Narrador residente podría definirse como aquel narrador que realiza sus sesiones de cuentos siempre en el mismo espacio. Pero dentro de este tipo de narradores puede darse dos realidades muy diferentes. 

Existen casos de narradores que realizan su actividad ligada a un mismo lugar, con sesiones semanales, quincenales o mensuales en las que el repertorio cambia constantemente. Cada nueva sesión exige contar cuentos nuevos. En este caso el trabajo de selección es principal. La mayor parte del tiempo se centra precisamente en la búsqueda y adecuación de los cuentos para ser narrados. No hay tiempo de prueba, no hay tiempo de acomodo a la voz, no hay tiempo para buscar el poso del cuento. Estos narradores se convierten en buscadores insaciables y detectan rápidamente las características necesarias en los cuentos para que funcionen en las sesiones. Pero lo más interesante, probablemente, sea que aparecen técnicas de voz, de expresión y de «magia cuentera» que sirven para cuentos diferentes. En este caso, los narradores recurren, como los viejos aedos, a la base de la narración, buscando en la forma y no tanto en el contenido, la voz propia de los cuentos. De este modo, la sesión es nueva, los cuentos nacen cada contada, pero la técnica narrativa se va perfeccionando con cada una de ellas, encontrando esos nexos comunes que están en el origen de todos los cuentos. 

Este tipo de narrador puede llegar a sufrir el estrés de tener que renovar continuamente los cuentos, pero también puede disfrutar creciendo con el público, que suele ser el mismo. En la actualidad es el que está más cerca del narrador tradicional, que solía contar en casa a un mismo público: la familia, el pueblo. 

La segunda realidad sería aquella en la que un narrador trabaja en el mismo espacio con la misma sesión de cuentos. La selección de cuentos debe estar bien argumentada, buscando el hilo conductor de la sesión y el engarce de los cuentos. El narrador puede ver crecer la sesión, buscar el acomodo de las palabras en su garganta, en sus manos, en sus tripas. Además, puede observar el comportamiento del público con las modificaciones que va introduciendo. El narrador llega a saber cómo hacer reaccionar al público, dónde incidir, cómo sorprender, pero también estudiar tanto su cuerpo como su voz, y algo más sorprendente todavía, puede conocer perfectamente el espacio y sacar el mayor rendimiento de este como un elemento más perteneciente al cuento. 

El público cambia constantemente, aunque son los mismos cuentos, y puede darse el caso de cansancio al contar siempre las mismas historias. Aun así, lo interesante es ver cómo cada sesión sale distinta. Aquí aparece un nuevo elemento, la implicación del público y la exigencia que este haga del narrador. En esos momentos es cuando se debe aprovechar para saber satisfacer a cada tipo de público y poder crecer con ellos. 

Dos realidades diferentes, dos maneras para seguir aprendiendo. 

 

Sandra Araguás