Vibración, sonido, voz, tiempo, cuando se oye. Gesto, huella, trazo, espacio, cuando se ve. Y siempre movimiento que designa, acción que comunica lo visible con lo invisible. Antes que nada, voz. Lo incorpóreo dando cuenta de los cuerpos. En la escritura, señal, marca de un cuerpo en otro cuerpo. 

La palabra es promesa, petición, derecho, compromiso, expresión, representación, idea, creación, signo, huella, vínculo, ofensa, reniego, maldición y bendición.

Las palabras, así, en plural y en minúscula, designan y transmiten, son portadoras de imágenes de aquello que designan, portan significado. Llevan y traen. Cuando las decimos oralmente, son significado e intención, voz que emite el sonido y lo modula, modo de decir. Son cualquier cosa menos significado neutro. Siempre, al decir, llevan consigo nuestros afectos. Lo contrario de la palabra no es el silencio. La palabra y el silencio componen la música del lenguaje.

Cuando decimos la palabra en vez de las palabras, tenemos la tentación de usar mayúsculas: la Palabra. Entonces aparece cargada de poder. En todas las culturas hay palabras mágicas que deben usar solo quienes son capaces de controlar sus poderes. Un tipo de palabras, los nombres, quieren poseer la esencia de la cosa nombrada. 

«en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo»
«El Golem», Jorge Luis Borges

La escritura acrecienta el poder que atribuimos a las palabras. Porque, gracias a ella, se desprenden de quien las dice, se vuelven autónomas, se pueden manipular como objeto, parecen objetivas. Perduran a través del tiempo. Escribo estas palabras: hago unos gestos para que mi pensamiento se vuelva trazo inteligible. Los trazos se desprenden de mí y llegan más lejos que mi voz. 

Cuando hablo y cuando escribo, mis palabras recorren distintos caminos.

Las palabras que salen de la boca son también la boca que las dice, el rostro al que pertenece la boca, el cuerpo todo del que forma parte el rostro. La palabra es quien la dice. Cuando es voz, la palabra va al encuentro. Cuando es escritura, se convierte en espera. La palabra escrita aguarda a quien la leerá para cobrar plenamente sentido. Gracias a la escritura, puedo conocer personas, pensamientos e historias que de otro modo no conocería. Gracias a la escritura y los libros, jardines de palabras, mi vida es más rica. 

La palabra, hablada o escrita, es símbolo de creación y misterio. Pero es también engaño, encubrimiento, mentira, confusión. 

Damos significado a lo que percibimos a través de nuestros sentidos con palabras de un idioma previo a nuestra existencia, que forma parte de una cultura que es solo un modo entre otros posibles de estar en el mundo. ¿Quién habla? ¿Hablo o soy hablada? 

Las palabras nos liberan y nos atan. Son la más maravillosa herramienta, con ellas creamos y destruimos. Estamos hechos de carne, sangre, grasa, huesos, fluidos, vísceras, piel y palabras.

 

Magda Labarga