Ya de entrada la palabra «disciplina» nos echa para atrás porque la mayoría de las veces está ligada al significado de 'acatar órdenes' y muy pocas personas se sienten cómodas en esta situación.
También es verdad que podemos buscarle una connotación más suave como 'la coordinación de actitudes, con las cuales se instruye para desarrollar habilidades'. Si nos damos cuenta, en las dos definiciones aparece una segunda persona, que es la que nos ordena o nos instruye.
En el caso de los narradores todavía no existe esa figura de alguien que nos dirija o nos aconseje sobre nuestro trabajo. El trabajo del narrador oral sigue siendo solitario, y eso conlleva un compromiso personal que cuesta mucho mantener.
Una de las peores cosas que le puede pasar a un artista es creer que su obra está acabada, nunca se acaba, siempre estaríamos añadiéndole algo nuevo, pero hay que saber cuándo ese algo nuevo empieza a carecer de chispa vital.
El narrador debe estar en constante crecimiento, inventando cosas nuevas y reinventando lo anterior, es decir, debe ser un trabajador constante. Solo así estaremos vivos, afinados y sin miedo a afrontar nuevos retos.
La comodidad es uno de los males a los que se enfrenta el narrador, subestimar al público pensando que al final va a tragar con lo que hagamos es una falta de respeto hacia ellos, y hacer las cosas de cualquier manera es una falta de respeto a nosotros mismos y a la profesión de narrar.
Si mantenemos una constante capacidad creadora, a veces más intensa, otras menos, pero continuada, solo en esos momentos podremos sentirnos artistas. La buena imaginación nace de una buena base de trabajo, y para ello se requiere disciplina.