La Muerte representada como un ser antromórfico ha existido en muchas culturas desde los inicios de la humanidad. A partir del siglo XV, por ejemplo, en nuestra cultura, comenzó a ser representada como una figura esquelética que lleva una enorme guadaña y viste con un manto negro con capucha. También se le da el nombre del Ángel de la Muerte. Aunque no se hace mención en la Biblia de tal Ángel, existe una mención de Abbaddon (El Destructor) cuya identidad corresponde al Ángel del Abismo. La Muerte, no puede ser detenida de ninguna manera y a menudo es una mera funcionaria: no posee control sobre el destino ultra terreno de las almas a las que le toca conducir; solo se presentar a buscar a aquellas personas a quienes les ha llegado la hora. En muchas ocasiones, la Muerte es muda, no habla ni se deja ver ni conocer y su visita es inevitable, pero en algunos cuentos de la tradición oral, la Muerte habla, bromea, hace tratos, amadrina a algún humano e incluso en el imaginario de las historias filmadas, puede incluso jugar al ajedrez.

En las cartas del Tarot, la Muerte es la “innombrable”, y sería la única carta que no tiene nombre, sólo número, el XIII. En castellano, además del término propio de La Muerte es frecuente utilizar el nombre de la Pelona, la huesuda y sobre todo, él de La Parca, proveniente de la mitología romana. Las Parcas (en latín Parcae) eran tres hermanas hilanderas que controlan el hilo de la vida de cada mortal e inmortal en el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Tejen el destino de los seres humanos, en un enorme muro de bronce y nadie puede borrarlo. Se llaman Nona, Décima y Morta; cortan con unas tijeras el hilo que marca la longitud de la vida y es entonces cuando la persona muere. Hilan lana blanca, entremezclada con hilos de oro que representan momentos dichosos en la vida de las personas y lana negra para los periodos tristes.

A lo largo de la historia, las diferentes culturas han compensado la falta de conocimiento y entendimiento del mundo, del sentido de la vida y del misterio del más allá, con mitos y leyendas. Las explicaciones de por qué la gente muere o enferma se han adjudicado a los poderes de diosas y de dioses. Sin ánimo de ser exhaustiva, he aquí un breve y apasionante inventario de personajes mitológicos relacionados con la muerte.

De entrada, como seres humanos, no siempre fue morir nuestro destino. La mitología griega cuenta que Zeus, buscando venganza contra Prometeo por haber robado el fuego y dárselo a los seres humanos, ordenó a Hefesto que diseñara la imagen de una encantadora doncella, con belleza semejante a la de las diosas y a base de agua y tierra diera vida a la primera mujer sobre la Tierr, Pandora. Afrodita le otorgó gracia y sensualidad, Atenea el dominio de las artes para confeccionar y a Hermes le encargó sembrar en ella mentiras, seducción y un carácter inconstante. Pandora nació como un “bello mal” que se haría irresistible a los hombres, especialmente para uno: Epimeteo, el hermano de Prometeo que se casaría finalmente con Pandora. La feliz pareja recibiría de los dioses un regalo, una pequeña jarra (no una caja como ha pasado al imaginario popular) que no debía de ser abierta bajo ninguna circunstancia. Sin embargo la curiosidad también fue sembrada por los dioses en Pandora, quien irremediablemente abrió la caja y dejó escapar todos los males, enfermedades y la muerte que acecharían a la humanidad por el resto de los tiempos. Al cerrarse la caja, sólo la esperanza quedó dentro, atrapada por siempre.

Al igual que en Grecia, en otras culturas se relata esta Edad de Oro, un periodo de tiempo mitológico en que la Tierra era prácticamente una extensión del paraíso, donde humanos y dioses convivían sin mayores altercados. Sin embargo, en el caso particular de Egipto, el dios del sol Ra, se aburrió un buen día de la humanidad y decidió abandonarnos a nuestra suerte. Los humanos se dieron cuenta del desprecio del dios, comenzaron a adorar a otras divinidades y a planear un complot contra Ra. Como castigo por la sublevación de los hombres, Ra envío a la diosa guerra Sejmet para asesinar a aquellos que osaron desafiarlo. Según lo que se sabe de la mitología griega, el aliento de Sejmet era tan poderoso que destruyó la vegetación de todo Egipto, convirtiendo a la zona en un eterno desierto. Ra, arrepentido y atormentado por las consecuencias de sus decisiones decidió salvar lo que quedaba de la humanidad. El reto consistía en detener a Sejmet, fuera de sí, en su búsqueda y necesidad de sangre. Ra reunió 7.000 jarrones de cerveza con colorante para asemejar la sangre. Sólo así se consiguió apaciguar a la diosa, quien cayó en un profundo sueño del cual no ha despertado. A pesar de que se detuvo la furia de Sejmet, la muerte, la enfermedad y la destrucción ahora eran parte de la humanidad, para lo cual Ra creó nuevos dioses que le ayudarán a vigilar y cuidar a la gente.

Anubis es el dios de la muerte del antiguo Egipto, maestro de las necrópolis y patrón de embalsamadores, representado como un gran cánido negro acostado sobre su estómago, probablemente un chacal o un perro salvaje, o como un hombre con cabeza de perro. Probablemente, la forma canina del dios fue inspirado por los antiguos egipcios por el comportamiento de los caninos, a menudo carroñeros oportunistas paseando por la noche en los cementerios en busca de cadáveres.

En la mitología griega, Hades, en griego antiguo “el invisible”, alude tanto al antiguo inframundo griego como al dios de éste. El término «hades» en la teología cristiana y en el Nuevo Testamento es paralelo al hebreo sheol que quiere decir “tumba” o “pozo de suciedad”, y hace referencia a la morada de los muertos. El concepto cristiano de infierno se parece más al Tártaro griego, una parte profunda y sombría del Hades usada como mazmorra de tormento y sufrimiento.

El pueblo griego conocía también la figura de Perséfone. Su historia tiene un gran poder emocional: una doncella inocente raptada por el Señor del inframundo, el dolor de una madre, la diosa Démeter, por el rapto y la desaparición de su hija y finalmente el regreso de la hija provocando el cambio de estación. Perséfone era además la terrible Reina de los muertos, cuyo nombre no era seguro pronunciar en voz alta y a la que se referían como «La Doncella». En la Odisea, cuando Odiseo viaja al Inframundo, alude a ella como «Reina de Hierro».
En la mitología griega, Tánato o Tánatos, en griego antiguo “muerte”, era la personificación de la muerte sin violencia. Su toque era suave, como él de su gemelo Hipnos, el sueño. La muerte violenta era el dominio de sus hermanas amantes de la sangre: las Keres, asiduas al campo de batalla.

En el marco del hinduismo, Kali es una de las diosas principales. Es la shakti (o ‘energía’) del dios masculino Shiva, y es considerada una de sus consortes. La religión hinduista que adora a la diosa Kali se llama shaktismo. En general, los hinduistas de cualquier especie ―independientemente de la deidad que adoren de manera particular― la consideran la Madre universal. Kali representa el aspecto destructor de la divinidad, es destructora de la maldad y de los demonios. Su historia temprana como criatura de la aniquilación todavía tiene cierta influencia, mientras que las creencias tántricas más complejas amplían a veces su papel, ubicándola como la «realidad última» y la «fuente del ser». El movimiento piadoso reciente concibe a Kali como la benévola diosa madre.

Meng Po es la Señora del Olvido en la mitología china (Literalmente, Vieja Señora Meng) es una deidad femenina que sirve en el Di Yu, el infierno de la heterogénea religión china, es nombrada también en textos budistas chinos. Su tarea consiste en asegurarse de que las almas listas para reencarnarse en algún reino superior no recuerden sus vidas pasadas ni su estancia en el infierno. Para ello, recolecta hierbas de diferentes estanques y arroyos en la Tierra, para crear su Té de los Cinco Sabores del Olvido. Esta bebida se le ofrece a cada alma antes de abandonar el Di Yu. El brebaje produce una amnesia permanente de forma instántanea, provocando así la pérdida de todo recuerdo de vidas pasadas. Habiendo sido purgado de todo pecado y conocimiento previo, el espirítu es enviado para renacer en una nueva reencarnación terrenal, comenzando de esta forma el ciclo de nuevo. En ocasiones, algunos son capaces de evitar beber la poción, pudiendo así recordar fragmentos de vidas pasadas en la infancia, los sueños, etc.También se dice que vela por las almas que han renacido, por eso cuando los neonatos sueñan, si lloran se dice que Meng Pol les ha regañado, y si ríen, es que Meng Po les apremia.

Para la mitología tibetana, el mundo comenzó a formarse a partir de la creación de los elementos naturales: viento, agua, fuego y tierra. De la creación de los cinco elementos se crearon dos huevos, uno lleno de luz y otro de oscuridad. Ambos dieron pie a las dimensiones del ser y del no ser, de la luz y la oscuridad y por tanto del bien y el mal. Por un lado, el huevo iluminado dio origen al ser humano, a la vida animal y vegetal, a ciertos hombres que cuidarían el heroísmo de los humanos y las acciones virtuosas de éstos. También surgió una manifestación divina en forma humana, un hombre blanco con siete trenzas color turquesa: rey de la existencia, de la plenitud y del bien. Por otro lado, el huevo oscuro originó la ofuscación y el oscurecimiento del mundo. A partir de los rayos que surgieron del huevo nació otro rey: Munpa Serden, amante de la muerte, la destrucción y la enfermedad. Desde entonces, ambas fuerzas se miden en los rincones de todo el mundo.

Izanami (literalmente "la mujer que invita"), es la diosa de la creación y de la muerte en la mitología japonesa y en el sintoísmo, es una diosa primordial y mujer del dios Izanagi. Junto con él creó el mundo. Es conocida también como Izana-mi, Izanami-no-mikoto o Izanami-no-kami. Los primeros dioses invocaron a dos seres divinos a existir, el varón Izanagi y la mujer Izanami, y éstos crearon la primera tierra. De su unión nacieron las ōyashima, las "ocho grandes islas" de Japón. Izanami murió cuando engendró a Kagutsuchi (encarnación del fuego). Fue tal la furia que tuvo Izanagi con la muerte de su esposa, que mató al recién nacido y de éste se crearon docenas de deidades. Decidió Izanagi hacer un viaje a Yomi ("la tierra oscura de la muerte"). Rápidamente encontró a Izanami, y le pidió que regresara con él, pero ella le dijo que era demasiado tarde, ya que había comido el alimento del inframundo y que ahora estaría en la tierra de los muertos; sin embargo trataría de convencer a los dirigentes del Yomi para que la dejaran irse y pidió a Izanagi que no entrase durante ese momento. Izanagi esperó y esperó, pero al final se impacientó, así que encendió una mecha y se adentró en el Yomi para buscar a su esposa, quebrando de este modo una de las reglas de la tierra de los muertos. Izanagi buscó a su esposa y cuando la encontró se horrorizó al ver su cadáver putrefacto, lo que provocó la ira de Izanami la cual mandó a los ejércitos del inframundo tras su marido. Éste consiguió escapar, al salir de Yomi, cerró la entrada con una piedra y rompió el matrimonio con Izanami. Debido a esto, Izanami le lanzaría una maldición diciendo que cada día mataría a mil humanos, a lo que él respondió que de hacerlo, haría nacer a mil quinientos.

Freyja, o Freya, es una de las diosas mayores en la mitología nórdica y germánica, de la cual se preservaron numerosos relatos que la involucran o la describen. En las Eddas, Freyja es descrita como la diosa del amor, la belleza y la fertilidad. La gente la invocaba para obtener felicidad en el amor, asistir en los partos y para tener buenas estaciones. Pero Freyja también era asociada con la guerra, la muerte, la magia, la profecía y la riqueza. Las Eddas mencionan que recibía a la mitad de los muertos en combate en su palacio llamado Fólkvangr, mientras que Odín recibía la otra mitad en el Valhalla. El origen del seidr y su enseñanza a los Æsir se le atribuía a ella.

Dentro de la mitología finlandesa, Tuoni el dios de la muerte, tuvo una hija que nació ciega: Loviatar. Según se sabe por los poemas de la Edad Media, se creía que Loviatar era la hija más cruel de Tuoni y también la menos agraciada físicamente. Sin embargo, Loviatar quedaría embarazada del viento del Este, esperando nueve hijos, que tuvo que gestar durante nueve largos años antes de culminar en un tormentoso parto. Cuando al fin dio a luz, decidió descargar su maldad contra los hombres nombrando a sus hijos como las enfermedades que traerían consigo.

Según la etnia Yoruba, localizada principalmente en Nigeria, en el inicio de los tiempos el dios supremo decidió delegar su poder en sus dos hijos únicos: Shango y Shapona. Shango, el segundo en haber nacido, recibió el control y la autoridad sobre el cielo, mientras que Shapona, el primogénito, sobre la Tierra. Los Yoruba creían que el mismo dios que lograba que los granos crecieran en los campos y nutrieran a la humanidad, también era capaz de hacerlo en la piel humana de aquellos que consumían los frutos de la Tierra. Por ello, la viruela era visto como un castigo de Shapona en respuesta a una mala actitud o un mal pensamiento.

Ala, también conocido como Ale, Alla y Ane-ani es una deidad de la mitología Igbo, que en el pueblo Igbo es considerada una diosa de la fertilidad y quien gobierna el inframundo. En la creencia igbo, sería la esposa o hija de Chukwu. Ella es a menudo representada con un pequeño niño en sus brazos y su símbolo es la luna creciente. Se cree que las almas de los muertos viven en su seno sagrado.

La tribu chéroqui, originaria del sureste de los Estados Unidos hacía uso de los animales para conformar sus mitos respecto al origen de las enfermedades y la muerte. En un principio y a modo de “paraíso”, hombres, plantas y animales vivían en paz y armonía. Incluso, la tradición dice que las plantas y animales podían hablar. Sin embargo, todo ello cambió cuando la población humana comenzó a aumentar y en ella se generó una histeria que sólo llevó al aislamiento, expulsión y a la muerte de los animales sin razón alguna. Ante una situación que amenazaba su propia existencia, los animales se reunieron para diseñar enfermedades contra los humanos y así poder vengarse de ellos. Las enfermedades comenzaron a mermar entre los humanos, reduciendo su población y casi logrando exterminarlos. Las plantas, descubriendo el abuso que los animales estaban cometiendo, decidieron tomar partido por los humanos, sacrificándose para proveer a la raza humana de remedios y medicinas. Desde entonces, la tribu chéroqui utiliza las plantas para remedios médicos y dentro de sus ritos está pedir permiso para sacrificar a algún animal.

Ixtab, "la de la cuerda", es la diosa del suicidio, y esposa del dios de la muerte, Chamer, en la mitología maya. También era la divinidad de la horca. Los suicidas por ahorcamiento recibían su protección acompañándolos a un paraíso especial. A este papel se le llama psicopompo o guía de almas. En la tradición maya, se consideraba el suicidio como una manera extremadamente honorable de morir, a un nivel similar al de las víctimas humanas de sacrificios, guerreros caídos en batalla, mujeres muertas de parto, o sacerdotes.
Tlaloc era uno de los dioses más importantes dentro de las culturas prehispánicas, especialmente la azteca. El dios de la lluvia y la fertilidad representaba una dualidad entre la vida y la muerte, pues por un lado podía traer vida a través del agua como también podía traer sequías o granizo a los cultivos. Asociado con las montañas, las nubes y los ríos, Tlaloc siempre mantenía a su alrededor cuatro jarrones que simbolizaban las direcciones sagradas. En cada uno de ellos había algo diferente: agua buena para el cultivo, agua helada en forma de granizo que destrozaba las plantaciones, otro más con la sequía y el último con agua contaminada y enfermedades asociadas con el agua. Otros dioses menores, llamados tlalocas, se encargaban de romper los jarrones y verter el contenido de los mismos en la Tierra, ocasionando vida pero también muerte y enfermedad.

En vudú, Maman Brigitte es la loa del ciclo de la vida y la muerte. Es, además, la esposa del Barón Samedi, quien constantemente le es infiel con mujeres mortales. Etimológicamente su nombre sería "Mamá Brigitte". Se la adora en todo Haití, como la madre de los Guédé, y se le suelen sacrificar gallos negros en su honor cuando una mujer queda embarazada para que cuide del niño. Se la representa como una mujer muy joven y de rasgos dulces, con el pelo largo, de color negro intenso, y de ojos claros. Su cara está pintada de blanco, de forma similar a una calavera y como su esposo (el Barón Samedi). Viste un elegante y laborioso traje de novia y siempre camina descalza, de forma fantasmal. El contraste de su cuerpo casi impúber con su cara pintada de esqueleto recalca el estrecho vínculo entre la Vida y la Muerte. Maman Brigitte es un ser terriblemente poderoso, pero usualmente se encuentra perdida en sus propias divagaciones. Ella protege las almas que nacen y guía a las que se van. Además, se asegura de que las lápidas de los cementerios están debidamente marcadas con una cruz. Suele pasear de noche por los cementerios, cantando y bailando bajo la luz de la luna. Su personalidad a veces cambia según la región. Algunas versiones la caracterizan como una mujer que, cansada de los adulterios del Barón Samedi, se ha vendado los ojos para no ver nada, aludiendo a que la Vida y la Muerte son ciegas; no contemplan edad, clase social o sexo.

San La Muerte es un personaje o entidad venerada en Latinoamérica, que no debe confundirse con La santa muerte. Sus imágenes sirven de amuleto, suelen ser talladas en una sola pieza de madera dura, hueso (en ocasiones huesos humanos), plomo, yeso etc. La guadaña , es la excepción, ya que se le suele añadir aparte. Existen también estatuillas con la figurilla sentada o acuclillada, sin guadaña, con las manos apoyadas en el mentón o en la nuca: estas posturas corresponden con la iconografía católica para el Señor de la Paciencia; sin embargo, esta veneración de San La Muerte nada tiene que ver con la Iglesia Católica, para la cual esta práctica de adoración a San La Muerte es considerada un culto pagano.

Virginia Imaz

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 51 de AEDA – La muerte en la narración oral