Carolina Rueda

La pregunta inicial de esta reflexión es si ser mujer y artista son condiciones que se modifican una a la otra. Como narradora de cuentos, animal de escena, gestora cultural y mujer he descubierto que mi condición femenina significa. Empecé a narrar en Colombia, fui parte del grupo inicial de lo que se convirtió en un movimiento de cuenteros con características fenomenales. Crecí como narradora y programadora en un mundo de hombres, creo que ciertas estructuras narrativas y descripciones las aprendí de escritores. Casi me molestaba el acto señalador de la diferencia, tardé tiempo —como el personaje de Moliere en El burgués gentilhombre, que se entera ya mayor que habla en prosa— en darme cuenta que ser mujer marcaba una diferencia y que quisiera o no, me ubicaba en un lugar que tuve que asimilar. Descubrí también cosas de mi conciencia e inconciencia de género. Me percaté que internamente la validación me la daban los hombres, que mi juego de interlocución se había entrenado para hablar con hombres; que mis charlas con las mujeres, enriquecedoras, prodigas, magníficas y supremas, eran un premio de consolación porque les faltaba la validación masculina para acceder al mundo intelectual representativo; trabajé convencida de que mi lectura femenina estaba probada; que yo era, había sido y sería libre, autónoma y que la marcación permanente del género me ponía más bien en entredicho; pasaron años, dolores también, cansancio y agotamiento; como decía un antiguo amigo, querido y muerto muy a mi pesar, la vida virtual que cuentan sobre uno es más interesante que la real.

Programadores de muchas características recibieron mi consejo con la mirada comprensiva de que no era profesional sino femenino producto de la debilidad de mi mente, mi sensibilidad o mis piernas; programé durante 20 años el área de cuenteros en un festival de teatro enorme, abrí, consolidé, eduqué y combiné miradas del oficio en un entorno agreste y feroz, donde mi gestión, defendida por un hombre y una mujer —todo hay que decirlo—era acusada de exigente con el subtexto de histérica; pero un día puesto el espejo en el lugar adecuado me encontré con la inconciencia en mi visión de programadora: tuve que reconocer que solo en las últimas tres versiones del evento, mostré mujeres con su poderío narrativo. ¿Cómo ocurrió ese despertar? Recuerdo la aparición a nivel profesional de retos creativos que me invitaron a consolidar una mirada personal sobre el oficio; también algunas pérdidas amorosas. Rota la devoción por el concepto de amor romántico que tenía interiorizada como la más llana, mi mirada se abrió. Partí por supuesto de la exaltación, que me regresó a la manada. Por años batallé sola contra el mundo y descubrí que éramos muchas en ese lugar, con las mismas adversidades, dudando de las mismas cosas y dando reporte de supervivencia. Desperté a ser mujer cuando ya pasaba de los 30 años y había recibido de la vida en versiones masculinas y femeninas tragos amargos por tierra, mar y aire, en espacios tanto laborales como personales. Todos estos choques buscaban provocar en mí la sensación de debida dependencia y respeto por mis mayores. El despertar a lo femenino es largo y profundo, no ocurre de una vez. Tiene mucho de reconexión con la fiera interna, con la soberbia, con el disfrute. Sensaciones y vivencias; placer, miedo, la soledad, la dulzura, la distancia. La propia experiencia es compleja porque no tenemos referentes, excepto el masculino, todo escondido también en la cultura y la memoria; la sociedad está compuesta de manera múltiple y en ella al transformarse una pieza se modifican todas.

Me impresiona que cada nueva saga de reyes y reinados cuenta a la mujer con la frialdad, el veneno y el cálculo de los mejores estrategas de la guerra. Sin embargo pasan por alto la parte de la historia donde su oficio ha sido otro. Estas sagas cuentan las mujeres que viven en palacio, no a las del mundo de los soldados y sus miserias; no a las que siembran y recolectan, que curan enfermos y acompañan entierros. Si algo me ha enseñado leer a Svetlana Alexievich, la bielorrusa premio nobel 2015, es que la experiencia femenina de la guerra y la tragedia tiene tantas voces y unos niveles de conciencia que erizan los pelos cuando ves al género afrontar la calamidad.
Construir la voz narrativa de lo femenino no obedece solo a ser mujer sino a reestructurar el mundo fértil. De tanto llenar, horadar, fertilizar, el mundo cayó en el vicio; la relación humana con el planeta es de dominación, parte de la sordera y termina en destrucción. No soy partidaria-- esto me lo enseñó a ver Magda Labarga-- de la idea de la mujer como ser supremo, portadora de la sabiduría y la magia, no merezco cuidados por ser la madre, la sacrificada, la diosa, la pachamama; sí tengo una relación de brote con el mundo; lo que eso signifique y provoque como consecuencia, es la libertad de mi género y de nuestras vidas; no forma parte de un plan divino de redención; cada género tiene sus búsquedas y su necesidad de reconstrucción, de reencuentro con el sentido.

¿Qué significa construir un discurso vital? Qué significa una mirada femenina, ¿qué significa que nuestra manera de relacionarnos y la experiencia aporte en la visión de mundo? Cada vez, a pesar de los constantes fracasos públicos y privados por mejorar nuestra condición de ciudadanos, es más frecuente la molestia general y más pronta la llegada a la insatisfacción. Lo distinto es que ese vacío ya no es una dosis privada de tu desgraciada vida, sino una frustración compartida por un sistema que nos apachurra y nos insatisface. En ese agujero, qué sabe sortear la mujer, cuál puede ser el relato de los caminos por la oscuridad. Cómo comprender la compañía masculina y no su rivalidad, descubrimos, desmontamos, aceptamos juntos. Ningún sistema habría sobrevivido tanto desde un solo punto de vista. A cada cual lo suyo.

En fin, que me voy por las ramas, vuelvo al inicio. Sí, ser mujer y artista es un binomio, cuando menos, que te empuja a abrir la cotidianidad, tumbar los mundos perversos que recreas a tu pesar, las herencias inútiles, la simplificación de lo complejo. En fin, lo que todo artista hace. Sumaría una pregunta: en qué relación con el mundo me gustaría estar. No es el mundo un lugar prometedor, pero aún es un lugar interesante, bello, variado. Por esa veta, por esa puerta entornada quisiera permitir que pase la luz y sea posible estar de otra manera. Ser mujer sin armas pero no indefensa, con una convivencia distinta a lo vertical; leí este marzo una entrevista a Alexievich –vuelvo a citarla porque su mirada me ha dado en herencia terrenos para contar– en que decía que el lenguaje del amor y el relato de lo pequeño es desde donde intenta ahora reportar la Historia, asi con H mayúscula y todo. Después de haber contado tantas guerras ahora busca contar y encontrar las palabras del tejido amoroso, que sobrevive al discurso bélico, granos de oro –los llama– relatos de los anónimos. La historia de lo pequeño, de los sentimientos, para reemplazar la de los ideales. Son solo apuntes, preguntas, sospechas, pero por estos rumbos ondean mis inquietudes ahora mismo.

Carolina Rueda. Bogotá, 2018

Este artículo forma parte del BOLETÍN Nº63 May18 - "7 creadoras 7"