Lo es la palabra. Muchas de ellas lo son. Por su sonoridad, por su sentido, por pintorescas, divertidas, hechiceras, evocadoras… por su belleza, originalidad, precisión, riqueza. Una palabra dicha, pronunciada, escuchada, lo es: arte, si se dice en el momento preciso, si es dicha por una voz  que propicia el viaje… porque viajan las palabras. También por eso son arte. Saltan de corazón a corazón, lo acarician, lo estremecen, lo inquietan, lo sacuden, lo emocionan. Eso es arte: hacer brotar la emoción. Jugar con esos objetos artísticos convierten a la lengua en arte, a todas ellas, y a quienes juegan, en artistas. Jugar es búsqueda, es riesgo, es necesidad. Como el arte. Jugar a crear es hacer arte. Crear es querer decir algo, es cuestionar, generar ideas, inventar, soñar, expresar, es emocionarse y emocionar… Nosotros, hombres y mujeres, somos artistas que juegan a preguntar, a tener algo que decir y mucho que escuchar. También eso es arte: escuchar. Solo cuando la escucha se produce, la palabra dicha es arte. Quien dice narra. Quien dice busca, crea, juega con las palabras. Qué intensidad de escucha provocan, cómo aparecen y desaparecen, cómo saltan, en cuántas direcciones, con qué voces, qué sentidos, qué peculiaridades, qué matices, qué mirada, con qué juego de combinaciones, de relaciones, con qué musicalidad, con qué sabores, con qué sensaciones… Convierten a la narración en el arte de transmitir con las palabras los infinitos matices de las emociones humanas.

 

Cristina Temprano