«Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran,

sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.»

Gabriel García Márquez

 

Cuando una narradora o narrador comienza en este oficio de contar, aparece una ilusión, ávida, vital y un tanto ansiosa, que le lleva de un relato a otro casi sin descanso. Del género dramático al cómico; del poético e intimista al social y rabiosamente reivindicativo; del texto más literario al cuento popular. Una búsqueda insaciable por encontrar la historia perfecta para narrar, esa capaz de permanecer en el imaginario del que escucha. Se abre un territorio inabarcable de posibles cuentos.

Con el andar de los años, hay determinadas historias que se fijan en el repertorio, a veces de manera sutil, impensable; otras con plena y consciente elección. Cuentos que crecen constantemente con las aportaciones de quienes los escuchan y que se vuelven imprescindibles para quien los narra. Se convierten en un locus amoenus inalterado (un lugar idílico, como el jardín del Decamerón de Boccaccio). Son y no son la misma historia. Pero ese paraje encantador encierra, como en el mejor de los cuentos de aventuras, obstáculos y peligros que acechan a los que narramos. ¿Puede el repertorio de una contadora o contador estar formado solo por historias que se repiten una y otra vez, por mucho éxito que tengan con el público? ¿Debe ser un repertorio en continua metamorfosis? ¿Es necesario estar siempre en una continua búsqueda de lenguajes que enriquezcan el oficio (música, teatro, clown, danza, canto…)?

Por supuesto, la senda que se tome es una decisión fruto de la profesionalidad de cada cual. Los años de oficio enseñan que ni siquiera el trabajo ya hecho o la comodidad de la historia conocida en profundidad te mantienen a salvo del ogro escandinavo Grendel atacando el reino de Heorot. Para crecer como cuenteros es imprescindible salir al camino, alejarse de los cuentos que dominamos tanto que puedan llegar a impedirnos abordar proyectos desconocidos, que nos sorprendan, que nos vuelvan frágiles, que nos zambullan (sin flotador) en el reto de aprender, que nos descoloquen a la hora de crear. 

Entre el cobijo y la aventura, el amor al repertorio. Querencia, el cuento es pura querencia.

 

Maísa Marbán