Desde que comenzamos a trabajar para el público más pequeño, para los bebés, lo he oído más a menudo, aunque antes y para otras edades también lo había escuchado de alguna parte del público, «si no se enteran de nada».
Cada vez que oigo eso, he de reconocer que no lo entiendo, porque para mí es más que evidente que los niños de todas las edades, incluso los bebés, sí que se enteran y además me pregunto «¿y si piensa eso, por qué asiste a la sesión?». Claro está que no se enterarán si escuchan una conferencia de física cuántica, pero, aun en este caso, algo les llega, como yo misma, que no entendería casi nada pero sí percibiría el entusiasmo, la pasión, la laxitud, o falta de ellas, del ponente de dicha conferencia. Y es que se nos olvida demasiado a menudo que los niños son bajitos, pero no son tontos, y nos empeñamos en hablarles con diminutivos, hasta nos inventamos palabras (intentando imitar su lenguaje en fase de aprendizaje), creyendo que así nos van a entender mejor. Cierto es que esto no ocurre solo en el mundo de los cuentos, sino en otros ámbitos. Basta con fijarse en algunos anuncios de juguetes, en carteles de teatro, libros, nombres de guarderías... que, supuestamente, se dirigen al público infantil, están cargados de ñoñerías.
También observo la actitud que tienen algunos padres de «depositar» a su hijo o hija en la biblioteca, sala o lugar donde se va a realizar una sesión de cuentos, y marcharse tranquilamente confiando su criatura a una persona completamente extraña que no se sabe qué va a decir, durante aproximadamente una hora. Tal vez su tranquilidad venga por pensar que los cuentos son algo insulso, sin sustancia, ñoño.
Quizás esa idea que tienen está fundada porque han escuchado poco, y seguramente la primera sesión a la que asistieron sí que haya sido algo ñoña, sin sustancia, vacía y sin escuchar más, piensan que los cuentos contados es eso, y eso no les interesa, y entonces o depositan a los niños, o bien dejan de acudir a las sesiones de cuentos. Tristemente, he de reconocer que yo también he asistido a alguna sesión ñoña, que no me ha transmitido nada más que tedio por lo que estaba presenciando. Por tanto, la responsabilidad para que el público deje de pensar que los cuentos son algo ñoño, está en la voz de las personas que nos dedicamos a contar cuentos, en el repertorio que elegimos y, por su puesto, también en cómo lo contamos.