundo? ¿Cómo sería mi vida?

Después de todo, haber nacido donde había nacido era una cuestión de azar. El azar interviene en cuestiones fundamentales. Una cantidad innumerable de azares son los que hacen que cada quien nazca en una familia, un tiempo, un lugar.

Mi manera de ver el mundo y de contarlo tienen que ver, pues, con multitud de azares. Soy una mujer y no tengo otra referencia, otra experiencia del mundo, de la vida, que esta de serlo. Soy también blanca y he nacido en el siglo XX en España, todas cosas que me determinan tanto como ser mujer. No sé cómo se percibe y se cuenta el mundo siendo gitana, por ejemplo, o habiendo nacido en otro lugar y por supuesto, en otra época. Soy una mujer, y si me pongo a imaginar, imagino que en la Alemania de 1940 hubiera sido más determinante para mí ser judía o tener una discapacidad que ser mujer.

Dicho esto, sabiendo como sé que por azar soy un montón de cosas que me determinan, que en gran medida por azar soy la mujer que soy, en estos últimos años serlo, esto de ser mujer, afecta de modo directo a mi trabajo. Siempre lo ha hecho, fuera yo consciente o no. Una mujer se va acostumbrando poco a poco a cierto tipo de miradas sobre quien es y lo que hace. Valoraciones sobre lo interesante de su inteligencia o su físico que se hacen precisamente porque se es mujer. Hay preguntas o consideraciones acerca del trabajo artístico, profesional, que solo se hacen si eres una mujer. Con el atrevimiento de la juventud comencé a dar clases de narración oral cuando apenas empezaba mi andadura como narradora. Fue un maravilloso atrevimiento para mí (espero que también para mis alumnas y alumnos), porque aprendí muchísimo enseñando. Recuerdo que era habitual tener un alumnado en el que había personas bastante mayores que yo. Uno de esos alumnos, en la evaluación de fin de curso, me echó en cara no ser lo suficientemente maternal como profesora. Estoy segura de que a un hombre nunca le hubiera pasado algo así, a un hombre no se le exige ser paternal como profesor. Ni se le pregunta qué significa ser hombre en su trabajo. Porque el hombre es la medida de las cosas y la mujer la excepción. Aunque seamos una excepción excepcionalmente numerosa: la mitad del género humano, del cual el hombre se supone es la medida. Esto de ser “lo otro”, la diferencia, y no tener referencias con las cuales identificarse de manera directa, sin adaptaciones de género, hace que las mujeres avancemos solas, inventando el propio camino cada vez. En cualquier vida tanto de hombre como de mujer esto es en cierto modo así. Por eso, suele ayudar saber que otras personas antes que tú recorrieron caminos poco transitados. Hasta hace muy pocos años no conocíamos apenas mujeres que hubieran recorrido esos caminos solitarios, así que las mujeres estábamos doblemente solas si queríamos salirnos de la norma. Ahora sabemos que siempre ha habido ºmujeres que han vivido vidas insólitas.

Cuando en 2014 Marina Sanfilippo me invitó a las 1º Jornadas Tomo la palabra. Mujer, voz y narración oral en la Facultad de Filología de la UNED, descubrí que había todo un repertorio de cuentos tradicionales contados por mujeres a otras mujeres, cuyas protagonistas eran mujeres. Esos personajes femeninos no eran princesas ni se movían exclusivamente con el objetivo de contraer el matrimonio más ventajoso. Los cuentos que relataban las narradoras tradicionales, aun cuando acabaran en boda (y no siempre lo hacían) estaban protagonizados por niñas y mujeres aventureras cuyas historias hubiera querido conocer cuando era una niña que amaba la aventura. Protagonistas que se enfrentan con ogros y ogras, recorren los caminos, buscan y cambian su suerte, se ayudan y salvan entre ellas, ayudan y salvan a hombres, viven aventuras, son lavanderas, panaderas, hijas de pescadores… Descubrir que ese repertorio existe y que otras mujeres en otro tiempo contaron esas historias ha afectado mi trabajo. Porque soy mujer. Y no entiendo por qué esos cuentos apenas se conocen, estoy harta de sentir que los modelos de vida que tengo más a mano son estrechos, pequeños. Quiero volar. Y quiero que las niñas y los niños de ahora mismo sepan que siempre hubo y siempre habrá muchas formas de ser mujer. Si el arte debe tener alguna utilidad (y no creo que deba) esta debe ser la de mostrar la maravillosa diversidad del mundo. Eso incluye, desde luego, la maravillosa diversidad de maneras de ser mujer que existen o pueden existir.

El mundo es tan grande que es una pena convertirlo en una sola y uniforme cosa. Todo cuanto es ajeno me obliga a recorrer una distancia, me pide que me acerque. Siempre han habido personas con el deseo de acercarse a lo desconocido, de recorrer caminos extraños. Personas que no han tenido otro remedio que vivir de manera diferente y han encontrado por ese motivo una belleza que les correspondía. Yo quiero contar esas vidas, esas historias, para que no se me olvide, para que no se nos olvide, lo grande y diverso del mundo. Para sentirme acompañada y acompañar en el deseo y el asombro.

Magda Labarga

Este artículo forma parte del BOLETÍN Nº63 May18 - "7 creadoras 7"