El traspiés creativo 

Una persona inmersa en un proceso creativo generalmente no busca problemas… pero casi siempre se los encuentra. Y estos contratiempos inesperados la movilizan de tal manera que aquello que en principio resultó una dificultad, se convierte al final en un regalo. Esto es lo que se llama «tener un traspiés creativo»

En el teatro, en el circo, el/la clown no existiría si no fracasara. Es más, en el momento en que esto ocurre es cuando el público se ríe, se abre, conecta con ese personaje porque muestra su fragilidad, esa que todos tenemos y que escondemos, mejor o peor, detrás de corazas sociales, virtuales o, vete tú a saber, máscaras mucho más grandes que la nariz roja del payaso. Ese personajillo, además, nos hace soñar, viajar a nuestra infancia, a esa época en que los continuos inconvenientes eran el mejor pilar de aprendizaje, el interruptor para desplegar la imaginación.

El/la narrador/a oral, como el clown, trabaja mirando al público, conversando de alguna manera con él. Y eso hace que en una sesión de narración sea mucho más fácil que ocurran contratiempos, situaciones imprevistas que el narrador puede o no aprovechar para aderezar su historia, o para evocar en el público algo que no estaba previsto.

El/la cuentista se desnuda ante el público con su elección de las historias, con su mirada abierta… y, aunque su acto escénico no va por los mismos derroteros que los del clown, también conecta con el público y le hace soñar con la palabra y las imágenes que ésta desata. De esta forma va mostrando seres que se equivocan y que resuelven sus traspiés de formas imprevisibles; personajes que se atascan y nunca resuelven; personas que se dan la vuelta a sí mismas, o que no le dan la vuelta a nada... Pero, se mire por donde se mire, el alimento o el hilo de la historia es precisamente la existencia de una dificultad.

Si el/la cuentista, en una sesión de narración oral, cuenta sobre la vida, cuenta sobre el fracaso, ¿por qué en algunas ocasiones el público está con la boca abierta, el corazón palpitante, los ojos como platos y no digamos las orejas? 

Quizás porque el/la cuentista nos mira para contarnos, quizás porque ha elegido una historia que habla de su verdad, o porque en esa historia, en diez minutos, los personajes se han equivocado veinte veces, y han resuelto o no... pero no pasa nada. Es el teatro de la vida, al que nos asomamos para verlo en miniatura porque así no parece tan incompresible y monstruosa nuestra realidad. 

Sí, quizás el acto de narrar exorciza miedos pero, si funciona, es porque está cargado de humanidad y por tanto de «equivocación».

Y si en ese acto escénico el/la narrador/a, tiene la suerte de tener un traspiés, de olvidarse de algo, de trabarse con la lengua, o de que ese día ocurra algún contratiempo mientras cuenta (grandes catástrofes, ruidos estomacales, alarmas del teatro que se disparan, niños que se mean en el escenario, borrachos que irrumpen, móviles que tararean, espectadores que se enamoran del narrador/a y lo gritan, roncadores en primera fila, hipos, la hora del rosario y el público se va...) y lo aprovecha de forma creativa para reírse de sí mismo/a y de la vida como lo haría un/a clown o un/una niño/a, es muy posible que esa sesión, ese día, sean memorables.

 

Maricuela