JUEGO, y doscientas ochenta y siete palabras más

El juego es placer, azar, riesgo, puente entre la fantasía y la realidad, y nos ayuda a comprender el mundo que nos rodea. El juego nos permite sentirnos bien, abandonarnos y favorecer que «salgamos de nuestro papel», haciendo que tengamos nuevas experiencias. El juego desarrolla la creatividad y la inteligencia por medio de vivencias directas, nada que ver tiene con el aprendizaje teórico y abstracto.

Si jugamos con el lenguaje, con la palabra, estamos permitiendo al oyente crear una relación afectiva más fuerte con la historia, apropiarse de ella y le obligamos a rebuscar entre los cajones de su vocabulario la palabra más adecuada, más sonora, más rítmica o más atinada.

Mediante el juego con la palabra el narrador o la narradora reta a quien escucha la historia a ir avanzando en el relato a la vez que él o ella. Le invita a involucrarse, a sentirse copartícipe en el cuento, haya sido mediante una adivinanza, trabalenguas, calambur, retruécano, acróstico, palíndromo, aliteración o lipograma o…

Cuando introducimos un juego en el transcurso de una narración, podemos pedir la participación del público, o no pedirla y seremos conscientes de que el oyente está jugando mentalmente con nosotros.

También podemos provocar la participación. Esta forma es la más difícil de conseguir, pero también la más satisfactoria para el oyente y para quien está narrando. Así se consigue contagiar las ganas de jugar con la historia y con el narrador o narradora. No se trata de pedir ayuda para completar la historia, sino de incitar al juego. Y como en el juego dramático, cuando todos y todas se implican, el disfrute es mucho mayor.

Juzgo el juego sin fuego, luego ruego juego con jugo.

 

Oswaldo