Sinestesia proviene de sin- y el término griego αἴσθησις (sensación). En su acepción retórica es un tropo (empleo de las palabras en sentido distinto del que propiamente les corresponde) que consiste en unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales (soledad sonora, verde chillón, amanecer agrio...). Obviamente se trata de un recurso que utilizamos con frecuencia en la narración oral y en todo arte donde la palabra sea su materia prima (poesía, narrativa, teatro...)

Pero es su acepción psicológica la que me interesa: imagen o sensación subjetiva, propia de un sentido, determinada por otra sensación que afecta a un sentido diferente. Por ejemplo cuando pienso en los días de la semana los visualizo con colores: el lunes tiene un tono azulado, el martes blanquecino, el miércoles anaranjado metalizado, etc... Lo mismo con los meses del año o los números. Hay quien asigna sonidos a los colores o aromas a los sonidos.

También me ocurre con las historias, cada una de ellas tiene un color o tonalidad, un sabor a veces, un sonido, no tanto una música concreta o una melodía, no es una banda sonora, sino algo más primario, pueden ser violines, o sonido metálico, o percusiones, pero sin forma concreta. Y esto es lo que me parece interesante: lo que no contamos, lo que queda oculto, la vivencia que tenemos como narradores pero que no pertenece a la historia que se cuenta. Lo que no se pretende transmitir a quien escucha, sino que forma parte de la intimidad entre narrador y la historia.

Cuando con una historia pierdo esta conexión, sin darme cuenta dejo de contarla, aunque sepa exactamente cómo hacerlo técnicamente (tempo, tono, etc...) falla el motor interno. Y no presento una historia si no se ha creado este tipo de relación vivencial. Normalmente surge en los primeros contactos, pero si no es así, en ocasiones va surgiendo conforme se va trabajando, conforme se van mimetizando historia y narrador.

Evidentemente no hay que tener sinestesia para ser narrador-a oral, pero creo que sí una conexión que va más allá de lo que se cuenta, de la ideología que se tenga, de la estética personal del narrar, de las emociones que se movilizan. Un mundo interior que surge en el proceso del encuentro (hallazgo, creación o recreación) con la historia, que pertenece solo al que narra y que es inenarrable.

 

Domingo Chinchilla