CRISTINA VERBENA O UNA BIBLIOTECA ORAL Y ANDANTE

La zaragozana abrió el certamen de narradores orales de El Espinar

Elisa Yagüe - El Espinar | 01/08/2014

 

Con un ligero retraso, debido a las presentaciones institucionales, Cristina Verbena abrió el XIV Festival de Narradores Orales el pasado miércoles en San Rafael, con una retahíla imposible de gran cronopio Julio Cortázar y una bellísima canción. De ese modo anticipó al público lo que sería su contada: un recorrido por su biblioteca personal de breves relatos y poemas de grandes autores: Clarece Lispector, Jean Genet, Roberto Bolaño, Neil Gaiman, Félix Grande o Alejandra Pizarnik entre otros, así como bellísimas canciones de diversas procedencias. Más allá del acierto al escoger los materiales —quizás demasiados para una sola contada — la grandeza de Cristina Verbena está en su proceso de interiorización y transformación, haciéndolos suyos, y ofreciéndolos a un público que agradece la espontaneidad con que los cuenta —o la aparente espontaneidad, pues esto requiere muchas horas de trabajo—. Y es que Verbena encandila como una niña dulce y buena, pero cuando menos se lo espera el espectador, deja salir a la chiquilla traviesa que tiene la gran idea rocambolesca.

Esta narradora, zaragozana de adopción, cuenta desde la sobriedad, apoyada en las manos y en gestos lentos, medidos, definitivos que ralentizan la acción, crean suspense y expectativa. El mismo efecto que producen las canciones, intercaladas entre historias o en un mismo cuento. Pero además, con la misma facilidad puede crear un ambiente de zozobra, de misterio, de no entender muy bien lo que está pasando, como con las palabras funambulistas de Genet; y al poco otros más concretos pero tan diversos entre sí que pueden dar en una disparatada persecución de amantes zombis, en una sensual noche de verano con extraños amantes o en juegos llenos de inocencia traviesa de niños demasiado ocurrentes.

Casi se roza un gran momento mágico, pero para que esto se produzca es necesario una gran narradora, que estaba; un público entregado, que existía; y un lugar acorde con el acontecimiento, que en este caso no llegó a la altura de las circunstancias dada la gran incomodidad que la mayor parte del público tuvo que sufrir causa de las desalmadas sillas de metal que tenían tomada la sala. Con todo, el poder de la palabra consigue hacer olvidar la vida más allá de la sala y casi las incomodidades del lugar. Por ello, hoy es un buen momento para volver al Centro Cultural de San Rafael y escuchar esta noche, a las 22 horas, a Miguel Prades que cerrará el festival espinariego con su personalísimo estilo.

 

Enlace directo al artículo