Aceptar un artículo en pleno mes de abril es toda una irresponsabilidad así que a modo de anotaciones esbozo ideas sueltas hilvanadas con una nada lógica estructura que quién sabe si tendrán algún interés.

La tarea de un programador es realmente apasionante, y como toda pasión implica una elevada tensión.

Y no es tarea fácil: buscar una financiación sólida ya que la rentabilidad es solo y todo un horizonte; decidir y definir el tipo de público al que va dirigida la propuesta (y no a capricho de quien programa, sino atendiendo a los vacíos o necesidades de cada lugar y cada momento); elegir qué espectáculos, sesiones, propuestas va a seleccionar primando la idoneidad al público definido, y la calidad y el trabajo por encima de los gustos, afinidades o intereses particulares; ordenarlas en el tiempo, tratando de que esa programación vaya conformando una identidad propia como propuesta. Y evaluar. Evaluar y evaluar.

La persona que programa no puede vivir ajena al universo en el que se mueve aquello que programa. Ha de estar al tanto y mirar todo aquello que tenga posibilidad, escuchar (la propuesta y la reacción del público ante ella), encajar ese trabajo en su Festival o programación.

Mirar, leer, escuchar, y no dejar de mirar, de leer, de buscar, de escuchar... Y, particularmente creo, no dejar de disfrutar.

Programar NARRACIÓN ORAL es MATERIAL SENSIBLE. Aún más que programar otras artes con mayor definición, mayor público, más nitidez, que no quedan exentas de una enorme dificultad.

Voy a acotar el grueso público con el que trabajamos a tan solo adulto.

Hay muy poca programación estable para público adulto. Cada vez más, por suerte y trabajo de todos quienes hacen un buen trabajo, se van asentando nuevos espacios: Bibliotecas públicas, centros culturales, salas y espacios teatrales, donde con esfuerzo tratan de mantener una continuidad en su programación de cuentos para público adulto. Pero aún existen muchos, muchos lugares donde no es que suene extraño, sino que no se conoce. Muchísimas personas a quienes les sorprende que esta, nuestra suerte y entrega, sea un oficio. Nunca han ido a escuchar historias para público adulto. ¡Y no son porno! Por lo menos todas.

Programar algo que no se sabe qué es, entraña más trabajo para quien programa y más riesgo para quien financia.

Más trabajo porque tiene que definir, desbrozar, tiene que seducir, atraer, tiene que afianzar, convencer y fortalecer. Y no solo a quien paga, sino (y sobre todo) al público nuevo.

Eso solo se puede hacer desde la calidad.

¿Y qué factores afectan a la calidad en un espectáculo o programación de narración?

Pues no solo son los aspectos que interfieren al profesional que cuenta como pueden ser una buena historia; la habilidad de transmitirla, de contarla, de dibujarla en el imaginario del público; la capacidad de seducir, de conquistar, de provocar y sintonizar con él para que la experiencia sea intensa y gratificante (al margen del tono emocional de la historia o la sesión); un vestuario adecuado, recordemos que todo comunica; un dominio del espacio donde se desarrolla el acto de la narración, que siempre se convierte en un espacio escénico aún no siendo un escenario.

Todo esto es responsabilidad de quien cuenta y la persona que programa lo ha debido analizar y evaluar con anterioridad... De hecho, son los factores que se supone que se han barajado en la propia selección y que son ajenos al artista y sin posibilidad de intervención por su parte.

Tener buenos espectáculos de narración en una programación asegura una buena calidad de la misma, pero a veces esto solo no asegura el éxito.

Hemos empezado por los pies porque realmente, lo que ocurre sobre el escenario no es responsabilidad de quien programa. Su responsabilidad comienza mucho antes.

Voy a hablar tan solo de tres aspectos ajenos a quien cuenta que son responsabilidad única de quien programa.

Por ejemplo, LA DIFUSIÓN. La difusión define mucho el tipo de público potencial y su actitud o expectativas. Esta es una parte troncal de cualquier programación. Una correcta red de difusión interviene mucho en la respuesta y participación del público, en su número, en su calidad. Hay que tener en cuenta la poca popularidad que tiene nuestro oficio así que las campañas de difusión se realizan con un empeño especial.

Para ello tenemos que tener claro, con la responsabilidad que entraña el programar, el tipo de PÚBLICO al que queremos llegar. Lo lógico es que para definirlo hayamos estudiado previamente qué necesidades e intereses existen y así no solaparnos con otras posibles programaciones ya existentes. Acotar el público es otro factor que interviene en el éxito. Si es para adultos, es para adultos. A nadie se le ocurre colar en un parque a un menor en una atracción mecánica que es solo para adultos. Tanto por el contenido, como por el juego propuesto, el vocabulario, la temática o la técnica, un espectáculo de narración puede estar no recomendado para menores de cierta edad. Y aunque no haya una peligrosidad flagrante para el menor, sí que existen muchas posibilidades de una cierta incomodidad tanto para quien cuenta como para quien escucha, provocada por la presencia de menores ante ciertos mensajes o maneras.

Si tenemos la suerte con trabajo de llegar a mucho público y seducirlo, es más que interesante cuidarlo. Por eso son importantes LOS ESPACIOS: el tamaño, la temperatura, la acústica, la iluminación, la ubicación, las interferencias, la distribución, las dimensiones del escenario o espacio escénico, la comodidad para el público, la accesibilidad, la titularidad. ¿Cuántas veces quien cuenta elige el lugar donde desarrolla su trabajo?

La narración tiene fama y suerte de ser muy dúctil, pero de eso a que se puede contar en cualquier

lado hay un trecho que solo nosotros como gremio profesional, podemos establecer.

Tenemos, como narradores, la capacidad de transformar con la palabra los espacios, pero necesitamos de unos mínimos que no podemos cambiar desde nuestro oficio. Esos mínimos los deberíamos definir desde la profesión y, no solo sugerir, sino exigir, pero para esta segunda acción ha de haber consenso.

Hay muchos factores más que interviene en la programación y que da y exige la profesionalidad, porque no hay que olvidar que programar es otra profesión distinta a la de la narración y si a veces nos sorprende la ligereza con la que ciertas personas llegan al mercado profesional de la narración, no es menos sorprendente aquella con la que desde nuestras filas hay quienes se lanzan al abismo de la programación. Ser buen narrador no tiene nada que ver con ser buen programador. Ni con ser buen escritor, ni tan siquiera con ser buena persona, que también las hay, claro.

Ser narrador y programador es un jaleo de los grandes en el que se mezclan muchos aspectos, pero sobre todo hay un enorme peso de responsabilidad.

Responsabilidad porque estamos invitando a descubrir un arte maravilloso e impactante. Responsabilidad porque pretendemos generar público para que nuestro proyecto tenga una continuidad y para ello no nos queda otra que seleccionar con sigilo, intuición y certeza no solo a quién, sino qué espectáculo y en qué orden.

Responsabilidad porque nuestro criterio sea un criterio profesional y quede a un margen de las afinidades e intereses personales o profesionales que uno pueda tener para con sus, también, compañeros de trabajo.

Responsabilidad porque, del éxito o no de la programación dependerá que haya un espacio más de trabajo para otros narradores y sirva de argumento y muestra para que en otros lugares se vayan abriendo, de manera coherente y sin prisa, más espacios estables de calidad.

Como oficio, quienes contamos tenemos muchas ventajas para ser programados: solemos trabajar individualmente en escena por lo que nuestros costes son menores, solemos poseer un abanico de público amplio (a veces excesivo y osado) y, cuando el trabajo es bueno, se traduce en una experiencia para el público a menudo inolvidable. ¡Aprovechémoslo! Tenemos mucho bueno.

Nos hace falta, sin duda, mayor colaboración, mayor comunicación y mayor reflexión como gremio, pero tenemos un largo camino por delante y, si le seguimos poniendo empeño y esfuerzo, nuestro oficio irá conquistando más lugares para la celebración de la palabra dicha y para que cada vez sea mayor el número de público que tenga claro qué va a ver cuando acude a uno de nuestros espectáculos.

No me queda sino agradecer a quienes programan nuestro oficio confiando en la calidad y necesidad de nuestro trabajo. Personas que nos programan en sus espacios después de pelear incansablemente con quien paga y andar detrás de quienes luego, gracias a ellos, nos disfrutan. Profesionales que trabajan mucho para que podamos liberar nuestras historias y depositarlas con mimo en cada una de las personas que conforman nuestro público. A todas ellas GRACIAS.

Solo juntos podremos llegar a algún lado bueno.
Como he dicho al principio, al fin y al cabo, esta es una aventura apasionante. Ya estamos caminando. Sigamos adelante. 

Félix Albo

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 43 – No todo vale a la hora de programar