Hace ya unos cuantos años, en el encuentro de narradoras y narradores de Mondoñedo (Galiza), se propuso el tema de contar en dos idiomas. En principio la propuesta era interesante, pero adolecía de un pequeño error. Cuando se planteó el tema, se tenían en mente las personas que narraban en otro idioma además del castellano, siendo estos idiomas los originarios de otros países, como por ejemplo el inglés, el japonés o el francés. Cuestión interesante, ya que las mismas estructuras de los idiomas hacen que la narración se tenga que adaptar y hasta los pequeños matices se pierdan en el paso de una a otra lengua. Cómo se enfrenta la narradora o el narrador a esta cuestión es algo interesante. Pero como decíamos, la propuesta tenía un fallo, inconsciente si se quiere; olvidaba que muchas narradoras y narradores del Reino de España, en este caso, contamos "además" en castellano. Es decir, que nuestro idioma creativo es otro, siendo según el caso, el catalán, el gallego, el euskara o el asturiano. Se daba por supuesto que el otro idioma era, digamos, externo al país oficial del que somos súbditos. Al final, se aceptó la propuesta de hacer una pequeña mesa redonda con narradoras y narradores que contábamos en catalán, gallego y euskara. En ella cada uno planteamos lo que suponía contar en idiomas que viven realidades diferentes en su territorio natural, así como la cuestión de hacerlo también en castellano.

Planteé en aquella ocasión las dificultades que supone contar en euskara. Dichas dificultades no vienen dadas, en mi caso al menos, por un desequilibrio entre los conocimientos del euskara y el castellano, siendo este último el idioma dominante, situación que puede darse en otros narradores y narradoras. Mi capacitación lingüística en euskara podría decirse que es igual o superior al castellano, conociendo, no solo el euskara estándar, sino diversos dialectos. Además de ello, el euskara es mi idioma creativo, adaptando después los trabajos realizados al castellano. Esto que parece una obviedad, no es tal cuando el idioma original y propio en el que trabajas sufre de una situación diglósica para con el dominante, en este caso el castellano.

A veces se nos tacha a los de la periferia de un cierto victimismo en esta cuestión, de quejarnos demasiado, cuando en la actualidad disfrutamos de una oficialidad lingüística; lo cual es relativamente cierto, ya que no es verdad que el euskara, el catalán o el gallego (y no digamos el asturiano o el aragonés, por ejemplo) tengan el estatus de oficialidad en el conjunto de los territorios en los que se habla y de los cuales son originarios. El euskara ha estado prohibido y relegado de todos los ámbitos de poder estatal (administración, escuela, sanidad...) hasta hace bien poco, y aún hoy existen dificultades para poder utilizarlo con la misma oportunidad que el castellano o el francés, eso en el mejor de los casos, ya que todavía se niega el derecho en algunas administraciones públicas a dirigirse a ellas en nuestro idioma. Esto hace que la normalización lingüística sea, hoy en día, un fin a conseguir.

A estas alturas alguien se estará preguntando qué tiene que ver esto con la narración oral, aun entendiendo y hasta indignándose por las cuestiones expuestas. La narración oral, como otras artes creativas, forma parte de los grupos humanos en los que vivimos, participando, tanto en sus propuestas creativas como en el desarrollo de su actividad, de los adelantos y dificultades de la sociedad. La cuestión lingüística no es ajena al desarrollo de la narración oral, sobre todo en las sociedades en las que uno de sus idiomas no disfruta de la misma situación que el idioma dominante, y hasta dominador. En la narración oral contemporánea expresada en euskara la situación diglósica en la que se encuentra en relación al castellano y al francés, tiene una influencia negativa a la hora de poder trabajar las propuestas narrativas desde una normalidad lingüística. En el caso del euskara, generaciones y generaciones de marginación y represión hicieron que la inmensa mayoría de los vascoparlantes fuesen analfabetos en su idioma, teniendo esto un reflejo, por ejemplo, en la literatura, ya que pocas personas eran capaces de leerlo y menos aún de escribirlo. Por otra parte, el hecho de quedar relegado a comunidades pequeñas, rurales o costeras y al ámbito familiar, hizo que no se desarrollase un idioma adaptado a las crecientes zonas urbanas, por lo que los registros hablados modernos no avanzaban al ritmo del castellano. La influencia cada vez más masiva de los medios audiovisuales, iba reforzando dichos registros en castellano, algo que continúa hoy en día pese a existir algunos medios que se expresan en euskara. Todo ello ha hecho que se haya desarrollado un imaginario en castellano que aprisiona lingüísticamente al imaginario existente en euskara que pelea sin descanso por normalizarse y adaptarse a los tiempos. Y esto se refleja a la hora de abordar la narración oral desde una perspectiva contemporánea. Pongamos por caso que en un relato hay un personaje que es un macarra, o una punki o un pijo, ¿qué registro utilizará en su habla? Seguramente todos lo imaginamos, y no nos costará mucho ponerlo en nuestra boca, y hasta en nuestros gestos y  en nuestra actitud corporal. En castellano. Pero en euskara no es tan fácil. Este es, por ejemplo, uno de los problemas que me he encontrado al presentar algunos personajes en mis narraciones. La falta de estandarización de dichos registros añade un trabajo extra en mi proceso creativo, lo cual no me ocurre en castellano. Como este podría poner muchos más ejemplos. La invasión del imaginario castellano, en detrimento del existente en euskara, nos lleva a que haya una especie de fractura entre el lenguaje utilizado en la vida cotidiana y el usado en los procesos creativos; pero al mismo tiempo se da la paradoja de que esa dificultad de trabajar el imaginario en euskara se traslada, a la hora de estandarizar el idioma, al el uso cotidiano, convirtiéndose en un círculo vicioso. 

Es por todo ello que a mí se me hace imposible separar mi trabajo en la narración oral del proceso de marginación y represión que ha sufrido mi lengua a través de los siglos, de los que hoy en día no se ha librado totalmente. Querer desarrollar un trabajo creativo de narración oral contemporánea nos exige a los vascoparlantes una dedicación extra, además de la propia del oficio, que no sufren los hispanoparlantes o los francoparlantes. 

De todas maneras, todo esto no es algo a lo que me enfrente con el ceño fruncido, al contrario, me ha abierto un camino extraordinario de conocimiento y curiosidad, no solo para con mi idioma sino para con otros muchos que viven y han vivido situaciones parejas. La empatía con los idiomas minorizados se acrecienta cada vez que veo los esfuerzos que otras personas hacen para que sus idiomas normalicen su situación. Catalanes, gallegos, asturianos, galeses, occitanos, bretones, quechuas, aimaras... cientos de narradores y narradoras demuestran con sus propuestas narrativas que contar en su idioma no es algo folklórico, curioso, ancestral o raro, sino que es, simplemente, contar una historia. Y eso, aunque parezca una verdad de perogrullo, no lo es tanto en una sociedad como en la que vivimos, en la que ser monolingüe parece lo normal. Yo he decidido no serlo. Por eso puedo contar en castellano. Y espero más pronto que tarde poder hacerlo en catalán, en francés, en portugués...

JoxeMari Carrere

 

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 47 de AEDA – Diversidad lingüística y narración