La palabra «yo», entre las múltiples definiciones que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, es 'la parte consciente del individuo mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia identidad y de sus relaciones con el medio'.
Si se define el yo como la parte consciente del individuo, inevitablemente debemos tener en cuenta la existencia de una parte inconsciente, que es inabarcable. Carl G. Jung afirma: «Somos vividos por un inconsciente que quiere autorrealizarse».
La conciencia ordena y regula; por lo tanto el yo sería el vehículo con el que conduzco todos los aspectos del inconsciente para poder desarrollarme y también para adaptarme a la realidad. No olvidemos, por tanto, que una proporción muy alta de esa conducción es inconsciente.
Cada quien cuenta desde un yo (tomemos la metáfora del vehículo) «afectado» necesariamente por su inconsciente personal y condicionado por el inconsciente colectivo (figuras arquetípicas que aúnan a toda la humanidad).
Continuando con la metáfora de la conducción, el narrador, la narradora, transita las historias desde su vehículo, «conduciendo» desde lo que uno es.
Así pues, para definir el yo desde cual se narra, surgen las siguientes preguntas: ¿Qué vehículo usamos para narrar?, ¿es terrestre, marino o aéreo? ¿Transitamos sobre raíles, suelo firme o bien el vehículo es apto para terrenos no acondicionados?, ¿puede sumergirse?, ¿vuela sin motor o con hélices?, ¿o somos un cohete a reacción? ¿Y cómo conducimos?, ¿desde la prudencia o de un modo arriesgado?, ¿plácidamente o acelerados? ¿necesitamos GPS o nos orientamos fácilmente?
Tal vez Yo me siento cómoda conduciendo un patinete. Un medio de transporte individual y solitario, e invito al público a patinar en su propio vehículo. Una plataforma alargada sobre dos ruedas en línea y una barra de dirección con la que me deslizo tras impulsar un pie contra el suelo. Con él soy capaz de hacer acrobacias, sortear charcos, jugar, sentir el sol, el viento…, en definitiva, estar expuesta a las inclemencias del tiempo y del camino.
Aunque hay días que prefiero un autobús. Subo al público a mi vehículo, le doy tiempo a acomodarse y arranco suavemente para transitar todos juntos el camino, disfrutando cada quien de lo que pueda observar del paisaje. A veces detengo el vehículo y propongo una visita guiada llevando la mirada a mis puntos de interés, lo sé. Hay noches, mas calmadas e íntimistas, que ofrezco un viaje glamuroso en una limusina...
Entiendo la narración como un viaje compartido en el que el narrador conduce su vehículo, lo sepa o no, para llevarse y llevar al público por el paisaje de las historias, transitando desde la antigua memoria colectiva e individual que reposa en el inconsciente. El vehículo es tan variopinto como todo lo humano: un helicóptero, un tren, un tándem, un submarino, un buque, un camión, un tractor, o un quad… pero todo se detiene, suspendido en el aire, cuando alguien pronuncia las palabras mágicas: «Erase una vez...».