Dice el DRAE que «programación» no es sino 'la acción y efecto de programar'.

La acción de programar no es sencilla en ningún caso, al menos a mí así me lo parece, y no lo iba a ser en este de la narración oral. Hoy por hoy son tres los espacios de cuento en los que se programa: bibliotecas, cafés (englobo bajo este término no solo a los cafés propiamente dichos sino a bares, pubs, restaurantes y espacios similares) y festivales-maratones. Desgraciadamente, aún no podemos incluir a los teatros como espacios donde se programan cuentos de una manera continuada. Como tampoco incluiremos a los centros educativos de primaria o secundaria que cuentan con una programación anual. Ciertamente los hay, pero son aún muy escasos.

Cada espacio tiene su particularidad y precisa de una programación concreta. Mientras que en un café se programan sesiones dirigidas a público adulto en los otros dos tiene cabida cualquier tipo de público. Por tanto, la elección del narrador o narradora es muy concreta, no todo el mundo cuenta para adultos ni todo el mundo se sabe desenvolver en el espacio del café. Igual que no todo el mundo cuenta para todos los públicos. Espacio y público van de la mano.

Otro aspecto importante es quién programa. La programación de cafés suele estar en manos de un narrador que programa, igual que algunos festivales, mientras que en las bibliotecas hay, normalmente, una persona de la administración detrás de la misma. Personas al fin y al cabo. Personas que tienen sus gustos, sus preferencias y que deben ajustarse a presupuestos, fechas, temas incluso. Sea como sea, se parta de donde se parta, es importante a la hora de programar diseñar una programación variada, en cuanto a formatos y estilos, y de calidad. El público que ve diferentes formas de concebir la narración oral es agradecido y crítico después. Agradecen la variedad y la calidad. Se vuelven críticos a base de escuchar, ver y comparar. Y lo que es más importante, se llevan una idea amplia, abierta y plural de este oficio. Esto dejando a un lado el placer o el gusto por escuchar que puedan experimentar. 

En este sentido, algunos programadores narradores adolecen de todo lo contrario. Se autoprograman sistemáticamente y de vez en cuando invitan a alguien a compartir una sesión. Eso sin contar con aquellos que llenan los huecos libres con «talleristas» de su propia factura. Es cierto que todos tenemos que tener una primera vez, así lo creemos, pero no avisar al público de que el que cuenta está empezando es una faena. De hecho, creo en la necesidad de espacios para los contadores noveles donde poder experimentar la presencia del público, donde echar a rodar las historias. Espacios y programaciones compartidas con narradores más veteranos y con la debida información al público de qué es lo que van a presenciar.

Anteriormente, cité a los programadores, así de soslayo, y ahora que voy concluyendo esta entrada no me resisto a llamar la atención sobre dos tipos de programadores bien curiosos: el programador libro y el programador programado. El primero es aquel que solo contrata a narradores con libros, pues les supone un valor añadido. Este es más habitual en los centros educativos y las bibliotecas. El segundo es aquel narrador que es programador y es programado como devolución del favor de haber programado a otro programador programado. Vaya lío. Este tipo es más frecuente en cafés y festivales. 

El hecho de contar historias en muy viejo, el oficio es muy nuevo y el desconocimiento del mismo por el público en general es grande. No ocurre así en otras artes. Si alguien va al cine por primera vez y no le gusta la película, es muy raro que no vuelva al cine en su vida. Si esto ocurre con una sesión de narración oral, no sé yo si no pasaría lo contrario.

La acción de programar es compleja y una responsabilidad.

 

 Manuel Castaño