Encontrar las palabras propias para contar una historia que alguien ya contó es más complicado de lo que parece.

Las palabras surgen de lo que somos, de lo que nos hace personas únicas e irrepetibles. Sin embargo, a menudo nos resulta muy difícil identificarnos. La imagen que nos devuelven los espejos nos resulta reconocible, pero resulta mucho más complicado con nuestros propios gestos, nuestra propia voz, nuestros propios sentimientos. Y todo eso, precisamente, es lo que convierte cualquier narración en una aproximación particular de la persona que somos.

Cuando descubrimos en un libro justo el cuento que queremos contar pero con las palabras de su autor o de su autora, tendremos que rescatar la emoción que nos transmite y guardarla con cuidado para que no desaparezca, pero no repetir las palabras que fueron escritas, sino buscar las nuestras, ya que, al reproducirlo, nos convertimos inmediatamente en sus nuevos narradores y, por lo tanto, en los responsables de su transmisión.

Desde el momento en que hacemos nuestra una historia, le daremos otro punto de vista, la modificaremos porque, casi sin darnos cuenta, añadiremos detalles, giros narrativos, pequeños aderezos que le impriman un sello personal para que, al saborearla, nos resulte familiar y apetecible a quien la escucha. 

Si no conseguimos reflejarnos en la historia y simplemente reproducimos las palabras de otro narrador, los oyentes se quedan con hambre, pues su apetito de ficción no ha sido satisfecho. Quiere esto decir que aparentemente se ha contado un cuento, cuando en realidad solo se han enunciado palabras sin sentimiento. 

Una versión es nuestro lugar en la vida.

 

Paula Carballeira