Contar historias en este país durante los últimos años (2011, 201220132014...) ha llegado a ser una verdadera travesía por el desierto. Las condiciones que esta inagotable crisis, sobre todo de valores, ha ido imponiendo han sido demoledoras para los trabajadores de la cultura. El “tengo que trabajar mucho más, para ganar mucho menos” se ha convertido en la tónica general, y este principio afecta, en el oficio artístico, especialmente (aunque no solo) al trabajo previo: renovación de repertorios, creación de propuestas artísticas nuevas, preparación de textos..., lo que redunda en la calidad artística de lo que ofrecemos.

Este 2015, en cambio, ha sido bastante peculiar. O tal vez debiéramos decir, electoral. Sabemos de buena tinta que en algunas comunidades, que no han visto ni gota de programación cultural en el desierto de esta legislatura, ha caído un torrente repentino de oferta en forma de sesiones de cuentos a última hora. En otras comunidades, en cambio, se ha cerrado el grifo de las actividades súbitamente, a la espera de ver qué gobierno se formaba y cuándo.

En estos momentos estamos expectantes por ver quién acaba por presidir el Gobierno y qué medidas se van a tomar realmente después de tanta promesa electoral (espera un momento, que en Cultura no se han molestado ni siquiera en hacer promesas).