Como idea general, es la parte del organismo en donde se depositan aquellos elementos necesarios para su alimentación y sustento. Es desde donde se parte para poder existir, crecer y desarrollarse como individuo particular y desde ahí proyectarse al exterior. La raíz nos sujeta y nos sustenta.

Centrándonos en la narración oral, nuestra propia tradición es uno de los ingredientes principales que debemos absorber y asimilar en la medida en que esta a su vez se nutre, entre otras cosas, de las costumbres, creencias, cuentos y leyendas de nuestra comunidad. La tradición que nos es propia, nuestra cultura, va acomodando y transformando de manera natural la memoria y el imaginario colectivo de la sociedad a la que pertenece. Quien narra desde su raíz, quien la conoce, la abona convenientemente y se nutre de aquello que le es propio, se convierte en agente activo de esta transformación y al mismo tiempo se construye como persona y enriquece su oficio.

El cuento que proviene de nuestra tradición es uno de los nutrientes que nos permitirá como narradores, desde una visión particular, el poder comunicar y transmitir adecuadamente aquello que queramos contar. El narrador y la narradora debe contar desde donde es y sabe, cualesquiera que sean su ser y su saber, para que quien escucha pueda recogerlo y asimilarlo a su imaginario y desde ahí, reconocerlo también como algo propio.

Será necesario que busquemos y desentrañemos en las historias y los cuentos que han arraigado en la memoria colectiva a la que pertenecemos, aquellos elementos esenciales y profundos que nos permitan desde quienes somos, armonizarlos y adaptarlos a nuestra manera genuina de transmitirlos y proyectarnos.

También hay historias que nos llegan o las buscamos en otras culturas, tradiciones e incluso en la literatura escrita. Si elegimos apropiarnos de ellas, debemos. con honestidad, ahondar en su esencia, conocer su contexto, acomodarlas y adecuarlas; fijarlas y aclimatarlas a nuestra realidad para que se nos enraícen y nos prendan. Si no lo hacemos así, quedarán como semillas que lanzamos al aire en campo baldío.

La raíz permanece a menudo oculta y esto propicia que nos olvidemos frecuentemente de su importancia. Tener en cuenta, buscar y asimilar nuestra propia raíz nos permitirá como narradores ser únicos y, en consecuencia, universales.

Pensando en mi raíz, me acuerdo de dos palabras esenciales que me enseñó mi abuelo, que nació y creció en un caserío y fue marino de profesión y pasión: Raíz y Ancla. Ambas nos sujetan. Sin raíz no somos; no podemos expandir nuestras semillas ni recoger de allá adonde vayamos nuevos abonos. Sin el ancla que nos pare y nos contenga al resguardo de vientos y corrientes que nos desvíen, no podremos mantener el rumbo. Enraicémonos, pues, y levemos anclas cuando el viento sea propicio. Feliz travesía.

 

Itziar Rekalde