Desde hace un tiempo se han multiplicado las sesiones de narración bajo la denominación de «cuentos con valores». Valores de todo tipo: humanos, ecológicos, igualitarios, antirracistas, no discriminatorios... Es largo el listado. No seré yo quien ponga en duda la necesidad de reflexionar sobre los valores que las personas llevamos puestos a la hora de interactuar con los demás seres humanos y en la sociedad. Pero al mismo tiempo es un tema complejo, generador de múltiples estudios, reflexiones y polémicas a lo largo de los siglos. Los valores en el individuo, los valores en la sociedad, la percepción sobre los valores humanos en épocas diferentes de la historia, los valores en relación con las ideas sobre la organización de la sociedad. Y por encima de todo, los valores que tienen que alimentar la conducta social e individual de la persona, del presente y del futuro. Y aquí está el quid de la cuestión con la narración: la educación de la infancia en valores considerados indispensables para una sociedad más justa e igualitaria. ¿Pero es esa la labor de la narración oral? ¿Son el narrador o la narradora oral quienes deben educar en valores a los asistentes a sus espectáculos?

Habría que hacer algunas consideraciones en torno a esto. Por una parte, habría que preguntarse si los espectáculos de narración oral tienen como objetivo principal ser pedagogizantes. El hecho de que un narrador o narradora se plantee un espectáculo con un objetivo pedagógico como principal motor del mismo, conlleva una supeditación del proceso creativo a la instrumentalización del mismo, convirtiéndose en mera comparsa de objetivos, por muy loables que sean, que responden a otros campos del conocimiento.

Por otra parte está la misma función del narrador a la hora de presentar un espectáculo de cuentos con valores. En el mismo, quien narra oficia de persona que intenta inculcar una serie de valores a quien escucha, trata de educarlos en ellos, mostrarle lo que está bien y lo que está mal, cómo tiene que actuar y ser. Se convierte en una suerte de predicador colorista. Pero a mí me asalta una duda, ¿esa persona actúa de la manera que predica? ¿O se limita a ser un mero transmisor de un discurso correcto?

Y esto me lleva a una última reflexión: ¿las sesiones de cuentos con valores responden a un interés personal y artístico de quien narra o, por el contrario, compiten en un mercado de la cultura donde la ley de la oferta y la demanda impone que es más fácil vender el producto «Cuentos con valores» que, simplemente, un espectáculo de narración oral? Tengo la impresión de que este tipo de sesiones de narración se están convirtiendo cada vez más en un valor de cambio que en un valor de uso. Es decir, que el interés por preparar un espectáculo de este tipo viene dado por su mayor facilidad de intercambio económico en el mercado cultural, sobre todo infantil, que por la importancia misma de lo que se plantea en dicho espectáculo. Lo importante no es el espectáculo en sí mismo, sino que responda a los requerimientos del mercado. De esta manera, será más fácil vender un espectáculo de cuentos que trata sobre la importancia de la amistad, que un espectáculo de cuentos que no lo explicite. Así, la narración oral se convierte en un instrumento que se utiliza para otros menesteres, siendo ese su valor de cambio, perdiendo o deteriorándose el valor de la narración como instrumento de enriquecimiento cultural, de belleza, de planteamiento dialéctico sobre la existencia humana, de propuesta creativa. Pierde, como hemos dicho, su valor de uso, para convertirse en mero valor de cambio. Una mercancía más en un mercado de la cultura contaminado por criterios mercantilistas.

Los narradores y narradoras debemos reflexionar seriamente si es nuestra labor actuar, a través de nuestras propuestas artísticas, como meros instrumentos de objetivos, que, aunque legítimos y hasta compartidos, responden a otros intereses, o, por el contrario, debemos mostrar nuestras propias creaciones artísticas, donde proponemos a través de espectáculos de narración oral, nuestras reflexiones, nuestras dudas sobre el ser humano y su relación con el mundo. Y defenderlas en ese mercado que, parece, no entiende de pensamiento libre.

 

JoxeMari Carrere