muere argimiro
Foto de A. S. tomada de aquí

 

Hace unas semanas fallecía Argimiro Crespo, el arriero de Codesal, el narrador Zamorano, el folclorista, el poeta de la Carballeda, el informante, el amigo y hoy me piden que escriba una líneas que deben recoger en parte, lo que le tantos le oímos cantar y contar; tenía sin duda Argimiro en su cabeza todos los saberes del pueblo, toda la gracia de quien anduvo vendiendo y comprando de feria en feria y de casa en casa, conoció y fue parte de ese misterio que llamamos tradición oral, usó el romance en las faenas del campo, en las rondas, en los bailes, oyó contar  y contó en las largas noches de invierno en las lareras de su Carballeda natal o en tantas noches en las ventas y colmados de los caminos del poniente zamorano. Argimiro no pasaba por allí, era parte de ese mundo en el que la palabra dicha y la palabra recordada sostenían la cultura y en el que la cultura era herencia entre generaciones, de esta manera el Argimiro informante pudo alimentar al Argimiro narrador, al folclorista que paseó sus saberes por escenarios, plazas y auditorios durante decenios, porque el arriero tenía en sus manos la verdad, y hablando de cuentos y entre narradores nada es más valioso, más difícil y más hermoso que contar desde la verdad de lo que uno sabe.

Su arrolladora presencia escénica, su amplia cultura plasmada en media docena de libros de recuerdos, de poemas, de ensoñaciones, le permitieron dar ese paso que el resto de los narradores tradicionales no han tenido la oportunidad de dar, saltar de la mesa camilla al escenario, abría su maleta de cuero, sacaba una baraja, un cencerro, un misal viejo, una aceitera, una faja bordada, un sombrero y era capaz de crear en escena esa lumbre baja, esa solana invernal o esa sombra en la trilla tan necesarias para entender las profundidades del romance viejo o del cuento tradicional.

Personalmente tras la muerte del amigo caigo en la cuenta que lo aprendido de Argimiro es buena parte de lo que llevo en la mochila, no tenía yo sombra de bigotillo cuando le oí el “Juego de la Baraja” en el frontón de Santa Cristina de la Polvorosa, "les presento al rey de oros y le acompaña su dama”, y aquel primer encuentro fue más que revelador, un auténtico flechazo con el narrador que encandilaba al público, eran los años de las Habas Verdes con Alberto Jambrina y Anico Santiago, grupo de folclore con el que Argimiro salió de su tierra para hacerse con todos los públicos, los cercanos y los lejanos; yo era devoto y les seguía a todas partes, a la vuelta de las actuaciones y a la espera de coche de línea se hospedaba Argimiro en la pensión de Roncero, detrás de casa de mis padres, yo le acompañaba hasta la puerta y me dejaban quedarme con él un rato, hasta la hora de la cena, junto a su maleta de piel, sentados en las escaleras de la pensión, el viejo y el niño, el viejo que tras horas de viajes se sentaba paciente a cantar y contar para el niño; luego llegaron muchas tardes en Codesal, en Sejas, en muchos pueblos, en muchas rondas, le aprendí todos los cuentos menos uno, uno que sólo le oí contar una vez, siempre se me quedó la cosa de ese cuento, "dijo mi amo , dijo mi amo", le aprendí todos los gestos en la historia de La Minga, de la capa del alcalde, de las campanas rotas, las sutiles entonaciones de cuando imitaba a los curas, el tragarse la voz en "los huevos de las gallinas", esa pausa dramática que tanto ensalza Quico Cadaval, la mano levantada, los ojos entornados, ese "usureras, estraperlistas, cuánto cuesta la capa del alcalde", mucho del narrador que soy viene de haberle intentado conocer todos los secretos.

Tengo la impresión de que con la pérdida de Argimiro Crespo se cierra un poco más un libro en el que nunca nadie tuvo que escribir, un libro común recordador de boca en boca y desde siempre, un libro contado desde abajo y para todos, se apaga un poco la voz del pueblo en la que todos los narradores debiéramos mirarnos, se apaga un maestro en este oficio de iluminar las palabras.

José Luis "Guti"